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domingo,
01 de
abril de
2007 |
[primera persona] - María Teresa Andruetto
Una nuez de emoción pura
La escritora cordobesa rinde homenaje a Beatriz Vallejos en su último libro
Osvaldo Aguirre / La Capital
Entre el homenaje y un redescubrimiento del hacer mismo de la poesía. En ese espacio parece situarse “Beatriz”, el último libro de poemas de la escritora cordobesa María Teresa Andruetto, que ya desde su título rinde tributo a la gran escritora santafesina Beatriz Vallejos, “una musa marginal en el sistema literario, como marginal es también la poesía”.
“Beatriz” fue escrito a partir de dos encuentros con Beatriz Vallejos y de la lectura de su obra y se organiza en tres secuencias, en las que la voz y las propias palabras de los poemas de la santafesina, entrelazadas e indisociables de aquellas de quien la escucha, resuenan y vuelven a desplegar su misterioso encanto. Otra serie de poemas dedicadas a Rembrandt, “Autorretrato ante el caballete”, y unos “Apuntes” que refieren sobre el proceso de la obra completan el libro. María Teresa Andruetto (Arroyo Cabral, Córdoba, 1954) reside en la localidad de Cabana, Córdoba, y ha escrito narrativa, literatura juvenil y teatro. En poesía, dio a conocer “Palabras al rescoldo” (1993), “Pavese y otros poemas” (1997) y “Kodak” (2001) , todos en el sello cordobés Ediciones Argos, que también publicó “Beatriz”.
—¿Cómo fue tu acercamiento a Beatriz Vallejos?
—Hay una búsqueda que he ido haciendo, que solemos hacer los que escribimos poesía: yo trabajo en literatura para chicos y eso me ha ido llevando a lugares y escuelas, y entonces, cuando llego a alguna provincia, una de las cosas que hago es recorrer librerías para ver qué encuentro de los poetas locales. Así la descubrí a Beatriz. En algún momento a ella le llegó por una persona de Santa Fe alguna cosa mía y nos empezamos a escribir. Más que escribir, en su caso era enviar tarjetas, fotos de lacas. Después se produjo un primer encuentro con ella en su casa de Rincón. Años después, en 2004, cuando fui a Rosario invitada al Festival de Poesía, la visité en el departamento en que vivía. Fue muy fuerte; en ese momento yo había escrito parte del libro.
—¿Como fue el proceso de escritura del libro?
—Yo había escrito un borrador. Tenía que ver con ella, el paisaje, el río y toda esa tradición de la poesía del Litoral. Pero en su idea primera el proyecto era distinto. Cuando la vi en Rosario, ese encuentro llegó para mí en un momento en que yo estaba con el borrador de una novela que tiene que ver con las madres, las hijas y la vejez, en que yo empezaba a pensar en mi propia vejez; algo ahí provocó una conmoción, que también tiene que ver con preguntarme para qué y para quién escribimos. Salí del departamento de Beatriz, fui a un bar y me puse a escribír. Sobre eso y lo que ya tenía se fue dibujando la idea. Un tiempo después estuve en los Esteros del Iberá y ahí terminé de redondear el libro, que siempre estuvo impregnado por la presencia del río; otra cosa que entró de manera subterránea fue que el día que salí de mi casa para ir al Festival, cuando estaba por tomar el ómnibus, alguien me avisó de la muerte de una persona que se llamaba Beatriz y tenía un significado especial para mí.
—Está también el significado literario del nombre Beatriz, desde Dante y la “Divina Comedia”.
—Sí. En algún momento dije: “el libro lleva su nombre”. Yo elijo esta musa marginal, marginal en el sistema literario como lo es la poesía también. Beatriz está en un punto imprescindible para mí y para muchos lectores de poesía, pero a la vez también es marginal en el sistema de circulación de la poesía argentina. Aunque esa marginalidad de la poesía del Litoral es a la vez central en la tradición.
—¿Cómo explicarías esa condición de ser marginal y a la vez central?
—Beatriz es marginal en el sistema de circulación de la poesía porque es de una provincia, porque es mujer. Pero, ¿de qué está compuesto ese centro? A la vez ella pertenece a una gran tradición de la poesía argentina. Mirar en la periferia y traer al centro, al modesto centro en que uno está funcionando, es una operación que, aunque más no sea de modo intuitivo, he ido a hacer muchas veces en mis lecturas. Aquí se visualiza en la escritura, pero durante muchos años he dado talleres. Todo lo que he hecho en esos talleres fue arrimar cosas que leía y no circulaban tanto en Córdoba o en ciertos centros. Y a la vez tengo una resistencia a leer lo que todos leen o a consagrar a los ya consagrados. La poesía tiene eso de andar buscando lo perdido, como un buscador de oro.
—¿Lo perdido en qué sentido?
—Hay tantas voces que tienen una circulación pequeña o regional. También en el sentido de lo que se pierde para Buenos Aires o los lugares centrales del país y que está por ahí, que tiene su pequeño público. O lo perdido porque tuvo su momento y se diluyó. En el caso de Beatriz, porque hace varios años que vive retirada, y en el de otros poetas porque no han encontrado los modos de ser leídos más allá de sus lugares. Creo que la poesía tiene que ver sobre todo con ese placer de descubrimiento, con el placer mismo del buscar.
—En los poemas hablás de anudar tus palabras a las de Beatriz.
—Eso es algo que me aparece mucho: la escritura con los otros. En el sentido de homenaje, de pedido, de préstamo, de hermanamiento. E incluso del deseo de ser prohijada por el otro. Ya había hecho algo así en “Pavese”, donde había trabajado con poemas de Cesare Pavese. Pero me parece que lo de Beatriz ha ido más allá en el proceso de escritura. Ya no es más la cita o sólo la cita, sino que —pidiendo disculpas— quise escribir con ella: entonces hay frases de ella, algunas en cursiva, otras no, frases cambiadas, una frase que aparece primero en cursiva y después no.
—En el blog “Las afinidades electivas” decís que una de tus preocupaciones es cómo combinar la carga emotiva con la desnudez de la forma. ¿Cómo se planteó esa cuestión en este libro?
—Después del encuentro emotivo que provoca la primera escritura, todo el trabajo para mí es cómo depurar, cómo quitar, cómo condensar el poema, para que pierda la estridencia, buscando un tono, algo que siempre me preocupa mucho, libre de toda ostentación. También de la ostentación de lo emotivo, de cuánto se siente. Dejar que depure, que gotee la lágrima para buscar un núcleo, una nuez de emoción pura. Y hay otras cosas que me interesan mucho que aparecieron en la escritura, y en el otro poema, el “Autorretrato”. La bondad es algo muy devaluado hoy, demodé; sin embargo, a veces en la vejez sucede esa bondad hecha de desapego a la existencia, de haber perdido todo o mucho, y haber perdido también la ambición o ciertas ambiciones. Hubo algo en el encuentro con Beatriz que tenía que ver con eso: una persona que al final de la experiencia, después de las luchas que tenemos todos por querer, por lograr, todo eso que nos sostiene en el mundo con sus pequeñeces, puede ir dejando caer esas cosas. Una bondad de la inteligencia, también, porque no es ingenua sino que está de vuelta de todo.
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Fotos
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Clave. Andruetto escribió los poemas de su libro a partir del impacto que le provocó el encuentro con Beatriz Vallejos.
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