
|
domingo,
30 de
octubre de
2005 |
Noche de brujas, una fiesta con historia
La celebración original de Halloween nació en Irlanda y tiene poco que ver con la estadounidense
Ana María Bertolini
Octubre es generoso con las mujeres (y también con los vendedores de chucherías): tras el Día de la Madre, el tercer domingo, el mes culmina los 31 con Halloween, la fiesta madre de las brujas, que encuentra en la cultura celta su verdadero origen.
Es que, contra lo que pueda creerse, Halloween no guarda más que un tibio parentesco con esa fiesta puritana, muy made in USA, en la que niños disfrazados piden caramelos a los vecinos; más bien, es todo lo contrario: una noche de disfraces para adultos, destinada al esoterismo.
Comenzó en Irlanda, hace unos 3.000 años, como un festival de cosecha de los celtas, para quienes el cambio de estaciones adquiría una importancia mágica.
Lo llamaban "Samhain" (su dios de la Muerte) y era su noche más importante, ya que ponía fin a la cosecha, y también al año. El 31 de octubre era para ellos lo que hoy es para todo el mundo el 31 de diciembre: la víspera del Año Nuevo.
Los celtas creían que esa noche se abría la ventana que el resto del año separaba el mundo de los vivos del de los muertos, y que las almas de los difuntos muertos el último año regresaban a visitar sus antiguos hogares terrenales.
Para mantenerlos contentos y evitar que los malos espíritus penetraran en sus hogares, ya que creían en la trasmigración de las almas (ver aparte), dejaban del lado de afuera suficiente comida, bebidas y dulces.
A su vez, se pintaban el cuerpo con horribles máscaras de color naranja y negro -que sugerían un tiempo de cosecha y de muerte- y se blanqueaban el pelo con cal, para asustar a las almas malignas, tal como hacían en tiempos de batallas, para asustar al enemigo.
La tradición celta de disfrazarse para asustar degeneró en el actual sweet or trick (dulce o treta) norteamericano: niños disfrazados van de casa en casa pidiendo golosinas y, si no las obtienen, se vengan ensuciándoles las ventanas a los vecinos con tiza y jabón.
El miedo y el terror a la noche de Halloween -expresados en los disfraces con calaveras, máscaras monstruosas, calabazas luminosas y sábanas fantasmales- vienen de aquella creencia, de que los muertos regresaban esa última noche de cosecha a visitar a los vivos.
Tras la conquista de los romanos, el Samhain celta se contagió de los aires mucho más desenfadados y alegres del festival de Pamona, la diosa romana de los Jardines y Huertos.
Y más adelante, sufrió otra mutación con el advenimiento del cristianismo.
San Pablo había aconsejado no combatir las fiestas paganas, en general muy divertidas, imponiéndoles una fiesta religiosa, muy austeras y de oración, porque nadie iba a querer trocar alegría en sacrificio. Lo que había que hacer era desaparecerlas por adosamiento; esto es, inventar una celebración cristiana para el día anterior o posterior, de manera que con el tiempo ambas se confundieran y terminara sobreviviendo la religiosa.
Así fue como se instauró el 1º de noviembre como Día de Todos los Santos Inocentes (en memoria de los mártires cristianos) y el 2 de noviembre como Día de Todos los Muertos (por los difuntos adultos).
Pese a tanto esfuerzo, el 31 de octubre sobrevivió, aunque reconvertido en la víspera del día de Todos los Santos ( all hallow's eve), expresión de la que derivó el nombre de halloween con que se lo conoce en inglés.
Los celtas nunca aceptaron las tradiciones cristianas y mucho menos las protestantes, y por eso es que, en Europa y América latina -y cada vez más en la Argentina- subsiste el 31 de octubre como noche de magia y adivinación, de tarot y horóscopos, de runas y supersticiones.
En fin, una noche de brujas a bordo de escobas, y de gatos negros atildados con moñito punzó, no por federales, sino contra la envidia. (Télam)
enviar nota por e-mail
|
|
Fotos
|
|
La fiesta fue instaurada hace 3.000 años.
|
|
|