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 domingo, 11 de septiembre de 2005  
Panorama político
Las encrucijadas de Obeid y Lifschitz

Jorge Obeid y Miguel Lifschitz deberían internalizar una máxima de la sociología política tan contundente como veraz: no hay mejor marketing electoral que una buena gestión. Néstor Kirchner, a su vez, ya sabe que la vocinglería y las denuncias al por mayor, pero sin pruebas, finalmente saturan a la ciudadanía que, al fin, termina modelando (y educando) las desaforadas estrategias de campaña.

La semana pasada esfumó de Rosario los eslóganes poco sustanciosos del tipo "la Barcelona argentina", "el ejemplo de las Naciones Unidas" o "la capital del sentido común".

Como primera línea del análisis no debe dejar de reconocérsele a la administración socialista todo lo bueno que ha hecho en tantísimos años de gobierno, algo que, más allá de las lucubraciones teóricas, los propios habitantes le han reconocido convirtiendo al PS en oficialismo permanente en la segunda ciudad del país. No hay otra explicación para entender cómo se convierte en imbatible un partido que en el resto del país es apenas un sello también asaltado por el virus de la mala política. Y si no, que lo refute Héctor Polino, quien denunció fraude en las internas porteñas que lo enfrentaron a Norberto La Porta.

Dicho esto, resulta evidente que un grupo de titulares de licencias de taxis (que lo único que vienen ofreciendo es un pésimo servicio) le doblaron la mano a la racionalidad e impusieron sus condiciones a pura altanería. Si bien lloverán argumentaciones en contra de esta afirmación, la primera salida al conflicto se resolvió de la misma manera de siempre: los perdedores fueron los rosarinos que, en pocos días más, deberán gastar más dinero para acceder a unidades que, en muchos casos, lucen desvencijadas, fuera de época y convertidas en un bien escaso.

El sentido común es, a veces, el menos común de los sentidos: en un país en el que mucha gente pugna por obtener un trabajo digno que le permita asomar las narices sobre la línea de la pobreza, ¿por qué no se habilitan nuevas licencias, se abre el juego, se bloquean los monopolios y se demuestra que, en verdad, la imaginación es imprescindible para gobernar? Algo de esto es lo que solicitó el concejal del ARI Pablo Javkin, quien junto a otros pocos ediles pareció entender de qué se trata.

El intendente no podrá decir: "Nadie me avisó que esto iba a ocurrir". Hace casi dos años, en un hotel de calle San Lorenzo, alguien previno a Lifschitz sobre la secuencia que por estos días lo tuvo a maltraer. Además, y por sobre todo, antes de ser candidato tuvo a su cargo el área de Servicios Públicos.

Las responsabilidades son compartidas. El Concejo Municipal sesionó otra vez (¿y van?) bajo la presión de un grupo de exaltados que llegó hasta a agredir físicamente a algunos de los ediles, además de convertir al edificio en blanco predilecto de piedras y huevos podridos. Sin embargo, los representantes de los usuarios rosarinos votaron rápidamente el aumento de la tarifa y dejaron para más adelante la imprescindible incorporación de tecnología y la urgente obligación de imponer el servicio de radiotaxi.

Desde el inicio de la posdictadura hasta hoy, ninguna administración logró resolver la madre de todos los conflictos rosarinos, que es la calidad del transporte, al margen de la cuestión de la seguridad, área que corresponde al gobierno provincial.

"Hoy cualquiera toma un taxi porque no nos aumentan la bajada de bandera. Entonces trabajamos lo justo y necesario", se escucha ¿justificar? con frecuencia a numerosos dueños de taxis. Más rápido que el Burrito Ortega para fundamentar contracturas, el Concejo les dio la razón.

Pero, paralelamente, los que aún siguen sin poder acceder a ese servicio padecen la ausencia de colectivos en horario nocturno, una carencia que, como dijo un edil opositor, enmascara el tema de moda.

No hay que ser muy avispado para barruntar qué es lo que se viene más temprano o más tarde: los propietarios de las líneas de transporte solicitarán un incremento del boleto. La secretaria de Servicios Públicos, Clara García, tendrá de ahora en más la obligación de plasmar en la realidad lo que prometió: "Hay que recomponer la red de comunicación para que los vecinos puedan pedirlos (a los taxis), proveer seguridad a quien está al volante y brindar una herramienta al Ejecutivo para controlar el servicio".

