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 domingo, 06 de noviembre de 2005  
Acrobacia y sufrimiento en la cornisa del ridículo

Hernán Lascano / La Capital

Como si fueran pocas nuestras desmesuras y vanidades, los periodistas lidiamos a veces con ciertos otros vergonzantes aprietos. No con esa cosa proclamada y medio aburrida de exponerse ante la verdad y el compromiso, sino con la cuestión de poner el cuero ante el ridículo. Un cronista con mínimo sentido de pertenencia al mundo tiene, a veces, graves problemas formales con esa herramienta que usa cotidianamente, que es la lengua. Los problemas se presentan de muchos modos pero uno particularmente odioso surge cuando una pauta puramente técnica, la del lenguaje periodístico, impone sus rigores haciendo que el más mundano de los editores se sienta empujado de cabeza al absurdo.

Tres días sufriendo para titular la nota que encabeza esta página. Se puede hablar de glúteos manoseados, de senos deshonrados y hasta de increíbles tocamientos inverecundos. Pero no funciona. No es así. Uno queda tan desaforado como cuando le da a alguien el pésame, para lo que nunca hay palabras. Tan fuera del mundo como al anunciar a alguien con el pomposo título de "licenciado" o como si en un asado del secundario uno oyera decir a su mejor amigo: "¿te placería degustar una costillita más?".

Hay cosas que solamente pueden decirse de una forma y si uno intenta variantes al nivel de la escucha o la lectura se produce una catástrofe. Para contarles a los editores de qué se trataba esta nota el periodista, que es un ser humano, explicó: "Es el caso de una mujer que le pegó un tiro a un vecino porque le tocó el culo". Ahí surgió el contratiempo. Un tema interesante y dramático para tratar, que requiere además respeto porque una persona perdió la vida. Pero un infierno para abordarlo ileso desde el lenguaje periodístico.

A veces alguna acrobacia semántica ayuda a zafar con cierta dignidad la imposibilidad de ser coloquial. Acá no. No hay medida, ni estrategia, ni contorsión del lenguaje que permita reemplazar la expresión "tocar el culo" y salir airoso. Que el lector haga la prueba y diga en voz alta: "Tocar la cola". Casi con certeza experimentará algo horrendo. Seguro que lo mismo padecieron los camaristas cuando estamparon en el texto la desconcertante expresión "tocamientos inverecundos".

Tato Bores decía que lo más distintivo de los argentinos no es el asado o el mate sino el uso alevoso de eufemismos. La advertencia se cierne sobre nosotros como un fantasma y promete expulsarnos del paraíso. Son detestables gajes del oficio y queremos seguir trabajando. Si Fontanarrosa le pidió al mismísimo presidente de la Real Academia Española una amnistía a las malas palabras fue justamente por estas cosas.
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