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domingo,
11 de
septiembre de
2005 |
Interiores: gobiernos
Jorge Besso
Gobernar es una cuestión siempre candente, en todo tiempo y lugar. Sucede por lo general que cuando se habla del gobierno se entiende siempre y en primer lugar el gobierno de un país, o en un nivel un poco inferior el gobierno de un estado provincial o municipal, además de los variados gobiernos institucionales.
Sin embargo también en el nivel individual se habla del de cada cual, en el sentido del gobierno de sí mismo. Encontramos a los humanos en el entrecruzamiento de varios gobiernos que se podrían resumir de la siguiente manera: cada uno de nosotros se encuentra en la intersección de los gobiernos políticos y de los individuales. Visto así, el mundo se compone de una legión de gobernados y gobernantes, de forma que los gobernantes en un lugar y en un tiempo son los gobernados en otros, en una rotación cotidiana más o menos imperceptible.
Claro está que hay gente que ni son gobernantes, ni lo serán, ni son gobernados, y probablemente tampoco lo serán y son todos aquellos que viven en la pobreza extrema o por debajo de la línea de la pobreza. Un extremo puede ser la pobreza, al igual que la riqueza, puesto que son extremos indisociables. Gobernantes y gobernados circulan por este mundo en proporciones variables.
Así una madre o un padre, por ejemplo, tienen un cierto gobierno sobre sus hijos que no es el mismo que tiene sobre sus dependientes o dirigidos en su trabajo sea en la oficina, fábrica, aula y demás. Que a su vez son lugares en que otros pasan de gobernantes a gobernados, y todas estas divisiones están muy lejos de ser claras o nítidas, ya que muchas veces la gente quiere mandar en su casa como en la empresa, o en la empresa como en su casa. Confusiones al por mayor y al por menor, según pasan los años y todo lo demás.
A estas complejidades se agrega la mayor de todas: la confusión, la superposición y la identificación del gobierno con el poder. Se podría pensar que cuanto más separaciones y al mismo tiempo relaciones, entre gobierno y poder, cuanto más diferenciaciones y al mismo tiempo articulaciones entre gobierno y poder existan en una sociedad, tal vez lo mejor sea su organización política tanto respecto de una democracia verdaderamente democrática como también respecto de la imprescindible distribución de la riqueza, en lugar de la propagación de la pobreza.
Por el contrario cuando el poder toma el gobierno, cuando el poder es el gobierno es de esperar con toda seguridad las peores consecuencias y en ocasiones las peores tragedias. Los ejemplos en la historia de la humanidad son más que elocuentes y por desgracia demasiados frecuentes. Con todo, no es nada fácil pensar cuál es el ejemplo más claro del poder copando el gobierno, es decir cuál sería la peor de las dictaduras.
En todo caso en ese listado de "favoritos" no puede faltar Hitler, una de las máximas encarnaciones del poder destructor, y al mismo tiempo un ejemplo terrible de alguien que progresivamente iba perdiendo el gobierno de sí mismo en la misma proporción que se creía y se veía en la cúspide del mundo, escoltado y entornado por un séquito que creyó que había encontrado a Dios en la tierra. Basta mirar una vez más las imágenes de "La caída" para ver el desgobierno de sí mismo del poderoso alemán metido en una cueva: un bunquer de paredes de súper hormigón que las bombas aliadas que sembraban la muerte en Berlín no podían penetrar. Superparedes que tampoco podían impedir que al líder alemán se le fuera esfumando el poder y sus órdenes sin cumplimiento sepultadas en las ruinas de la ciudad.
Como se sabe, una de las esencias de la democracia consiste en una organización política consistente en la división tripartita del poder: el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Pero una de las notas fundamentales es la separación entre el gobierno, a cargo del ejecutivo, y el resto de los poderes. Esta división entre lo ejecutivo y lo legislativo es lo que de una u otra manera suele ser violada en cualquier parte del mundo, y es esta seguramente la principal causa de la corrupción.
En cierto modo en el individuo existe también la misma disociación de poderes entre la acción y el pensamiento, entre lo ejecutivo y lo deliberativo, entre lo resolutivo y lo tramitativo. El gobierno y el poder en el ser humano tampoco coinciden totalmente, lo cual es de agradecer. Lo contrario sería de temer. Si la gente pudiera hacer, y hacerles a los otros todo lo que quieren y todo lo que se les ocurre, el mundo sería tan invivible que no existirían problemas de seguridad. Simplemente no existiría. Más por suerte que por desgracia, estamos limitados. Y la limitación se basa fundamentalmente en esta escisión entre gobierno y poder que persiste aún en la mayor parte de las locuras, salvo en las más extremas.
O dicha escisión desaparece en normalidades que apenas disimulan su desvarío, para colmo en seres con las mayores responsabilidades, y que en lugar de gobernar dedican su esfuerzo y su tiempo, y el esfuerzo y el tiempo de sus colaboradores a gigantescas demostraciones de poder (se trata, claro, del innombrable Bush) para mostrar, justamente, que su poder no tiene fronteras, o sea límites. Todo a partir de la inyección de omnipotencia que le inyectan millones de votantes en una sociedad donde los adictos al poder son mayoría.
Una vieja distorsión se ha consagrado en las cabezas de la mayor parte del mundo: no se busca el poder para desarrollar políticas, sino que se hace política para obtener el poder, y luego para conservarlo. El poder no se comparte, en tanto y en cuanto el humano aprende a compartir en el jardín de infantes y dedica el resto de su vida a olvidarlo. Seguramente es esta una de las razones por la que la fascinación por el poder conduce al desgobierno, tanto individualmente como socialmente.
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