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 domingo, 21 de enero de 2007  
Hombres que no entienden nada
Un detective dedicado a los seguimientos protagoniza el primer libro de relatos de Jorge Barroso. Aquí se ofrece un fragmento de "Niño granada"

Por Jorge Barroso

Paré de dar vueltas y el arte me comprimió contra una zona femenina. La chica que metió sus curvas delante mío quedó encajada entre la espalda de la moza y las carteras de dos señoras gruesas. Se dio vuelta, me sonrió forzada, le sonreí ajustado. Se apoyó en mi brazo y se alzó en puntas de pie, buscando aire alrededor. Aproveché para ojearle el escote.

—Por allá, flaco —señaló—. Mandate por allá, vos abrí paso, empujalos un poquito con el codo, que conmigo te van a disculpar.

Y tenía razón. Los varones se apartaban más atentos que las señoras pitucas. Mi compañera de empuje lucía buenos pechos, y los muchachos la inspeccionaban hacia abajo, luego se miraban entre ellos, apretaban los labios, sacudían las cabezas y fruncían la cara, como si la chica les doliese. Escuché que un pibe le dijo:

—Estás tan buena que ni podés caminar para llevar todo eso.

Ella, una reina, iba tomada de mi hombro, éramos expedicionarios en la selva, en camino hacia la costa. Los muchachos rugían y tiraban zarpazos que la chica esquivaba muy bien, gorilas grandotes le soplaban el aliento en la nuca y las orejas, y las señoras elefantas y jirafas ni se movían. Por fin salimos a un lugar abierto, al lado del baño de damas.

—Hoy están más babosos —comentó.

—También vos, con ese escote y ese vestido, matás a cualquier muñeco que se te cruce.

—Gracias. Lo de los muñecos no me lo dijeron nunca.

—Hola, me llamo Trompo —me presenté.

—Sí, Trompo, nos conocemos.

—¿De dónde?

—Soy Viviana, la sobrina de Grillo, el detective con el que trabajabas.

Por supuesto. Viviana. Pero recordaba a una Viviana de ropas sueltas y cabello corto azul.

—Ajá. Sí. Viviana —reaccioné—. Qué cambiada. Creciste.

—Claro que crecí: soy la curadora de la exposición. ¿Y vos? ¿Qué hacés?

—Hoy en día, uno no es lo que hace sino lo que cuenta que hace —quise impresionarla.

—Está bien; yo sólo te preguntaba qué hacés por acá, en la inauguración.

—Ah. Eso. Subí porque me gustó uno de los cuadros del afiche de difusión. ¿Por dónde está el de los autos como edificios deformados?

—Seguime —dijo.

Marchamos contra la baranda. La animalada de la jungla se calmó y adaptó a las nuevas mujeres que llegaban al Espacio de Arte Ditto´s, un obvio nombre de marca para este sector del primer piso del Shopping Ditto´s.

—¿Sos amigo de Carmina? —preguntó Viviana.

—¿Carmina?

—Sí, Carmina, la chica que pintó lo que buscás. La estrella de esta muestra colectiva.

—No, Viviana, no la conozco —me detuve a sacar una copa de vino de la bandeja de la moza, ofrecí otra a Viviana, pero no quiso—. ¿Es tan buena?

—Decime vos —con la cabeza señaló la pared detrás mío.

En cuadros de unos dos por dos metros, autos y más autos. Embotellaban calles, chocaban entre ellos y formaban pilas prolijas, a modo de edificios torres. Algunos exhibían sus interiores, como si hubiesen sido cortados a sierra. Los habitaban personitas también amontonadas y apiladas. La artista había utilizado acuarelas, lápices de colores y marcadores negros. Viviana me dejó y se puso a escuchar a un señor canoso y gordo que movía mucho las manos al hablar. Las obras conformaban una serie de cinco. Me pegué a una, para apreciar el detalle de los hombrecitos dibujados dentro de las ventanas.

