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sábado,
11 de
febrero de
2006 |
Yo opino: estudiante del mundo
Sebastián ocampo (*)
Accedí a las becas de los Colegios del Mundo Unido después de haber superado las pruebas de selección y con esa pizca de suerte del destino necesaria cuando se participa en instancias de este estilo. Es que hay tanta gente deseando ganarla que se piensa, hasta en el mismo momento de haber sido elegido, "¿cómo he llegado hasta aquí?".
Llegué al Colegio Armand Hammer, ubicado en los bosques de New México, en los Estados Unidos, a mediados de agosto de 1995. En los patios del lugar había chicos de todas partes: Holanda, México, Islas Fiji, Alaska, y para serles sinceros de algunos países que yo apenas si había oído o ni siquiera conocía, como Bostwana o Islas Cayman.
Ese primer día, después de un largo viaje y somnoliento, mi buddy (una especie de guía que me asignaron) me pasó a buscar para ir a merendar. Al sentarme en ese amplio edificio, con tantas mesas, con gente tan diferente, con gestos y palabras tan desconocidas para mí, fue ese instante una experiencia excepcional.
En el colegio fueron sucediéndose diferentes etapas de adaptación, finalmente pude pulir bastante mi inglés, lo que no fue fácil y requirió muchas tardes de sentarme entre un grupo de gente que hablaba y se reía de cosas que yo veía pasar como los cuadros de una película en chino. Pero los sinsabores de la adaptación pronto se fueron opacando al encontrarme en un "mundo" que me abría un sin fin de posibilidades a realizar y compartir.
Entre ellas, jugar al fútbol en un equipo internacional, poder realizar tareas comunitarias con ancianos, trabajar con chicos discapacitados, viajar a observatorios de astronomía a ver eclipses, escuchar conferencias sobre poesía, o grupos musicales que visitaban el colegio. Cosas impresionantes como presenciar a tres monjes tibetanos realizar un Mandala con arena de colores y unas particulares técnicas.
En abril de 1996, viajé al norte de México, a un lugar verde y montañoso llamado el Cañón del Cobre. Con chicos de Serbia, Lituania, México, Colombia, Perú, Mozambique, entre otros, habíamos conformado una especie de circo con bailes y representaciones de nuestros lugares.
Además de presentar la muestra cultural, hicimos largas caminatas por los valles, escuchamos charlas sobre la historia del lugar, el idioma, las costumbres, arreglamos tanques de agua, las instalaciones eléctricas de algunas escuelas, dimos cursos de primeros auxilios, cosas para lo cual el colegio nos había preparado. No podía creer de lo que estaba participando, yo que apenas si alguna vez había hecho unos dibujos para la revista del centro de estudiantes. Los Colegios del Mundo Unido fueron una experiencia de vida irrepetible, tal vez haya otras similares, pero se siente como única.
Coordinador y ex becario
de los CMU en Rosario.
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