Año CXXXVII Nº 49022
La Ciudad
Política
Economía
Información Gral
El Mundo
Opinión
Escenario
La Región
Policiales
Cartas de lectores


suplementos
Ovación


suplementos
ediciones anteriores
Turismo 05/02
Mujer 05/02
Economía 05/02
Señales 05/02
Estilo 21/01
Educación 30/12

contacto
servicios
Institucional

 miércoles, 08 de febrero de 2006  
Noción de enfrentamiento y credulidad pública

Hernán Lascano / La Capital

De lo que pasó en la chatarrería no pueden hablar los empleados, que estuvieron fuera del campo de las acciones, ni los ladrones, que están muertos. Sí puede hablar la policía, que lo está haciendo desde el momento que las balas dejaron de silbar en Cerrito y Lavalle. La policía es la que contará oficialmente lo que pasó.

Es muy nuevo este hecho como para sentenciar qué ocurrió. Pero no es nuevo el guión fijo que se usa para contar hechos como éste. Son repertorios históricos que, como las obras de esas viejas compañías de comediantes, se representan de forma rutinaria, sin matices y siempre del mismo modo. En esos casos la existencia del libreto surge con más visibilidad que su contenido.

Cuando investigó a la policía del partido de La Matanza en los 60, Rodolfo Walsh hacía constar una notable eficacia: según los partes preventivos se enfrentaba de manera abierta con delincuentes, raramente sufría heridos o muertos y siempre infligía bajas en número extraordinario. Walsh hablaba de ese rendimiento, en realidad, para delatar todo lo que había de artificial y de encubierto en un concepto que, oficialmente, se designa con el vocablo enfrentamiento.

Esta sola referencia suele levantar como un resorte la irritación policial. Al mismo tiempo esa indignación tiene una acción subsidiaria: acallar cualquier objeción a la conducta de tirar a matar. Veamos qué suele decirse en casos como estos.

"Eran delincuentes probados en tiroteos previos". Lo que lleva a otro tópico: "Volvieron a tirar y murieron en su ley". Es cierto, los ladrones del lunes pudieron tirar. Pero más cierto es que pocos dudarán de que tiraron, no tanto porque lo hayan hecho ahora, sino porque lo hicieron en el pasado. Y mucho mas cierto aún es que, si los acribillaron sin ninguna otra variante, la policía tendrá de su lado la aceptación casi automática de ese argumento, haya sido o no así.

"Si ningún policía fue lastimado es porque son profesionales", dice otra consigna. Por eso mismo y porque sabían lo que iba a pasar, dicen en Tribunales, era esperable una intervención menos cruenta. Por las dudas: nadie desea que un policía salga herido en un tiroteo. Pero en un enfrentamiento a balazos, como indicó la policía que hubo, los impactos suelen contarse de ambos lados. En la chatarrería sólo hubo impactos en uno.

Es posible, cómo no, que todo haya sido como lo consigna la policía. Pero la fuerza, como el pastor de la fábula, carga sus propias mañas en la mochila: aunque se irrite con los desconfiados es ella misma, con su historia, la que vive sembrando sospechas sobre su accionar. El más alto nivel policial rosarino contó que Pocho Lepratti había baleado el patrullero 2270 y que su muerte fue consecuencia de la réplica a su acción. Si no hubiera habido testigos que contaron que eso era una flagrante mentira quién sabe lo que habría pasado. Hay miles de ejemplos por el estilo.

Que se debe reprimir el delito es irrefutable. Que hay policías que arriesgan su vida en esa tarea, lo mismo. Que a veces en ello pueden llegar a la situación límite de tener que abrir fuego, es cierto. Pero cuando se tira de cualquier manera -y tal vez este no haya sido el caso- cualquiera puede morir. Por eso el Estado democrático, más allá de este hecho, debe descargar todo su rigor para averiguar qué pasó y dejar claro que para abrir fuego siempre debe haber un motivo. Y que éste debe explicarse. Más si la historia oficial la cuentan los que tiran.
enviar nota por e-mail
contacto
Búsqueda avanzada Archivo

Notas Relacionadas
Investigan la conducta policial en un intento de robo que dejó tres muertos



  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados