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domingo,
11 de
septiembre de
2005 |
Editorial
Los reclamos y su fundamento
Se han vuelto últimamente una postal habitual del día a día en la Argentina. Pero ya no los protagonizan desocupados, sino asalariados. Paros y movilizaciones constituyen la expresión de pauperizados trabajadores que buscan recuperar parte del terreno perdido durante las décadas pasadas.
Son la noticia que sacude más habitualmente, en los últimos tiempos, la vida cotidiana de los argentinos. Huelgas, paros, manifestaciones, movilizaciones, derechos, reivindicaciones, salarios, jubilaciones, dignidad: en ese heterogéneo grupo de palabras se podría resumir el espíritu que anima a quienes protagonizan estos hechos, que recorren además un nutrido y diverso grupo de actividades, que va desde integrantes de orquestas sinfónicas hasta maestros y médicos.
Se trata de un cambio y de uno de fondo: mucha gente, simplemente, ya no tolera seguir viviendo del modo en que lo ha hecho hasta ahora. Son asalariados, a diferencia de un tiempo atrás, cuando eran exclusivamente desocupados quienes salían a las calles o las rutas a expresar su enojo.
Y semejante modificación en la geografía de los reclamos pinta con nitidez los alcances de la recuperación económica que se vive en la Argentina. Por más que muchas veces se expresen de manera salvaje y perjudiquen a la comunidad, en su trasfondo se percibe un fundamento acerca de cuya legitimidad no pueden quedar dudas.
El viernes pasado, por ejemplo, una docente de una humilde escuela de la zona sur de Rosario verbalizaba sus inquietudes delante de las cámaras de la televisión en la plaza Sarmiento. ¿Qué pedía la joven? Nada excesivo: un salario que le permitiera cubrir sus necesidades básicas, que por fortuna iban mucho más allá de lo alimentario. "Yo alquilo", planteó. Y luego comentó su bienvenida necesidad de adquirir libros, y su deseo de ir al teatro y al cine. ¿Es mucho pedir? Salta a la vista que no.
Pero durante demasiado tiempo los trabajadores padecieron en el país una situación dramática. Acosados por la recesión imperante, el creciente desempleo y el consecuente temor al despido, aceptaron condiciones lejanas de las ideales. Así, sueldos bajos, pérdida de la obra social, jornadas de extensión inhumana o trabajar sin reconocimiento especial alguno en fines de semana o feriados se convirtieron en cuestión cotidiana.
El desastre que aconteció a fines de diciembre de 2001 pospuso aún más cualquier demanda, pero el presente signado por la reactivación ha instado a los pauperizados sectores medios a luchar por sus conculcados derechos. Lamentablemente en no pocos casos quienes padecen su accionar son inocentes, como en el caso de los alumnos de las escuelas públicas santafesinas, afectados por la impaciencia de un sector sindical.
Pero el telón de fondo de la lucha social que acontece hoy en el país se vincula indisolublemente con la justicia. Convendrá no olvidarlo.
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