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| sábado,
28 de
enero de
2006 |
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El paraíso de los periodistas políticos
La confitería del tradicional hotel céntrico es un refugio usual del ambiente futbolístico vinculado a Newell's Old Boys. Es que el presidente del club del parque Independencia hace rato que la tiene elegida como búnker. Pero últimamente le han salido competidores al barbado dirigente, y no precisamente del lugar que él se imaginaba. Es que otro hombre conocido por la pilosidad facial ha convertido al boliche en un símil de oficina cuando llega a Rosario. El Chivo Agustín Rossi, en efecto, se instala en una mesa discreta y café tras café teje y desteje: la voluminosa agenda de reuniones del jefe de la bancada de diputados nacionales del justicialismo expresa con nitidez la nueva importancia que ha adquirido su figura en el mapa partidario. Pero además del Chivo, hay otro apelativo del reino animal incluido en la lista de nuevos habitués: en este caso, se trata de un Tigre. La presencia del ex intendente rosarino Héctor Cavallero también es habitual en el bar, y el que aterriza de vez en cuando es Miguel Lifschitz. Sin dudas, un auténtico paraíso para los periodistas políticos.
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Perdidos en la noche
Se los ve desorientados, sin rumbo por la ciudad, casi como si fueran barcos a la deriva en el vasto mar nocturno. Claro, el puerto donde usualmente atracan está cerrado por reformas y los fanáticos de La Sede, el boliche situado en la esquina de San Lorenzo y Entre Ríos, prácticamente no saben qué hacer con su vida. Periodistas, narradores, poetas, actores, intelectuales y bohemios de toda laya y calibre están esperando ansiosamente la reapertura del bar donde consumen gran parte de su tiempo libre. Hasta entonces, casi no existirán. Calma muchachos. Todo llega.
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El polvo no siempre hace feliz al hombre
El eficiente funcionario del área de información pública de la provincia tuvo una jornada ajetreada días atrás cuando debió acompañar al gobernador Obeid en una dura recorrida por el norte de la provincia. Es que el muchacho iba en el auto que seguía al vehículo del mandatario santafesino y los largos kilómetros que recorrió por desiertos caminos de ripio no contribuyeron a reforzar su habitual elegancia. Dicen que cuando, terminado el azaroso periplo, puso los pies en tierra no había demasiados elementos que permitieran distinguirlo de la tierra misma. Qué se le va a hacer, son gajes del oficio. |
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La Ciudad
