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domingo,
30 de
octubre de
2005 |
El viaje del lector: la otra patria de Pinocho
Mi sueño siempre había sido viajar a Italia, la patria de mis abuelos y el impulso lo concretó mi hija, que está radicada en ese país como tantos otros jóvenes que se vieron en la necesidad de emigrar para forjarse un porvenir. Ella extrañaba a la familia y deseaba que viajáramos para comenzar con ella el nuevo año. Evaluamos la situación y la que estaba en mejor condición para viajar era yo, que contaba con un período mayor de licencia en mi trabajo. Estaba feliz de ir a visitar a mi hija, pero era la primera vez en mi vida que no compartiría la Navidad ni el Año Nuevo con el resto de la familia.
Llegué a Malpensa 45 minutos antes de la hora prevista, sabía que mi hija y mi yerno no estarían, porque desde su pueblo, Boves, hasta Milán, son cuatro horas de viaje. Habrían salido a la madrugada, pero con el tiempo justo. Me quedé en el hall del aeropuerto cambiándome el calzado y abrigándome. Era el 21 de diciembre, aquí comenzaba el verano y allí el invierno con temperaturas bajo cero, ya me estaba empezando a desesperar. Me cambié sin sacar los ojos a la puerta de entrada, cuando vi en el vidrio, como si fuera un gran espejo la imagen de los dos que estaban detrás mío. ¡Qué alegría, cuántos abrazos y besos!
Desde Milán hasta Boves, se puede resumir que fueron todas exclamaciones. También cuando al fin conocí a ese pequeño pueblo, en un valle en medio de los Alpes, pintoresco, maravilloso, con sus casas de tejas rojas, sus dos grandes plazas, Piazza Italia y Piazza del Olmo, con gente atenta y muy cordial, que me recibieron como si me conocieran de toda una vida.
Después de festejar Navidad mientras caían los copos de nieve lánguidos sobre la tierra, como si los ángeles estuvieran agitando sus alas, decidimos visitar Montecarlo, del otro lado de los Alpes. Ibamos por una ruta muy sinuosa, subiendo siempre por las montañas hasta que de pronto el auto abandonó la ruta y entró en un pueblo. No quise preguntar nada, tengo fama de preguntona y se suponía que todo debía ser una sorpresa. De pronto nos detuvimos y descendimos. Allí, frente a mí, había murales en las paredes de casi todas las casas con los dibujos de mi cuento favorito: Pinocho.
Por supuesto quise saber el por qué de tales murales y mientras íbamos mirando a cada uno de ellos, por lo menos ochenta, además de figuras en relieve en los jardines, preguntábamos a algunos pobladores. Así nos enteramos que Atilio Mussino había ilustrado el famoso cuento de Collodi para ser editado por primera vez como un cuento. Antes se había publicado en tiras diarias en un periódico.
Mussino vivía en Torino y meses después de haber terminado de ilustrar la historia murió su hijo en la guerra y al poco tiempo su esposa. Transido por el dolor, tomó a una empleada para hacer las tareas de la casa. Además de ser una excelente mucama, la mujer fue para él una gran compañera. Para olvidar, decidieron mudarse a Vernante, la ciudad natal de ella. Allí, en un ambiente completamente distinto sería más fácil borrar los malos momentos. Entre ellos los sentimientos se fueron transformando en amor y vivieron juntos por el resto de su vida.
Todo el pueblo de Vernante quería tanto a Mussino que además de ponerle su nombre a una escuela pensaron en pintar los murales con sus dibujos. Fue así que en 1989 dos pobladores comenzaron con los murales como un homenaje póstumo, convirtiendo a Vernante en la patria del Tío de Pinocho, ya que Collodi, una localidad de la Toscana, es la patria de Pinocho.
Continuamos nuestro viaje atravesando innumerables túneles, hasta llegar a Montecarlo. Tiene un cielo azul, el clima más cálido, barcos y lujo, pero nunca podré olvidar la hermosa historia de amor plasmada en las paredes de un pueblo agradecido.
Graciela Lucía Cinello (ganadora de ésta semana)
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Fotos
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Las calles ilustradas de Vernante.
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