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 miércoles, 02 de agosto de 2006  
Radiografía del barrio al que llega el presidente

Alfonso frotó sus manos para encarar el frío de la mañana. Miró los eucaliptus añosos de enfrente y aspiró profundo. Todo era nuevo y no podía dejar de pensar, mejor dicho, de sentir. Era el primer día en ese lugar, en su vereda y su casa. Entonces sí, con un orgullo que apenas podía contener se encaminó hacia sus tareas, una venta de repuestos para autos. Mientras el colectivo 122 lo alejaba volvió la vista una vez más, el nuevo barrio emergía hermoso. Un trabajo y una casita, qué más podía pedir.

Se trata de El Eucaliptal, un nuevo tramo del Plan Rosario Hábitat que hoy inaugura 232 viviendas, cuyas llaves entregará en persona el presidente Néstor Kirchner en el templo evangélico Santuario de Fe. Las casas ocupan las cinco manzanas ubicadas entre Provincias Unidas, bulevar Seguí y calle 1825 (prolongación de Saavedra). Tienen una habitación, cocina y baño, y la posibilidad de ampliarse de acuerdo a sus moradores.

En el lugar ayer todo era movimiento para dar los últimos detalles. Mientras las familias trajinaban con sus mudanzas, pesados camiones alisaban las calles adyacentes y decenas de obreros apuraban tareas y recogían las mallas que delimitaron el lugar durante el año y medio que demandó su construcción.

Ajenos a las expectativas generales, los niños exploraban el sitio y estrenaban la plaza del barrio. El Eucaliptal tiene dos barrios vecinos, La Lagunita y el 2 de Agosto, otra fase del Rosario Hábitat que se levantó dos años atrás. A pocas cuadras del barrio, la Circunvalación oficia de referente periférico.

Las habitantes del Eucaliptal provienen de Molino Blanco, un asentamiento donde vivieron porque "era lo único que había", pero al que ahora sienten como ajeno y terrible. "Vivíamos en un solo ambiente, con techo de chapas, madera y cartón, con paredes rajadas. Casi nunca había agua, no tenía vereda y la luz se cortaba porque estábamos enganchados", explicó Verónica, la esposa de Alfonso.

Sólo unas horas antes había terminado de acomodar los modestos muebles de manera prolija. Distribuyó la cama matrimonial y puso al lado la de su pequeño hijo. La habitación queda ajustada, pero la posibilidad de ampliarla los pone contentos. En el comedor ubicó una mesa, el aparador, con vajillas y adornos, y dos electrodomésticos que lucen impecables: un televisor y un equipo de música.

"Donde vivía no podía poner la tele porque los golpes de luz la quemaban", explica Verónica y muestra el resto de la casa. A unos metros, Mercedes explica que hace cinco años dejó Molino Blanco porque "era imposible que los chicos crecieran en ese lugar" donde pasillos, cosas escondidas, delitos, maternidad adolescente y drogas eran lo cotidiano.

"Vivimos muy mal pero era lo que había, un basural, un campo de mugre y de delincuencia, nos fuimos buscando el progreso", relató y ensayó una mirada más profunda sobre el tema. "No toda la gente de Molino Blanco quiere lo mismo, capaz que buscan un lugar parecido para vivir, están acostumbrados a eso, no sé por qué, es una lástima", dijo.
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