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 domingo, 04 de febrero de 2007  
Opinión. La realidad y ficción en el análisis del costo de vida
Precios: un viaje al centro del IPC

Los mercados financieros internacionales están de parabienes ya que la reunión de la Reserva Federal dejó en manos de los inversores un comunicado amigable, en el que señala que por el momento no ve presiones inflacionarias del relevamiento que se sintetiza en este guarismo.

El propósito de un índice de precios es exhibir el comportamiento, la variación de precios del conjunto de bienes y servicios que constituyen la canasta de consumo habitual de un hogar. Obsérvese que para ello, se hace necesario precisar el alcance de dicha canasta a la que se le atribuye carácter de representatividad, definir lo que significa hogar como unidad de análisis y determinar qué se interpreta por habitualidad.

En función de ello, e intentando una respuesta a la primera pregunta, es claro que el índice se propone entonces medir la variación de precios que componen la canasta de consumo habitual de los hogares, con pretensión de homogeneidad.

¿Para qué sirve medir? ¿Sólo para informarse? ¿Para verificar la brecha positiva o negativa que se genera entre el ingreso de los hogares y el índice de precios publicado? ¿Para otros fines? Se presume que semejante esfuerzo de medición debiera servir para corregir o inducir correcciones respecto de los desvíos negativos que se produzcan entre los ingresos de los hogares y la variación de tal índice. De lo contrario se circunscribiría al rol de constatación de deterioro o mejora. Aquí entonces se plantea un nuevo problema: además de evaluar el comportamiento de los precios, hay que hacerlo respecto de los ingresos. En nuestro país, el Indec hace esto a partir de la denominada Encuesta Permanente de Hogares, procedimiento que merecería una columna aparte.


Como una fotografía
El primer paso. Para saber qué medir y cómo hacerlo, es necesario ponderar los ítems que componen el consumo de un hogar. Es como tomar una fotografía en un momento determinado y ver lo que pasa hacia adelante con los objetos "fotografiados". Veámoslo con un ejemplo simplificado. Vamos a suponer que un hogar (considerado representativo) destina su ingreso sólo para cuatro grupo de conceptos: del 100% de sus ingresos, el 50% a alimentos, el 25% a alquileres y servicios, el 20% a salud y el 5% a conceptos varios. Esto significa que existe un peso diferenciado de cada rubro y que por tanto toda variación no incide de igual modo en el índice final de precios.

En otros términos, una variación de 10% en alimentos tendría un peso muy importante en la variación del índice general, mientras que una variación del 10% en los conceptos varios pasaría casi desapercibida. Aquí hay que hacer dos apreciaciones importantes: la primera es que si el comportamiento de cada uno de los cuatro conceptos fuese tendencialmente dispar, la fotografía inicial ya no constituiría una imagen adecuada a la realidad, habría que tomar otra imagen con mayor frecuencia, y la segunda es que ante un escenario de alta heterogeneidad de ingresos entre hogares, con aumento de la brecha entre los más favorecidos y los más desfavorecidos, ello cuestionaría la pertinencia del uso de una fotografía única.


Otros factores
A esta complejidad habría que agregar otras de significación. Una de ellas es la diversidad geográfica. Otra es la composición de cada uno de los conceptos, en el caso de los alimentos no son todos de la misma naturaleza, no sólo cualitativamente sino también por su forma de presentación comercial, marcas, tamaño, etcétera.

Y en escenarios de consolidación de brechas importantes entre franjas de ingresos, éstas se expresan en hábitos de consumo diferenciados entre los hogares. En los de bajos ingresos se consumen más grasas, carbohidratos y escasos micronutrientes, en cambio en los hogares de mayores ingresos se verificará mayor presencia de carnes y otro tipo de productos.

Finalmente, si los aún discutibles parámetros que se utilizan para medir la variación de precios al consumidor, no se aplican para corregir las pérdidas en la capacidad adquisitiva de los segmentos más desprotegidos de la población mediante un abanico de políticas públicas, el objetivo queda reducido sólo a una actividad testimonial. El Estado cumpliría así entonces un rol subsidiario dejando librada al "mercado" la distribución funcional y personal del ingreso.

(*) Economista
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