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domingo,
30 de
julio de
2006 |
El fin de la
fumata pública
Escribo en respuesta a la carta de lectores "Seguimos con los fumadores" (27/07/06) firmada por Adrián Walter Ciesco. En la misma el autor descree de los efectos nocivos del cigarrillo sobre su cerebro y a la vez atribuye el hábito de fumar a una cuestión social. Contrariamente a las creencias populares, el cigarrillo tiene severos efectos sobre el cerebro, bien documentados por investigadores de todo el mundo. Un ejemplo es el artículo publicado por investigadores de la Universidad de la Ucla (Los Angeles, California), donde se detalla el progresivo e irreversible daño de áreas neurológicas que afectan el control emocional, el sueño, el estímulo sexual y hasta la predisposición a desarrollar convulsiones. Por otra parte, el hábito de fumar predispone a ingerir alcohol y otras sustancias prohibidas. El autor reclama por sus derechos como fumador. Nadie le prohíbe fumar, simplemente se ha reglamentado la autodestrucción pública. Por definición, un adicto es aquel que es dependiente, desea abandonar el hábito y se hace tolerante a los efectos de una droga. Aquí en Estados Unidos nadie fuma en público, lo que ayuda a muchos fumadores a tentarse menos. Y lo digo porque yo he dejado de fumar desde que vivo aquí. No sabe lo mucho que ayuda el hecho de que nadie fume alrededor suyo. Y ni hablar del daño que se le ocasiona a los desafortunados testigos de su puchito habitual. Por último, le recuerdo que la ley antitabaco, como tantas otras prohibiciones, fueron concebidas para proteger a la población, y debería disminuir el consumo del producto. Y lo hará. Por favor, cesen con el constante pedido de un punto medio entre la prohibición absoluta y la anarquía tóxica. Se terminó la fumata pública. Es la ley.
Gustavo Cumbo Nacheli (Estados Unidos), DNI 26.398.677
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