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domingo,
13 de
noviembre de
2005 |
[Arte]
Un museo en movimiento
Roberto Echen es el curador jefe del Museo de Arte Contemporáneo de Rosario. A un año de su apertura repasa los inicios de la propuesta y avanza sobre el futuro
Lisy Smiles / La Capital
Había que inaugurarlo. Ya estaba la fecha. El 16 de noviembre de 2004, un día antes del inicio del Congreso Internacional de la Lengua Española. Ese día abrió sus puertas el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario (Macro), un proyecto gestado desde el Museo Municipal de Arte J.B.Castagnino (MMAJBC) y que desbordó la convocatoria. Hoy es un referente para artistas, críticos e investigadores. Roberto Echen es su curador jefe, y es casi imposible que se quede quieto, va y viene, parece que se detiene pero en realidad está mirando un nuevo punto hacia donde avanzar. Esa es su forma y su fondo, es un contemporáneo tanto como el Macro. "La fijeza no podría ser nunca un concepto para este espacio, ni conceptualmente, ni espacialmente. Este edificio te está pidiendo cambios constantemente", advierte con cierto orgullo.
El Macro funciona dentro de un silo. Imagen que la ciudad ya incorporó, pero que en sus inicios fue un desafío. Se trabajó sobre un concepto de fábrica, de producción constante. Era la posibilidad de pensar ese espacio para un antimuseo, era lo que ofrecía ese edificio. La idea capturó a sus hacedores y el sitio ya alberga una colección de 300 obras. En diálogo con Señales, Echen detalla el proyecto
-¿Cómo recuerda el inicio del Macro?
-El Macro surge como un espacio de arte del Castagnino cuando Fernando Farina asume la dirección. Ahí me convoca como coordinador de arte contemporáneo. Después se suma Fernanda Calvi, que trabajaba en la producción de eventos, y Nancy Rojas como pasante de catalogación de obras. El puntapié inicial se dio cuando nos presentamos a un concurso de la Fundación Antorchas que ofreció en donación una primera colección de arte contemporáneo argentino de 28 obras muy importantes. Lo que nos exigieron como contraprestación fue armar una colección que por lo menos fuera igual de importante a la que se nos donaba, compuesta con artistas rosarinos que ya tuvieran trayectoria. Nos habían pedido 50 obras. Empezamos a trabajar, se llegó a 100 en dos meses. Las incorporaciones se hicieron como donación, la Fundación Castagnino apoyó la idea, entregando 500 pesos a cada artista como algo simbólico, la Municipalidad también aportó. Fue asombroso. Se desbordó la previsión. La colección estaba pidiendo a gritos otro espacio. El Castagnino no podía albergarla. Ahí es cuando aparece la posibilidad del Macro.
-¿Cómo surgió lo de los ex silos Davis?
-Primero había aparecido como posibilidad la vieja sede del Banco Nación, pero ese edificio no puede funcionar nunca para un museo de arte contemporáneo, porque el mismo edificio es un museo. Entonces cuando surge lo de los silos pensamos que estaba buenísimo. Es el antimuseo, un edificio vertical, con una sala por piso, era como una locura. Dijimos "esto tiene que ver con nuestro concepto de un museo contemporáneo", que tiene que ser móvil, continuamente, y no esa secuencia horizontal que organiza todo el espacio muy direccionado. Y hasta tuvo una primera inauguración el 9 de diciembre de 2003, antes de que (Hermes) Binner dejara la Intendencia, y en realidad no sé qué inauguramos. Después estuvo cerrado un año. Y se inauguró el 16 de noviembre del año pasado, el día antes de que comenzara el Congreso de la Lengua. La primera fue como una avant première. Estuvimos unos cuantos meses trabajando como museo pero se estaba poniendo a punto el edificio. Eso es hipercontemporáneo, más contemporáneo no puede ser (risas).
-El asombro parece ser la actitud que provocó el Macro desde que abrió.
