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sábado,
29 de
octubre de
2005 |
Irán, como la Alemania del 30
Jorge Levit / La Capital
El llamado del presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, de borrar de la faz de la Tierra al Estado de Israel ha producido un cimbronazo en las relaciones internacionales y retrotrajo conceptualmente el conflicto del Medio Oriente a la década del 70. La revolución islámica de 1979 que lideró el ayatolá Khomeini para desalojar al pro occidental sha Reza Phalevi generó un efecto multiplicador en todo el mundo musulmán. La interpretación radicalizada y antojadiza de esa confesión monoteísta se desparramó por el mundo y sus consecuencias, 26 años después, están a la vista, sobre todo a partir del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001.
Khomeini, entre las profundas reformas hacia la ortodoxia religiosa que implementó en Irán, dispuso la celebración anual de manifestaciones antiisraelíes que ahora se exacerban con el pedido del mandatario iraní —un ultraconservador elegido en junio pasado— de eliminar a los israelíes de la Tierra.
Desde los discursos de Hitler a partir de 1933 —aunque en ese entonces no existía el Estado de Israel— hay pocos antecedentes de que otro jefe de Estado haya llamado públicamente a destruir a una nación entera. El lenguaje de Ahmadineyad no es muy distinto al utilizado por los nazis hace más de seis décadas, aunque se trate de contextos políticos e históricos diferentes.
En 1940, en un artículo publicado en el periódico “Das Reich”, Joseph Goebbels, ministro de Propaganda alemán, escribía que “la histórica responsabilidad del judaísmo por el estallido de la guerra ha sido probada. Querían la guerra y ahora la tienen y la profecía de Hitler de 1939 se está cumpliendo”.
¿A qué profecía se refería Goebbels? Hacía mención a la conclusión del largo discurso que el 30 de enero de 1939
—antes de la invasión a Polonia y el estallido de la guerra— dirigió Hitler ante el Parlamento en ocasión de cumplirse el sexto aniversario de su designación como canciller. Estas fueron las frases centrales de su mensaje: “Una cosa yo desearía decir en este día que será memorable. En el curso de mi vida he sido con frecuencia un profeta y usualmente he sido ridiculizado por eso. Durante los tiempos de mi lucha por el poder los judíos recibieron mis profecías con risas cuando yo anunciaba que algún día sería el líder del Estado y me ocuparía de ellos. Esa risa fue escandalosa. Hoy seré una vez más profeta. Si los judíos de adentro y afuera de Europa triunfan en sumergir a las naciones una vez más en una guerra, el resultado no será la bolchevización de la tierra y así la victoria del judaísmo, sino la aniquilación de los judíos de Europa”. Se comprobó después que los nazis pretendían eliminar a once millones de judíos europeos, incluidos ingleses y rusos, países que también planeaban invadir. La historia que sigue es conocida.
Pero la historia de hoy, con Irán, es tal vez tan o más compleja que la de la Alemania nazi: el líder de un país con asiento en las Naciones Unidas y sospechado de llevar secretamente un plan de desarrollo nuclear llama a destruir a otro Estado. No es necesario ser profeta para advertir que el Medio Oriente y todo el planeta pueden convertirse en un polvorín con algo más que pólvora.
“Si Dios quiere seremos testigos de un mundo sin Estados Unidos y sin la entidad sionista (por Israel). Tal como dijo Khomeini, Israel debe ser borrado del mapa”, fueron algunas de las frases que pronunció el presidente de Irán ante unos cuatro mil estudiantes universitarios.
En un momento tal vez único en el conflicto palestino-israelí, Irán retoma consignas que los propios palestinos han abandonado hace años. La Autoridad Nacional Palestina que lidera el moderado Mahmoud Abbas reconoce el derecho a la existencia del Estado de Israel y está dispuesta a llevar negociaciones definitivas que culminen en la creación de un Estado palestino, una legítima aspiración que no puede demorarse más.
Abbas recuperó la totalidad de los territorios en la franja de Gaza, pero no logra imponer su autoridad, resquebrajada por los grupos terroristas que esta semana mataron a civiles israelíes en un mercado de la ciudad de Hedera. Con Irán tirando nafta en el incendio y brindándole soporte ideológico a los grupos que dejarán la lucha sólo cuando no exista el Estado de Israel, los nubarrones nunca desaparecerán del horizonte.
Pese al discurso de Ahmadineyad, el mundo musulmán e Israel avanzan cada día más en sus vínculos políticos. Una prueba de ello es la reciente reunión en Turquía de los cancilleres de Pakistán e Israel. Las relaciones del Estado hebreo con Egipto, Jordania, Marruecos y la propia Turquía son algunas pruebas más.
El desafío iraní de destruir Israel y su convocatoria pública a llevarlo a cabo arroja un mar de inestabilidad no sólo en esa región del planeta porque, por ejemplo, los vínculos comerciales de muchos países europeos con el país persa son importantes.
Más allá de los intereses políticos o económicos, lo de Irán no debería tomarse sólo como una bravuconada. Lo crucial para Occidente es determinar con precisión si Irán está en condiciones de producir en el futuro armamento nuclear. Y no puede haber equivocaciones: Irak vive una masacre cotidiana por una invasión justificada en la búsqueda de poder destructivo masivo que nunca se halló. Por eso y para este nuevo escenario, Estados Unidos no es el mejor actor. Sus antecedentes, con George W. Bush y sus halcones del Pentágono a la cabeza, son peligrosos. Nada es blanco o negro como se pretende hacer ver. Las relaciones maniqueas en un mundo globalizado, violento y desigual no pueden tener buen pronóstico. Pero la historia sí puede ofrecer alguna lección sobre la compulsión del ser humano a repetir y tolerar situaciones pasadas, aunque hayan sido terriblemente trágicas.
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