—Hola, espión —me dijo por detrás, en la nuca, el aliento tibio de alguna mujer que pasó rápido; enseguida me di vuelta, nadie se hizo cargo: todo el mundo se apretaba y reunía alrededor del tipo de las manitos.

Estudié el cuadro central, el mismo del afiche. Se titulaba Mujeres que no entienden nada. Consistía en una ciudad que no era ciudad, sino una ciudad playa de estacionamiento, con decenas de automóviles que hacían de manzanas, cuyos basamentos conservaban el aspecto original de los vehículos, pero que luego se elevaban imitando departamentos grises y torcidos de unos veinte pisos de alto, con las ventanillas como ventanas. Encima de ellos, flotaba uno rojo, enorme, fuera de escala y con sólo dos pisos. Sobre el techo, una mujer tomaba sol desnuda, mientras que otra, parada en el borde de la ventanilla-ventanal del primer nivel, miraba hacia abajo. Parecía triste, a punto de saltar a la falsa urbe ocupada exclusivamente por hombres que, asomados por sus autos-viviendas, observaban a las dos mujeres, o quizá sólo al coche.

—¡Un No lugar! —gritó el Manitos, y las personas que lo rodeaban se asustaron.

—No. No estoy de acuerdo —intervino Viviana, acercándose al cuadro que yo contemplaba.

—Genial —exclamó Manitos—. La línea del horizonte curva, con la ciudad debajo del coche gigante; es una buena metáfora del concepto de No lugar, de Marc Augé: espacios donde no hay identidad, ni relaciones, ni historia.

¿Sería un crítico importante? Tenía voz de locutor. Se juntaron más personas, y los hombres aprovechaban para mirarle las gomas a Viviana.

—Para mí, acá se ejemplifica lo del Ningún Lugar de John Berger —sostuvo ella.

—Este es un Lugar Ídem —se escuchó manifestar a otra mujer.

Nos dimos vuelta hacia la que se atrevió a colarse al dúo de expertos, una chica de entre veinticinco y veintisiete años, de cabello muy negro y pollera blanca hasta las pantorrillas.

—¿Y de quién es esa teoría, querida? —la midió el Manitos.

—Lo dije inspirada en los museos estrella que se repiten macdonalizados alrededor del mundo, todos iguales, un producto, un clon, una marca de lo mismo. Lugares Ídem. Lugares Ditto´s.

Un ¡ooohhhhh! apagado alcanzó a salir de los que se escandalizaron.

—¿Cómo se atreve, señorita, a una posición tan? —Manitos se trabó— contradictoria? ¿Es que no percibe dónde exponemos? —agitó sus manitos y trató de abarcar el shopping—. Usted critica entelequias, antiglobaliza lo globalizado. Como nadie entendió lo que quiso decir, la gente aguardó la intervención de Viviana, a quien le sobraban condiciones para convocar la atención y que, veloz, sugirió:

—¿Qué tal si iniciamos la visita guiada?

El debate nunca existió; la chica que dijo lo de los Lugares Ídem se puso nerviosa y, avergonzada, huyó hacia las escaleras mecánicas. Viviana condujo al rebaño de la muestra rumbo a otras obras del Espacio de Arte Ditto´s, lejos de los autos polémicos del Mujeres que no entienden nada.

Fui tras la chica de cabello negro y pollera blanca, que ya descendía donde los escalones se hundían bajo el piso de planta baja.

Como entre ella y yo sólo había dos personas, bajé caminando los escalones restantes. Casi la alcanzaba, pero apenas pisó suelo firme, se volvió, tiró de la manga de mi campera y dijo:

—Espión, no me sigas.

—¿Vos sos Carmina? —me salió preguntarle, pero no respondió y se alejó. Quedé sin capacidad de reaccionar. La chica desapareció en el río de gente.
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El humor es elemento recurrente en la narrativa de Barroso.

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