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domingo,
30 de
julio de
2006 |
Las mujeres, ¿escuchamos?
Para comunicarse lo importante parecía hablar claramente, mientras escuchar resultaba una actitud pasiva, tal vez secundaria para la comunicación. Pero no olvidemos que hablamos para ser escuchados. El escuchar otorga sentido al hablar.
Un aprendizaje fundamental para poder escuchar es el respeto por el otro. Humberto Maturana, pensador contemporáneo, sostiene que la aceptación del otro, como un legítimo otro, es un requisito esencial de la interacción, de lo contrario el escuchar estará siempre limitado y cerrará la posibilidad de comunicación entre los seres humanos.
La acción de escuchar está basada en la consideración mutua, en aceptar que los otros son diferentes de nosotros, que tal diversidad es legítima y por lo tanto las aptitudes para tomar decisiones y realizar acciones será también autónoma de nosotros.
En cuanto a las formas de encarar este aprendizaje podemos analizar dos niveles: uno que refiere al fenómeno de escuchar como expresión de una disposición humana fundamental, ya que cada vez que ignoramos o rechazamos los argumentos de otra persona restringimos nuestra capacidad de conexión porque estamos considerando solamente nuestros propios razonamientos. Al proceder de este modo nos cerramos a las posibilidades que los demás están generando con su aporte de visiones diferentes.
Otro nivel considera que la apertura para escuchar se resiente cada vez que presumimos que nuestra manera de ver una situación es la mejor; que nos olvidamos que somos simplemente observadores parciales dentro de un haz de muchas posibilidades.
Como individuos somos todos iguales en cuanto que pertenecemos a la misma especie y compartimos las formas básicas que nos constituyen como personas, pero al mismo tiempo, marcados por variables del contexto individual, nos constituimos en seres con enfoques vitales distintos. Estos diferentes universos personales hacen que sea importante escucharnos.
La disposición a escuchar al otro se funda en la aceptación de las diferencias que nos enriquecen porque pueden proveer ampliar nuestro mundo individual. Estas diferencias estarán relacionadas con cuestiones culturales, género, educación, sector social y experiencias vitales.
De esta manera escuchar implica la presencia, al menos, de dos condiciones: la primera se asienta en nuestra calidad de seres humanos que nos acerca a las facetas compartidas con otros, y la segunda, que nos permite apartarnos momentáneamente de nuestra particular forma de ser, sentir y pensar para poder observar y adentrarnos en otras diferentes.
Por ejemplo, si Juana se encuentra con Alicia y le cuenta que se ha enamorado y Alicia se interesa por las circunstancias y la felicita por dicho acontecimiento, podemos suponer que ha realizado el ejercicio de escuchar a Juana. Si en cambio se lamenta porque a ella no le haya ocurrido lo mismo, es que solamente está proyectándose en la declaración de Juana. En el primer caso Alicia se ha movido de su posición personal para ir hacia Juana; en el segundo ha permanecido en el mismo lugar en que se hallaba antes del encuentro. Este ejercicio de flexibilización necesita de una práctica habitual.
Conviene insistir que en la comunicación cada escucha estará influida por el contexto, la historia personal que es uno de los filtros más difíciles de atravesar, y factores que aluden a las prácticas y costumbres instituidas en la sociedad de pertenencia.
Escuchar constituye el corazón, el núcleo central de la interacción humana, pero no es una acción sencilla ya que muchas variables intervienen en la forma en que escuchamos y en que somos escuchados. Sin embargo su aprendizaje es posible, además de ser un desafío. Desarrollar esta capacidad constituye una invitación a no quedar reducidos a esquemas conceptuales propios, ni atrapados en nuestros estados emocionales, ofrece una propuesta para el crecimiento y, sobre todo, nos aproxima a los otros.
En cualquier caso, siempre estamos a tiempo para comenzar porque vale la pena.
Cristina Cáceres Hanzich
Doctora en psicología y mediadora
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