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domingo,
04 de
febrero de
2007 |
Panorama dominical
El "voto bolsillo"
Julio Villalonga
El año que terminó hace 35 días le deparó al gobierno de Néstor Kirchner una cantidad importante de halagos en el plano económico. El presidente acaba de deslizar que el índice de desocupación rompió el piso de los dos dígitos (sería, finalmente, del 9,8%). Paralelamente, anunció que la industria creció casi el 17% entre enero y diciembre de 2006, lo que implica que los sectores que más trabajan están el límite de la capacidad instalada. La inflación, cuyas mediciones están en la picota, terminó siendo inferior al 10%. Y el nivel de consumo en supermercados creció el 18% en todo el último año. Al calor de estos números, sin duda impresionantes, pasan casi a un segundo plano otros que explican tanto o más los actuales niveles de bonanza. Por ejemplo, la cosecha actual superará de manera holgada los 85 millones de toneladas de granos.
La Argentina es un país de contrastes. Y nuestra sociedad, un conglomerado humano voluble. Aunque no se pueden comparar, mecánicamente, dos momentos históricos distintos, el que atravesamos y la primera etapa del menemismo (1989-95), sí podemos trazar algunas líneas. Primero, porque no ha pasado mucho tiempo y, en segundo lugar, porque el objeto de estudio es la misma sociedad.
El primer mandato de Carlos Menem y el Plan de Convertibilidad de su ministro, Domingo Cavallo, se recuerdan porque iniciaron un proceso de recuperación de la economía después del trauma de dos procesos hiperinflacionarios. En rigor, debemos decir que se trató de un proceso de recuperación de la macroeconomía. En aquellos años se superó por primera vez la barrera de los 15.000 millones de dólares de exportaciones y se acumularon reservas por varias veces esa cifra. No interesa discutir aquí las sombras de aquel modelo, que por lo demás tienen hoy -una década más tarde- mucho espacio en los medios, sino el comportamiento de los argentinos de los sectores medios en aquella coyuntura. Una vez que Menem consiguió la reelección a ese fenómeno se lo sintetizó en dos palabras: se trató del "voto cuota".
Nuevas oleadas de argentinos conocieron Miami y la fiebre del consumo, como a mediados de los •70 con aquella otra fantasía, la "tablita" cambiaria del ministro José Alfredo Martínez de Hoz.
De igual modo, porque la clase media es vergonzante, muchos miles de argentinos, en especial en las grandes concentraciones urbanas, se beneficiaron sin chistar con las medidas económicas de "Joe" y Cavallo, y en el segundo de los casos votaron, negándolo, a Menem para que nada cambiara, al menos en el terreno de la economía.
Cuando nos acercamos a la crucial elección presidencial de este año, mirar atrás puede resultar odioso para muchos. Para los negadores, sobretodo. Pero es un ejercicio necesario, como el de mirarse al espejo del baño, cada tanto, para ensayar aunque sea una mínima introspección.
El nivel de imagen positiva de Kirchner y de su esposa, la senadora Cristina Fernández, guarda íntima relación con el andar auspicioso de la economía. Esto, además de una obviedad, se aplica a sociedades mucho más desarrolladas que la nuestra. El exitismo no es sólo patrimonio de los países adolescentes, aunque es cierto que entre nosotros es moneda corriente.
En el próximo turno, los argentinos que pudieron adquirirlos, se atarán al carro triunfal del kirchnerismo para que nada cambie y ningún obstáculo se interponga entre ellos y el pago de la última cuota de los electrodomésticos. Hoy esto se llama el "voto plasma", por el "boom" del consumo de estos televisores en el último año.
Podría llamarse también el "voto auto", el "voto heladera" o el "voto home theatre", pero nadie va a pensar en llamarlo el "voto rutas", el "voto hidroeléctrico" o el "voto energía atómica". Esto también es obvio y hasta natural. Los paisanos de a pie no tienen por qué tener la capacidad de pensar en términos estratégicos. Al fin y al cabo, la Argentina nos depara más años de amargas que de dulces, por lo cual caer en cíclicos lapsus políticos adormecidos por algún respiro económico no parece que merezca la lapidación de nadie.
Lo que sí revela el "voto bolsillo" es que los argentinos, o aquellos que actúan bajo estos parámetros, han optado por el más pedestre individualismo. Para los años que vienen este será un dato crucial a la hora de elaborar estrategias políticas ya que, sin partidos políticos ni militantes, sin dirigentes que convoquen ni proyectos que aglutinen, gobernar la Argentina se convertirá en una aventura de muy difícil resultado.
Si se trata de refundar las instituciones, con todo lo que esto significa, más vale que el intento no se quede en una mueca.
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