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 viernes, 04 de noviembre de 2005  
candi
Charlas en el Café del Bajo
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-Vivimos tiempos difíciles, Candi, en lo individual como en lo social. Pareciera que el ser humano de estos días ha perdido mucho de aquello que en el pasado implicaba, pese a la problemática inherente a la vida, sosiego y predecibilidad. Hoy el hombre vive agitado, preocupado, con cierta ira que lo acompaña en forma más o menos permanente y más o menos intensa. Y este es un problema del mundo, no sólo de este país. Aunque, es cierto, estas dificultades se hacen más profundas en regiones subdesarrolladas como la nuestra.

-Sí, pero de todos modos debemos aceptar esta realidad sólo para superarla o, al menos, para procurar por todos los medios atravesarla. Cuando aquí corremos el velo y mostramos situaciones poco felices, lo hacemos con el propósito de que se conozca esa realidad o lo que suponemos nosotros es la realidad para cambiarla. Alguien decía que "no hay que temer a las sombras. Sólo indican que en un lugar cercano resplandece luz". Esta es una frase que tiene un mensaje muy importante y muy profundo.

-Esperanzador. Podríamos hoy hablar de la esperanza.

-A mí me parece que la esperanza es una cualidad, un atributo que es propio del ser humano. Para decirlo vulgarmente diríamos que tener esperanzas es un sentimiento instintivo o incorporado a la estructura genética. Pero es cierto que a fuerza de decepciones, de fracasos, de frustraciones sucesivas, la esperanza se va perdiendo. Sucede como con el amor: si no se lo cuida convenientemente, los ataques del mundo pueden deteriorarlo, debilitarlo.

-¿Entonces?

-"El hombre superior siempre es fiel a la esperanza. No perseverar es de cobardes", decía Eurípides. Y desentrañar este pensamiento para observarlo en todas sus facetas es muy interesante. Podría decirse que la grandeza del ser humano está dada por la esperanza y esta esperanza no es un don que se obtiene mágicamente o que Dios lo entrega a quien se le ocurre, no. Como decía antes, la virtud de la esperanza es una herramienta incorporada a la estructura humana en el propio momento de la fecundación, es algo inherente al hombre. Cada uno tiene la facultad de usar esta herramienta, de conservarla adecuadamente para cuando se necesite. Eurípides en pocas palabras también dice qué es la esperanza. No es, ciertamente, una "espera pasiva". No es pensar, por ejemplo: "Espero que Dios o el vecino, o mi papá, o mi hermano, o mi amigo me solucionen este problema" y sentarse luego a esperar el maná caído del cielo. En realidad el maná ya lo mandó Dios dándole al hombre la virtud de la esperanza. Esperanza es pensar: "Espero que Dios y «yo» podamos juntos lograr que salga adelante". Luego de este pensamiento viene la acción.

-Podría decirse, entonces, que la esperanza es una "espera activa"

-Exactamente. Es una espera en acción para lograr modificar la realidad que nos aflige. Es, como dice Eurípides, perseverar en el propósito no sólo de pensamiento y palabra, sino de obra fundamentalmente. Una acción revestida de empeño. Ahora bien, la esperanza no puede caminar sola. Es decir, el pensamiento, la palabra y la acción necesitan de otra hermana sin cuya presencia el éxito es dudoso: la fe. Aquel que tiene esperanza, pero que no tiene fe, difícilmente logre el cometido. Si lo logra es porque Dios actuó por sí mismo para modificar la realidad, pero en general esto no ocurre, porque Dios no ayuda a quien no se ayuda. Es razonable que sea así. Todos, por ejemplo, ayudamos a nuestros hijos, pero si observamos que los señoritos cuando son grandes se tiran en un sillón cómodamente a esperar que los salvemos siempre, en un momento decimos: "¡Basta, lo único que logro allanándole todos los problemas es que no crezca, que no aprenda a vivir!" Entonces empezamos a ayudar cuando observamos que ellos también se ayudan, que muestran interés. Con Dios sucede lo mismo: estará a nuestro lado siempre y cuando nosotros también lo estemos. En suma: las cosas no están como queremos en lo social y por diversos motivos tampoco están como deseamos muchas veces en lo individual, pero hecha la diagnosis es necesario adoptar el remedio: esperanza (no esperar) y fe.

Candi II
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