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 miércoles, 17 de mayo de 2006  
Reflexiones
De reemplazantes y cargos docentes

Marcela Isaías / La Capital

La titularización de los directivos en las escuelas que se concretará el 1º de junio próximo debería vivirse en el ámbito educativo como una fiesta. Son muchos los maestros que esperaron por casi dos décadas para acceder a un cargo directivo por concurso de ascenso, y además el hecho significa un paso más en calidad educativa y en la reivindicación de un derecho por mucho tiempo postergado.

Desde la vuelta a la democracia en el 83 los concursos docentes han sido uno de los puntos más reclamados por los maestros, también vale decir uno de los menos considerados por los distintos gobernadores provinciales que se han ido sucediendo desde entonces. Y cuando el tema logró instalarse en la agenda de los sucesivos ministros fue gracias a la pelea sostenida por los maestros. Nadie regaló nada.

Es que si algo ha caracterizado a las distintas políticas educativas que se dieron a lo largo de estas dos largas décadas es la improvisación, el recambio permanente de funcionarios y la ausencia de planes coherentes para la escuela. Planes que por otra parte no demandan muchos secretos, sino sencillamente garantizarles a los cientos de niños y adolescentes el derecho a educarse, a recibir educación de calidad, con los mejores docentes.

Por si valiera recordarlo, la gestión que batió el récord de permanencia al frente de la cartera educativa provincial -de cuatro años- fue la de María Rosa Stanoevich, justamente la única funcionaria que tuvo la humildad (una virtud que pocos practican en el ámbito político y de gestión) de reconocer que lo hecho en nombre de la ley federal de educación fue un fracaso. Al menos en lo que respecta a la retención y calidad prometidas con la extensión de la obligatoriedad, el polimodal, la capacitación docente y las escuelas técnicas (La Capital 22/04/06).

En ese período, la ausencia de concursos encontró una buena excusa: los cambios que prometió la llamada transformación educativa y la necesidad de aggiornarse al nuevo vocabulario, siglas, programas y términos hasta el hartazgo rebuscados que sirvieron para distraer la atención. Esto sin contar la buena cantidad de cursos de "reconversión" de los títulos docentes (para estar a tono con las nuevas demandas) que muchos institutos privados supieron aprovechar muy bien.

En el medio, los docentes siguieron dando clases. Y la ausencia de una discusión seria de la carrera y la profesión docentes, traducida en la falta de concursos, jubilaciones en tiempo y forma (con una remuneración digna) y un Estado más dedicado a controlar el ausentismo (algo que favorece precisamente a quienes abusan de las licencias médicas y no tienen el más mínimo interés de estar frente al aula) que en promover la jerarquización del oficio de educar, contribuyeron a una distorsión del sistema.

Mientras tanto hubo anuncios y promesas de mejoras para la carrera docente, repentinamente borrados y de nuevo vueltos a hacer públicos con cada ministro que aterrizaba en Educación.


Palabras poco oportunas
En septiembre de 2001, por medio de un decreto, se titularizó a más de 15 mil docentes, con la idea de darles "estabilidad" en sus cargos. La norma pretendió hacer el trámite de titularizaciones "más rápido". Sin embargo, además de desconocer el principio de los concursos como la mejor garantía para contar con docentes idóneos en las aulas, hasta la fecha no logró concretarse y ha generado no pocas situaciones de injusticia entre los maestros y profesores.

Recién en diciembre de 2001 se conoció la convocatoria para normalizar las plantas docentes mediante los concursos respectivos. El primero de estos llamados fue para los profesores de escuelas medias y técnicas, que recién en marzo de este año -y prueba mediante- lograron titularizarse en sus cargos directivos. El examen para los de EGB y nivel inicial llegó en el 2003, y será el que ahora se concrete el 1º de junio cuando asuman en sus puestos los maestros de la ex primaria.

En el 2004 una ley aprobada por la Legislatura provincial obliga a que los concursos docentes se realicen con cierta regularidad.

Pero en el medio quedan varios de vieja data por resolverse como el de los Centros de Capacitación Laboral (Ceclas), los talleres de educación manual y los centros de educación física. Por ejemplo, estos últimos hace 25 años que no renuevan sus directivos, aunque en el 2004 se convocó al concurso pero distintos recursos judiciales presentados por los mismos docentes paralizaron el proceso hasta la fecha.

Recordar, refrescar la memoria sirve para entender por qué para muchos maestros y para el mismo sistema esta coronación de un largo proceso de luchas e indiferencias se vive como una fiesta. Mientras para otros, como los docentes reemplazantes (que han reemplazado por varios años en un mismo cargo) comenzará en junio próximo la angustia que genera la pérdida del empleo.

Una pérdida que se inscribe en esta historia de políticas educativas poco serias y respetuosas del ejercicio de la enseñanza. Y aunque de antemano se piense que "no hay derecho al pataleo", porque se sabe de antemano que quien reemplaza a otro docente está de paso en el cargo, la historia al menos debe contemplar el beneficio de la duda y una invitación a pensar una salida conjunta.

Porque si hay algo claro es que los reemplazantes tienen nombre y apellido, han estado frente a los alumnos, enseñando lengua, las ciencias o los primeros números. Muchos no han cobrado ni siquiera en las mismas condiciones que sus pares. Han puesto la cara frente a los padres, participado de reuniones plenarias donde se discuten los proyectos que orientarán el trabajo de un año escolar y hasta han dedicado tiempo a completar planillas y papelerío que el propio Ministerio de Educación demanda, muchas veces sin objetivos o razones claras.

La fiesta no puede ser plena entonces cuando se escucha decir que "los docentes reemplazantes no pierden ningún cargo porque nunca lo tuvieron". Estas palabras pronunciadas por la ministra de Educación de Santa Fe, Adriana Cantero, más que una respuesta a una demanda de difícil solución resultan poco oportunas, demuestran falta de imaginación para responder con humildad a la angustia de sus maestros, pero además generan desagradables asociaciones, propias de otras épocas.
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