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domingo,
21 de
enero de
2007 |
La enseñanza importa más que el castigo
Una sociedad democrática se construye, inevitablemente, sobre la convivencia respetuosa. El ataque perpetrado contra un bar de Dorrego al 1700, que tuvo nítidos rasgos antisemitas, no puede ser admitido sin pecar contra la esencia misma del sistema: el pluralismo y la tolerancia. Más allá de los resultados finales de la investigación que se lleva adelante para detectar a los autores del atentado, debe rescatarse como valioso el criterio de uno de los jueces del caso que manifestó públicamente su convicción de que la educación merece ser el principal objetivo. En síntesis, que de nada sirve descubrir y sancionar a los culpables si no se imparten —y aprenden— las lecciones morales que subyacen en el asunto.
Duele que, según se supone, hayan sido jóvenes quienes cometieron tan penosos actos. Y preocupa aún más que, también según se cree, gocen de buena posición económica y estén, incluso, cursando estudios universitarios. El fracaso formativo, en tal caso, no sólo abarcaría la esfera familiar sino también la social e institucional. También se posee la certeza de que los agresores han nacido después del 30 de octubre de 1983, es decir, que no han vivido bajo regímenes autoritarios ni de facto. La democracia, entonces, no habría sido más que una mera cáscara: en el carozo se ocultaban el odio y la violencia.
Ojalá el caso se esclarezca con la celeridad necesaria. Pero, sobre todo, que quienes cometieron tan crueles actos sean capaces de recapacitar y cambiar. Ese sería el final más valioso.
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