-Para nosotros, que estamos acá todos los días, es un permanente asombro. Siempre están ocurriendo cosas y nosotros mismos nos encontramos proponiendo cosas a cada momento porque parece que esto nos llevara. Ese tipo de situaciones tiene que ver con lo contemporáneo, la fijeza no podría ser nunca algo para este ámbito, ni conceptualmente, ni espacialmente.
-¿En esa idea se enmarca concursar la pintura de su frente cada tres años?
-Sí, es así. La idea es que se cumpla. Lo que ocurre actualmente es que cuesta pensarlo porque como está ahora se convirtió como en un ícono rosarino, entonces aparece como medio difícil repintarlo cada tres años. Pero también es bueno que el emblema sea que siempre va a estar cambiando. Acá el visitante no es un espectador, tiene que estar construyendo la muestra, porque esta muestra es vertical. Y a mí me parece que el arte contemporáneo pasa por ahí, dar a pensar al otro, no darle algo masticado.
-¿Qué reciben de quienes visitan el museo?
-Bueno, justamente ahora, para el cumpleaños, tomamos el libro de visitas y vamos a editar las quejas. O sea, publicaremos el libro de quejas. Tomamos las más interesantes, porque eso es lo que nos alimenta. Los halagos que podamos recibir son muy lindos, pero la queja es bárbara. El tipo que viene y siente esa casi furia es fantástica, porque es ahí donde se está produciendo algo interesante, donde ver obra está conmocionando. La gente no dice: "Esto no me gusta y me voy". Dice: "Esto es una falta de respeto". Hay críticas como: "Lo único bueno que tiene esto es la vista". Y eso es buenísimo. Ahí es donde aparece otra de las áreas del Macro: el departamento de educación, que es fundamental, porque un museo, y más uno de arte contemporáneo, es un lugar de formación, por lo menos tiene que tener cierta propuesta pedagógica. Hay algo que nosotros no hacemos, visitas guiadas. Son visitas charladas.
-¿Y cuál es la reacción ante su forma?
-Esta cosa de que el museo es como chico y vertical nos permite también pensarlo como un punto de partida. Para nosotros el Macro es toda la ciudad, es todo el espacio urbano; el arte contemporáneo tiene que ver fundamentalmente con el espacio urbano. Entonces, para nosotros el Macro empieza en este edificio pero continúa.
-De hecho, ese concepto comenzó a verse en la Semana del Arte.
-Exactamente, y tenemos más propuestas que vamos a llevar adelante el año que viene. Vamos a afichar toda la ciudad, con una obra que gane un concurso, como si fueran afiches publicitarios. Se llamará "Cartelera 2006".
-¿No existe temor de caer en la institucionalización?
-Creo que hay ciertas dicotomías como lo oficial y lo independiente que son bastante metafísicas. En este momento las cosas no se mueven así. En algún momento de la modernidad fuerte esto sí pudo ser cierto, lo oficial en realidad era lo retrógrado y lo de avanzada aparecía por otros lugares, pero eran tiempos de las vanguardias. No es este momento. Basta ver lo del Castagnino, que se pone en la avanzada de la producción rosarina de arte contemporáneo.
-¿Cómo juegan en esta historia el mix Estado y privados?
-El mix se produce como una cuestión de necesidad. Nosotros somos una institución del Estado, pero sin plata del Estado, lo cual es bastante difícil. Entonces ahí tiene que aparecer lo privado; si no, no podemos abrir el museo. Eso también tiene que ver con este cambio que se produce en Rosario, y no sólo en Rosario. Lo privado se acerca cada vez más a los lugares de la cultura, como sponsoreo. Este museo tiene miembros fundadores que han puesto entre 5 mil y 10 mil dólares.
-¿Cuál es la deuda o desafío?
-Una deuda que a mí me interesa saldar es que nosotros tenemos una posibilidad histórica maravillosa que es asociar lo contemporáneo y lo histórico, porque tenemos un museo que se desdobla y que todavía no lo hemos logrado, creo que estamos intentando hacerlo. Estamos en una posición privilegiada, es como una bisagra, eso lo vamos a seguir construyendo.
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"No sé bien qué es ser curador. Creo que ya soy un sanador".
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