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domingo,
21 de
enero de
2007 |
El recuerdo aún no se apiada de Toscanini
Algunos recuerdan más sus ataques de furia que su música. Cuando Arturo Toscanini se enfadaba, lo hacía en serio: una vez el italiano aplastó con su pie un reloj de bolsillo. Otra vez, pateó el atril. Y la batuta destrozada se convirtió casi en su seña de identidad. Pero el rigor al exigirse perfección a sí mismo y a sus músicos lo convirtió en maestro assoluto, admirado en todos los escenarios del mundo, desde Nueva York a Milán.
Días atrás se cumplieron 50 años de su muerte, cuando el músico tenía 90 años. A pesar de las duras rivalidades con algunos de sus colegas, es considerado como uno de los directores más famosos de los siglos XIX y XX.
Eso sí, aquellos que lo conocieron suelen utilizar palabras como “dictador” cuando se refieren a sus actuaciones. Ese perfil se contrapone con sus posiciones políticas como cuando se negó a tocar con los nazis o al exilarse en Estados Unidos, huyendo de Mussolini
Ya fuera Beethoven o Verdi, sólo se trataba de una cosa: fidelidad a la obra. Quería hacer justicia con la partitura y nada más. El culto a la figura del director le repugnaba.
Su primera gran actuación fue a los 19 años. El joven chelista estaba de gira por Sudamérica con el empresario Claudio Rossi, cuando se produjo una pelea con el director. En Río de Janeiro, Rossi lo despidió y comunicó a Toscanini sólo pocos minutos antes de la representación de “Aída” que él debía tomar la batuta. Nunca había dirigido una ópera y en el atril apenas encontró una versión para piano. Podía haber sido una catástrofe, pero Toscanini tomó la batuta y dirigió de memoria. Fue el inicio de una carrera destacada.
Cuando algo salía mal en una actuación, Toscanini decía: “Siempre es mi culpa. Si alguien cree que Mozart, Beethoven, Wagner o Verdi se equivocan, es un idiota”.
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