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 domingo, 01 de abril de 2007  
Agua de la miseria

Las tragedias en Argentina se repiten siempre como tragedias, nunca como farsa.

  La provincia de Santa Fe es el retrato de la desolación, de la miseria puesta al descubierto desde el cielo, de la lacerante desigualdad que golpea siempre a los mismos, a los pobres de toda pobreza, a los marginados, a los que teniendo poco para perder, al fin, pierden todo.

  El festival de la rosca, con centenares de políticos urdiendo estratagemas e irritando aparatos digestivos por tanta cafeína en busca de una banca, quedó lleno de moho. Toda esa adrenalina debería estar concentrada en buscarles soluciones a los evacuados, a quienes hoy, mañana (y vaya uno a saber hasta cuándo) las elecciones se les aparecen como una cortina de agua que impide ver el horizonte.

  El temporal pegó con toda la fuerza en una provincia y en una ciudad que hasta ayer nomás era pródiga en promociones desmesuradas y escondía las realidades bifrontes. La inclemencia del agua barre con cualquier impostura. Allí no hay billetera que sirva para silenciarla ni aceitadas estrategias de marketing para promocionar lo promocionable y olvidar a quienes se debaten entre la miseria y la nada.

  Tampoco es tiempo de apelar a la demagogia y utilizar la desesperación para llevar agua hacia uno u otro molino, aunque más de uno (dirigentes, periodistas o funcionarios) caen en la tentación de la canallada.

  ¿Cómo utilizar una columna política semanal para hablar de los conciliábulos de trasnoche entre operadores que llenan ceniceros tratando de que las listas a diputado provincial, senador o concejal cierren cuando hay decenas de miles de personas en situación calamitosa? Increíble pero real: mientras el cielo vomitaba truenos, rayos y aguaceros los políticos amenazaban con convertir las últimas horas previas a la presentación en la famosa Puerta 12 del estadio de River Plate. En la misma ciudad que se convertía en un piletón.



Rosca de Pascua. Durante la jornada del jueves la acuarela radical (con amarillos, verdes y otras tonalidades) reaparecía en el comité nacional, cuyo titular, Gerardo Morales, comprobaba que las internas en Santa Fe son “feroces como en ningún otro distrito del país”. Vaya novedad.

  El agua caía mientras bielsistas y rossistas ponían el mediomundo para pescar más presidentes comunales, más intendentes, más sindicalistas. Más de lo mismo.

  Bajo el cielo tapado de nubes negras, Hermes Binner lograba que el partido masticara bronca por el ofrecimiento al radical Carlos Fascendini para que encabece la lista a diputado, relegando a Eduardo Di Pollina. Tal vez una devolución de gentilezas porque la nomenclatura PS había relegado a Antonio Bonfatti, mano derecha del ex intendente, hoy convertido en el único gran elector. Obvio, los socialistas negarán todo.

  La única novedad de la previa a las elecciones (además de la desaparición de la ley de lemas) es la ausencia de Carlos Reutemann, quien también sufrió durante su gestión el mazazo de un meteoro, pero triunfó.

  Obeid debió regresar de apuro desde Venezuela “para ponerse al frente” de la emergencia y encarar el último tramo de su gestión como gobernador en algo que se había puesto como meta apenas asumió: la reconstrucción de Santa Fe.

  Las aguas bajarán pero el ánimo de miles de comprovincianos será imposible de realzar. Basta con ver las imágenes (y obviar las cursilerías de los enviados porteños, que usan la carroña verbal con una altisonancia mucho más alta de la que ensayan cuando las calles de la Capital Federal parecen canales de navegación) de centenares de santafesinos improvisando canoas para trasladar familiares y vociferando contra los políticos que “piden el voto pero no aparecen a dar una mano cuando se los necesita”. Fue lo más suave que se oyó.

  En Rosario, las postales no pueden ser más contrastantes. Apenas unos metros atrás de los colores pastel de los silos Davis, un grupo de pescadores deja ver sus casillas de cartón convertidas en papel mojado mientras implora que la barranca no se convierta en un castillo de arena. Afortunadamente, tanto el intendente Miguel Lifschitz como la vicegobernadora María Eugenia Bielsa sacaron a relucir el sentido común, postergaron para otro momento las rencillas partidarias y mostraron que sus espaldas están anchas para ayudar a capear el temporal.



Las dos ciudades. Pero, por si algún funcionario municipal se sentía cómodo en el limbo que les proporcionan los aduladores a sueldo, las crecidas de los arroyos habrán servido para despabilarlos y hacerles entender que el nuevo boom rosarino será eliminar la flagrante inequidad de los habitantes según el núcleo de pertenencia social y geográfica.

  El contexto que sobrevuela el cierre del primer capítulo electoral despierta nulo interés entre los ciudadanos independientes. “Para ustedes y nosotros instalar una noticia política se ha convertido en imposible. Lamentablemente...”, se resignó un alto funcionario del gobierno provincial, mientras pugnaba por el rápido ingreso a Santa Fe de la ayuda nacional.

  ¿Cómo repercutirá electoralmente el efecto del meteoro en la provincia y en la ciudad? Buscar ahora una respuesta a esa pregunta es como adivinar las señales del cielo o bucear en un mar de petróleo para hallar una miguita de pan.

  En el 2003, contra todas las especulaciones interesadas, el peronismo ganó por paliza en los barrios inundados de Santa Fe. Se verá si esta vez los vecinos de Santa Rosa de Lima, Barrio Chalé, y tantísimos otros, le dan una segunda oportunidad al oficialismo.

  En Rosario seguramente amanecerá otro eje de campaña contra el intendente, encarnada en Héctor Cavallero o Juan Sylvestre Begnis. Quien resulte electo candidato no perderá la oportunidad de mostrar las postales que deja el temporal. Los leit motiv que guíen a los postulantes deberán aparecer cuando las aguas bajen y lo peor haya pasado. De una vez por todas, el futuro tendrá que asomar como puerta de salida, como esperanza de una sociedad apática y refractaria a los consignismos vacuos.

  La provincia de Santa Fe se ha convertido en un lodazal por cuestiones de la naturaleza. No es momento para que la política la termine de convertir en un chiquero.
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