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domingo,
11 de
septiembre de
2005 |
[Lecturas]
Una fábula sin moraleja
Narrativa. "Yo era una niña de siete años", de César Aira. Interzona, Buenos Aires, 2005, 125 páginas, $18.
Irina Garbatzky
"Yo era una niña de siete años" es una novela que narra la experiencia de la invención desde la mirada de la infancia. Mediante el recurso al cuento de hadas tradicional, César Aira elabora una fábula sobre la creación, en donde intervienen la magia y la risa.
La protagonista, "una niña de siete años princesa de un país de cuento de hadas", según ella misma se presenta, nos cuenta sus vicisitudes en el reino de Vizcaya. Padre, madre e hija conforman las majestades de este reino, cuya particularidad es el haber sido creado por pleno vigor y voluntad de la imaginación del padre, quien no siempre fue rey. En un pasado mítico, fue empleado de oficina y vendió su alma con tal de cumplir todos sus deseos y satisfacer a su mujer. Después de algunas peripecias, este padre-mago junto a su hija se verán en el trance de emprender un viaje que los llevará por bosques que evocan los imágenes de Lewis Carroll y del surrealismo.
La novela de Aira tiene la estructura de los cuentos de hadas. Sin embargo, a diferencia de lo convencional, es una fábula sin moraleja final.
Este no es un detalle menor: si la moraleja es el fundamento que hace posible y necesario el relato de la fábula tradicional, su ausencia en esta novela destaca su falta de necesidad. En efecto, en el reino de Vizcaya, donde todo es posible, no interviene la necesidad en la generación y concreción de proyectos. El motor que construye el mundo no son las necesidades, morales o materiales, sino nada menos que el deseo.
Cuando un hecho está privado de causa recibe el adjetivo de absurdo. La tarea de invención de mundos a partir del deseo, por más disparatada que parezca, es tomada muy en serio, y en todo caso remite a lo que debe consistir todo arte verdadero. Aira realza el valor de una literatura que retome el programa de las vanguardias, en donde más que el resultado se ponga de relieve el procedimiento de realización: "No se trata de conocer sino de actuar. Y creo que lo más sano es devolver el plano a la acción, no importa si parece frenética, lúdica, sin dirección, desinteresada de los resultados, tiene que desinteresarse de los resultados para seguir siendo acción", señala el autor, en su artículo "La nueva escritura".
En este sentido los juegos de la infancia son un ejemplo excelente de la invención vanguardista. Tanto en el juego como en el proceso creativo el placer se sitúa en el presente, que conjuga el mundo real con el mundo imaginario. Al igual que la vanguardia, el juego infantil no posee un fundamento racional o utilitario, y al basarse en la imaginación no tiene limitaciones de tiempo ni espacio.
La mirada de la infancia es un privilegio para un escritor cuyo único deseo debe ser seguir creando. César Aira, que desde 1975 ha publicado más de 50 libros y que permanentemente anuncia el título de una próxima novela, aprovecha la mirada infantil para mostrar que los objetos del mundo son extraños, desvinculados de los fines cotidianos. Son objetos de un mundo visto por primera vez.
En la trama de la novela la protagonista es raptada por los "hombres chivo", quienes imponen al padre, como precio de liberación, el truco de que las burbujas del champagne, en lugar de ir de abajo hacia arriba vayan de arriba hacia abajo. Al igual que los escritores incomprendidos, el padre-mago se ve en el apuro de ser humillado por el resto de la sociedad como "brujo de milagros idiotas". "Es cierto que hay hombres que satisfacen las necesidades de la economía hogareña con su trabajo", dice la niña, "pero hay otros que no pueden. Quizás él era de ésos. Por eso tuvo que crearse una leyenda".
Por eso, como en toda aventura, su transcurrir es a través de una tierra de leyendas, que tiene lo mejor de los elementos del nonsense y del surrealismo.
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