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miércoles,
16 de
noviembre de
2005 |
Rabia de inmigrantes en Francia
Estoy de acuerdo con los que piensan que la rabia de los jóvenes inmigrantes de Francia puede contagiarse a otros territorios. Sin embargo, hay una diferencia que marca la "paradoja francesa". Visité París en 1960, 1970, 1980 y a comienzos de este siglo. Observé una constante en el comportamiento de sus habitantes: muestran sin pudor los síntomas de una marcada xenofobia. Las respuestas al que pronuncia mal el francés, al que aparenta ser menos instruido o al portador de conocimientos distintos son el rechazo, la descalificación y hasta la burla. No discriminan, como en otros países, al mal vestido, ni a los pigmentos diferentes de las pieles blancas, negras o amarillas. Pero si perciben algún grado de hipoalfabetismo se vuelven despreciativos y ofensivos. La paradoja surge cuando alguien intenta mostrar un nivel de conocimiento más acentuado que el de ellos sin ser connotado como alguien "superior". Es difícil que se presten a un diálogo o al intercambio simétrico como si la famosa tríada "fraternidad, equidad y libertad" comenzara a titilar o se apagara por la elite intelectual. Por eso, cuando imagino a esos niños y adolescentes desechados del sistema educativo, inmigrantes no adoptados, ni integrados culturalmente, me explico la reacción de rabia irracional y el comportamiento animal. También la gran diferencia del comportamiento furioso que hoy muestran los jóvenes y el contestatario de aquel mayo de 1968 cuyas revueltas comenzaron justamente en las aulas... Si hubieran utilizado estrategias de inclusión o algún Daniel Barenboim hubiera ensayado "con-ciertos" para el entendimiento, en lugar de tirar tanta vida joven a basurales, guetos o desiertos, Francia no estaría pasando esto. Nadie ataca si no fue atacado, nadie incendia si no le quemaron las esperanzas y los derechos a un mañana preñado de infinitos proyectos.
Mirta Guelman de Javkin
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