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domingo,
11 de
septiembre de
2005 |
[Lecturas]
El retorno del emigrado
Ensayo. "Museo del chisme", de Edgardo Cozarinsky. Emecé, Buenos Aires, 2005, 140 páginas, $ 26.
Jorge Carrión
La puerta de un libro es su portada. El que nos ocupa muestra a una mujer susurrándole algo a un hombre. Enseguida llega el recibidor (la dedicatoria, las citas, el índice, los subtítulos). En la dedicatoria de "Museo del chisme", Cozarinsky establece una filiación inicial con un estudioso de la historia de la lectura, Alberto Manguel, en una conexión que hibrida -es de suponer- amistad y afán legitimador. Citas de Bousset y de Borges anuncian la primera sección del volumen, "El relato indefendible", el ensayo cuya primera versión de 1973 mereció el premio de ensayo La Nación, donde el autor vindica la importancia del chisme como vehículo de conocimiento y analiza su relevancia en las narrativas de Proust y James.
Un aforismo de Karl Kraus abre la segunda y principal sección del volumen, "Museo del chisme": "Considerar que muchas cosas son insignificantes, y que todo significa". El epígrafe podría situarse como primera página de las imposibles obras completas de Cozarinsky (imposibles porque deberían recoger páginas e imágenes), porque resume a la perfección su afán de narrar la Historia desde los márgenes, desde las historias, desde las biografías infames y los relatos que ningún historiador desearía desarrollar. Otro aforismo de Kraus, citado en "Vudú urbano", podría ser la puerta de salida de esa recopilación imposible: "La civilización se acerca a su fin cuando los bárbaros escapan de ella".
Las anécdotas recogidas en su último libro han perdido la intención crítica (la creación de un contra-espacio y de una contra-historia) de su obra literaria anterior (y que empieza a diluirse en "El rufián moldavo") y en buena parte de su producción cinematográfica, aunque las anécdotas viajen por Europa, el norte africano y América latina, el espacio que ha transitado su "never stop questioning" (su divisa vital, según se dice en "El pase del testigo").
Los sesenta y nueve fragmentos (sic) que componen el museo abundan en los chismes sobre (homo)sexualidad, hábitos socialmente reprobables y detalles marginales de aristócratas y escritores de la historia occidental. Pero no intenta esta vez proseguir con su investigación en sus temas esenciales: la emigración, el exilio, las dictaduras, la historia negra, el desarraigo. Hay una serie de textos (titulados "Mandl and friends") que en otra época hubieran desembocado en una película o en un ensayo próximo al relato. Su protagonista es Fritz Mandl, heredero de una fábrica austriaca de armamento: llegó a Buenos Aires en 1939, se relacionó con Perón, bailó en el Embassy de la calle Florida, se divirtió con "magnates marítimos como Aristóteles Onassis, griego de Esmirna". Los elementos son perfectos para una obra en la línea de "Boulevares del crepúsculo" o "Hotel de emigrantes", el mejor texto de "La novia de Odessa".
Pero en estos momentos Edgardo Cozarinsky está en otra fase de su trayectoria, en un cambio de aliento. Cada vez es mayor el tiempo que pasa en su ciudad de origen y menor el europeo. Podría hablarse de una transición. El año pasado estrenó el film de ficción "Ronda nocturna", que se abre con el mapa de Buenos Aires de una estación de subterráneo. Ese es su espacio: la ciudad. Y su impulso: el de la muerte. El mismo contexto es el de "Squash" (Teatro Sarmiento, 2005), el biodrama que ha dirigido a partir de la historia personal de uno de los personajes de "Ronda nocturna".
La dimensión más interesante de Cozarinsky (la escritura de una contra-espacialidad), por tanto, se ha diluido en esta fase de su creador; tal vez porque, como dice Emily Dickinson en una carta a Higginson, "para un Emigrante, el País es vano excepto si es el suyo". Y, según parece, Edgardo Cozarinsky, que se fue a París y se quedó allí casi por azar, ha regresado al fin al único país que no les es vano: para reformularse.
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