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domingo,
04 de
febrero de
2007 |
Uruguay: el resurgir de Atlántida
Norberto Puntonet / La Capital
Sin tener el glamour de Punta del Este, el toque brasileño del paisaje de Piriápolis, o lo salvaje y agreste de La Paloma, Punta del Diablo o Cabo Polonio, la ciudad balnearia de Atlántida también tiene lo suyo.
Aguas relativamente cálidas, extensas y tranquilas playas de arenas finas, buena pesca, ambiente familiar y la amabilidad y cordialidad típica de los uruguayos.
Atlántida está buscando nuevamente el viejo esplendor que alguna vez tuvo por su cercanía a Montevideo, con su clima sereno, su aire aromático, sus hoteles confortables, su vida social propia, su mecanismo de ciudad, es un lugar ideal para visitado no sólo en verano sino también durante todo el año.
Ubicada a 45 kilómetros de Montevideo y a 20 del aeropuerto internacional de Carrasco, esta ciudad de cinco mil habitantes es ideal para la práctica de esquí acuático, natación, navegación, pesca y equitación, entre otros deportes. También tiene para mostrar el “trébol” de entrada a la ciudad; el viejo Hotel Planeta con forma de barco (hoy ya no funciona como hotel); la fuente luminosa en homenaje a los fundadores del balneario; el reloj de sol existente en la Plaza General Artigas —fundido en bronce en 1940 en los talleres de la Marina de la Armada Argentina—; el Monumento a la madre; y la Parroquia de Cristo Obrero y de Nuestra Señora de Lourdes en la Estación de ferrocarril, que fue construida bajo la dirección del Ingeniero uruguayo Eladio Dieste y considerada como ejemplo de creatividad a nivel internacional.
Esta iglesia, única en América del Sur por la forma de su construcción, la ondulación de sus paredes de ladrillo visto que sostienen sin columnas la bóveda, también ondulada. Tiene una torre de 15 metros de altura, con paredes caladas para resistir el impulso de los vientos. En el interior de esta Iglesia se encuentra un Cristo tallado en madera dorada, que recuerda una idea bíblica (Cristo vaciado de toda majestad y gloria), obra del escultor madrileño Eduardo Díaz Yepes.
En 1945, el excentrico inmigrante italiano Natalio Michellizzi mandó a construir lo que se conoce como “El Aguila” o “La Quimera”. Es una construcción muy peculiar con cuerpo de delfín y cabeza de águila, hueca con pasadizos y ventanales desde donde se obtiene una excelente vista panorámica de la playa La Mansa.
Según las leyendas urbanas, desde ese lugar se mandaban señales a barcos alemanes poco antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, también se dice que allí colocarían la imagen de una virgen; un lugar de descanzo y lectura; y la que más fuerza cobró es la que dice que El Aguila fue el lugar de encuentro de Michellizzi con su amante.
Uno de los mejores hoteles para alojarse es el Argentina —ubicado en calle 11 y 24, en pleno centro y a metros del casino y de Playa Mansa—, que cuenta con habitaciones con aire acondicionado, piscina climatizada con hidromasajes, sala para eventos y garage cerrado, entre otras cosas. Las habitaciones para dos personas cuestan 40 dólares, mientras que las triples custan 50 y 65 dólares, y 70 para cuatro personas.
Otra opción para el alojamiento es en el Hotel Playa Brava —calle Chile nº 3—, a metros de la rambla de La Brava, donde además de descansar se puede almorzar o cenar en el exclusivo restaurante “Como en casa”, donde Rubén —dueño del hotel— con sus pastas caseras y artesanales es el cheff especializado en comida italiana. El hotel cuenta con 15 habitaciones decoradas, con baño privado, TV color y servicio de internet gratis, entre otras cosas. Los precios por día con desayuno son de 27 dólares la single, 36 la doble y 54 dólares la triple.
Alejandro Acosta, un joven pero experimentado guía turístico montevideano, recomendó una serie de paseos para realizar desde Atlántida. Uno de ellos es a Pozos Azules-Reserva Cerro Pan de Azucar por sólo 20 dólares por persona; city tour por Montevideo a 15 dólares, 36 a Colonia, 30 a Minas, 42 a Rocha y 27 dólares un city tour por Punta del Este.
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Fotos
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Con sus playas de arena fina, Atlántida fue el paseo obligado de los montevideanos en el siglo pasado.
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