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 domingo, 20 de noviembre de 2005  
Interiores: reconocimiento

Jorge Besso

Se trata de un acto, de un gesto o de unas palabras cargadas de gratitud de alguien precisamente agradecido por las circunstancias, la providencia, los padres, los hijos, los maestros, los superiores, los amigos, los vecinos, o con cualquier colega de especie. Pero la gratitud no es el único sentido que se pone en juego, ya que el reconocimiento implica reconocer un verbo fundamental por la amplia polisemia que tiene en nuestra lengua con más de quince significados distintos y emparentados.

En cuanto al concepto de reconocimiento en muchas ocasiones el diccionario lo define como "acción y efecto de reconocer y reconocerse". Es interesante que la voz oficial de la lengua recurra a la fórmula "acción y efecto", lo que nos induce a imaginar acciones que no tengan ningún efecto. Sería el caso de la carta pastoral de los obispos donde denuncian el crecimiento de la desigualdad y de la insolidaridad. Con toda probabilidad el documento de 14 carillas publicitado en todos los medios no tendrá mayores efectos, sobre todo en lo que respecta a la pobreza, a menos que se radicara la denuncia donde corresponda, es decir ante los dueños de la riqueza que engendra pobreza.

Mucho más difícil es imaginar un efecto que no tenga ninguna acción, ya que el efecto en sí mismo implica una acción, salvo que se piense en el mismo ejemplo, y entonces nos topamos con el escándalo de la pobreza como un efecto sin que motive ninguna acción destinada a suprimirla. Más aún si se trata de la caridad tan propia de los obispos que pueden ayudar a los pobres, pero no a la erradicación de la pobreza que la bendita caridad sostiene. En este sentido sería bastante más útil que en lugar de denunciar la desigualdad que no requiere mayores denuncias, en tanto que salta a la vista, condenar lisa y llanamente la riqueza, por ejemplo como un pecado capital y del capital.

Luego de la fórmula de acción y efecto se nos habla de reconocer y reconocerse con lo que se abren las dos dimensiones por las que puede y debe circular el reconocimiento: hacia fuera y hacia adentro. Se trata, por ejemplo, del "reconocimiento del terreno" expresión habitualmente utilizada en el fútbol cuando los jugadores realizan una exploración previa del campo antes de jugar el partido. El problema es que a lo largo de la vida no siempre tenemos esa posibilidad, y de pronto nos encontramos en medio del campo de juego sin demasiados reconocimientos previos. Es lo que sucede en el juego del amor donde las preparaciones previas son más bien inútiles o inexistentes.

Lo cierto es que en el terreno del amor o en el que sea siempre estará en juego un doble reconocimiento: un reconocimiento interno o uno externo. ¿En qué consisten estos dos reconocimientos? El externo o hacia fuera es con toda evidencia el reconocimiento del otro, en el sentido del valor, la importancia y lo que le debemos al otro. En cuanto al interno sin lugar a dudas es tan difícil, o aun más que el anterior, ya que se trata del reconocimiento de nuestro terreno no tanto en lo fértil, sino en lo infertil, no tanto en lo llano sino en lo escabroso, en definitiva en lo conflictivo que podemos ser para los demás, y no a la inversa.

Llegados a este punto es el momento de ir directamente a lo que bien podría ser el problema central, presentado en forma de dilema que en muchos aspectos es lo que corresponde tratándose de humanos: ¿el deseo de reconocimiento o el reconocimiento del deseo? Clásica pregunta psicoanalítica que representa una opción entre dos caminos bien diferentes que en la vida cotidiana se mezclan en proporciones variables. El deseo de reconocimiento es el camino de la neurosis, ya que el humano es un enfermo, es decir una especie de adicto al reconocimiento. Razón por la cual una de las vías más usuales del sufrimiento humano es el no reconocimiento por parte del otro, muchas veces más imaginario que real.

El camino opuesto es el del reconocimiento del deseo en el sentido del reconocimiento del terreno de nuestro propio deseo. La operación dista mucho de ser obvia, ya que desde el primer momento venimos a este mundo por el deseo de otros que vienen a ser los padres (en la versión clásica de ser padres), o en algunas de las nuevas formas que se insinúan actualmente. La cuestión es que buena parte de estos deseos los llevamos puestos en nuestra existencia, y si bien muchas veces nos ayudan a caminar, muchas otras nos hacen caminar por donde quizás no queremos.

Uno de los capítulos fundamentales en la conjugación del verbo reconocer es el referido al reconocimiento de los errores. Se entiende en este punto los errores propios, operación habitualmente dolorosa en tanto que una de las pasiones más frecuentes entre los humanos es tener la razón lo que vendría a constituir un error crónico del que conviene aliviarse cuanto antes. Finalmente, la operación más compleja en lo que respecta al reconocimiento exige una doble capacidad: el reconocimiento de la diferencia y el de la igualdad.

Las sociedades actuales ponen las diferencias al servicio de las desigualdades profundizando una herencia que el siglo XXI debiera cuestionar. ¿Qué herencia? La pesada herencia del desconocimiento en una doble dimensión: el desconocimiento de los otros y el desconocimiento de sí mismo. Subvertir la pesada herencia implica la posibilidad de un orden distinto que pueda combatir la epidemia del desconocimiento en el sentido de conocer mejor y conocernos mejor. Y esa es la importancia del reconocimiento de la diversidad, que uno puede ser distinto y que las cosas pueden ser distintas para erradicar la involución de la intolerancia de la que los fundamentalismos religiosos y no religiosos son tan responsables.
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