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domingo,
13 de
noviembre de
2005 |
Tema del domingo
El sistema político argentino no existe en ningún otro país
Diversos hechos que se están produciendo en estos días muestran efectos no deseados de la disolución de las estructuras de los partidos políticos que sobrevino en la Argentina tras la crisis de 2000-2001. Incluso estamos en presencia de una ruptura ya preocupante del sistema partidario en el país. El escándalo producido en la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires ante la imposibilidad de tratar el juicio político a Aníbal Ibarra estuvo acompañado por un hecho verdaderamente patético. En una acción que muestra claramente lo que es una actitud tránsfuga el médico Eduardo Lorenzo, Borocotó, quien fue elegido recientemente por el macrismo porteño, se fue al bloque kirchnerista en una actitud teñida por las sospechas y las peores interpretaciones. La actitud, digna de una novela del realismo mágico latinoamericano, deja de manera patente sobre la mesa la debilidad del sistema político.
Por ahora, la propia ruptura interna del justicialismo ha llevado a que el presidente Néstor Kirchner busque a su alrededor y fuera de su partido aliados para el Frente para la Victoria, lo cual en un país presidencialista como la Argentina y con un Ejecutivo que ha avanzado fuertemente sobre las funciones del Poder Legislativo, conduce peligrosamente a un hegemonismo difícil de imaginar en un funcionamiento republicano.
Si no hay un sólido sistema de partidos que se sirvan de contrapesos unos a otros, es difícil imaginar el devenir democrático. Después se puede discutir si ese sistema es bipartidario y multipartidario, pero lo que queda claro es que sin al menos dos agrupaciones con peso propio se hace muy difícil imaginar un futuro con alguna calidad institucional.
El debilitamiento del partido radical hace muy difíciles los reacomodamientos, pues por ahora no hay una estructura que pueda contener incluso a los siete gobernadores del partido de Leandro Alem que están en pie, por aludir sólo a los puestos más expectantes y que podrían servir para ese esquema mencionado, pero sin olvidar a los cientos de cargos políticos ocupados por militantes radicales a lo largo de la república. También están los que responden a partidos provinciales, fenómeno que todavía tiene algún peso nacional.
La semana que pasó, el gobernador mendocino Julio Cobos convocó en Buenos Aires a sus seis pares radicales para comenzar a armar una estructura a fin de insertarse en el concierto nacional. Incluso recibió un llamado del ex intendente de Rosario y diputado nacional electo, el socialista Hermes Binner, con quien quedó en reunirse para hablar en ese sentido.
El mandatario mendocino, que tiene buenas relaciones en la Casa Rosada pero mantuvo su perfil radical en los últimos comicios, se encontró con una situación tan dispar entre los otros radicales que se hizo difícil avanzar firmemente en algo en común. Pues los hay ya definitivamente kirchneristas, como así también quienes se siguen sintiendo bajo el paraguas de la Unión Cívica Radical. ¿Hubiera sido pensable hace un tiempo que funcionarios radicales estuvieran con un pie en su partido y otro en un difuso movimiento que proviene del peronismo, pero no termina de ser algo distinto?
Es claro frente a este panorama que el diálogo con el socialista Binner por parte de Cobos estará también condicionado a la debilidad de ese futuro frente radical, aunque esto no debe ser una traba para realizar el intento de un diálogo.
El particular estilo del presidente Kirchner y la nunca resuelta interna del partido peronista no contribuyen a la consolidación de un sistema de partidos, sino que más bien atentan contra ella. Debería quedar explicitada al menos cual es la nueva modalidad de hacer política que se pretende en la Argentina. No se debe olvidar que el presidente no sólo no hace reuniones periódicas con su gabinete, sino que desde que asumió no ha dialogado nunca con algún opositor. Supongamos que el mentando Frente para la Victoria se consolida y se transforma en un nuevo partido. Algo similar al Tercer Movimiento Histórico con el que soñaba Raúl Alfonsín en 1983, ¿qué tendrá enfrente, cuál será el contrapeso para que una democracia parlamentaria funcione?
El presidente Néstor Kirchner, si es un estadista, debería estar tan preocupado en consolidar una oposición como en constituir el frente que cree necesitar para llevar adelante al país. La Argentina tiene hoy un esquema político único en el mundo, donde un grupo que está en el gobierno no tiene relaciones claras ni siquiera con el partido que lo llevó al poder. Ni hablar de dialogar con la oposición.
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