Lifschitz sabe que un recrudecimiento de la cuestión drenará su altísima imagen positiva entre los rosarinos, pero también conoce que los funcionarios que no están a la altura del conflicto son fusibles que, indefectiblemente, deberán saltar. Los hechos por venir debieran empezar a operar como un boletín de calificaciones para quienes tienen la responsabilidad de cambiar lo que funciona mal.

El gobernador Obeid también carga sobre sus hombros con una pesada tarea: desactivar el interminable conflicto con los docentes que, poco a poco, va convirtiendo a Santa Fe en una de las provincias con menos horas de clases en el año. Más allá de la ya trillada acusación de "paro político", "maniobra de la izquierda" y de sindicar al "socialismo, al ARI y al Partido Obrero" como autores intelectuales de la catarata de huelgas, lo cierto es que el anquilosamiento y la ausencia de medidas innovadoras favorecen el recrudecimiento de un intríngulis que pega en el corazón de la sociedad.

Cualquier gobierno debería preservar las cuestiones vinculadas con la educación como un cirujano trata de mantener a resguardo un órgano neural.

Si es que más de 4.000 docentes pasan los 60 años, y muchos de ellos tienen ante sí la tarea de dar clases y oficiar de padres sustitutos en la mayoría de las escuelas, el Ejecutivo tiene ante sí la oportunidad de cambiar de plano la situación. Y no se trata de una ambición descabellada: hoy, como nunca, Santa Fe es la provincia que más contribuye al explosivo crecimiento macroeconómico del país.

Es tiempo de que sus gobernantes defiendan algo más que el auxilio nacional para el financiamiento de la Caja de Jubilaciones. Muchos centros educativos tienen como función principal oficiar de comedores escolares resignando calidad a la hora de formar intelectualmente a miles de chicos.

Un dato resulta ilustrativo para conocer las diferencias de fondo entre los países desarrollados y los que pelean por salir de los infiernos. Bill Clinton ganó su pasaporte a la presidencia de Estados Unidos al exigir que los maestros aprobaran exámenes de competencia para mantener sus empleos. A través de esta propuesta demostró su preocupación por la educación y su independencia de los sindicatos de maestros.

¿Imagina el lector cuál sería la respuesta de la constelación de gremios locales si a algún funcionario se le ocurriera algo similar? ¿Algún gobernante tiene dotes ejemplificadoras para exigir lo propio?

La autoexigencia y el mérito como vía de ascenso son malas palabras en una Argentina dominada por la vulgaridad y las puestas en escena. La amenaza de una nueva huelga de 72 horas formulada por Amsafé para esta semana obliga a todos los involucrados (gobierno y sindicato) a extremar la capacidad de diálogo, aunque más no sea sacando de la galera esas inocuas rondas o comisiones de consulta que, a menudo, son la escala para un nuevo conflicto.

El mantenimiento del problema también debería obligar a replanteos en el Ejecutivo (aunque el titular de la Casa Gris repita que nadie le cambia los funcionarios por el diario) y en los gremios. Una opción que, en estos tiempos crispados, suena a utopía.

Resultó cuanto menos llamativo el fervoroso reconocimiento publicitario de la Municipalidad de Rosario al Día del Maestro, igual que la carta de Hermes Binner instando a los educadores a esperar "el camino de cambio en Santa Fe" que dice representar en sus afiches de campaña.

Ahora nadie se extrañaría si el justicialismo rosarino envía sus congratulaciones por alguna fecha cara a los sentimientos de los taxistas. Así estamos. Por fortuna, la convivencia política en la ciudad les pone freno a determinadas teatralizaciones, comunes en otros ámbitos geográficos.

El almanaque electoral es el único marco de referencia que guía las conductas de la dirigencia, aunque en los oídos de los gobernadores haya caído como maná del cielo la intención del presidente Néstor Kirchner de aumentar un 50% el presupuesto destinado a la educación.

Antes de que las encuestas sesgadas, el palabrerío hueco y los insultos cruzados terminen de ganar todo el escenario de cara a las elecciones legislativas de octubre, los auténticos líderes deberían convencerse de que, a la hora de la verdad, no hay spot publicitario que reemplace a lo trascendente: ni más ni menos que una buena gestión.


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