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 domingo, 04 de septiembre de 2005  
Tema del domingo
Los países no se recuperan con facilidad de las caídas

Es habitual en estos días escuchar comentarios acerca de la recuperación de la Argentina provenientes de analistas económicos y políticos. También los funcionarios apelan a ellos. La base de esa recuperación se sustentaría, según esos discursos, en el mejoramiento de diversas variables de la economía que están fortificándose como antes no lo habían hecho y que son tomadas como fines en sí mismas para los análisis. Por ejemplo, el secretario de Industria de la Nación, Miguel Peirano, argumentó en el último Precoloquio de Idea que desde la década del 20 del siglo pasado Argentina no tenía un período sostenido de varios años de superávit fiscal como tiene en estos momentos.

  Este cuadro de situación lleva a pensar a la crisis estallada en 2000-2001 como algo del pasado, ya superado, y a visualizar un futuro inmediato auspicioso e incluso uno mediato que puede hacer abrigar algunas esperanzas. Se habla de una post crisis con soltura y se esgrimen para ello los distintos crecimientos económicos, con una única alarma en el incipiente proceso inflacionario, que no se duda en decir que es controlable casi a voluntad de los gobernantes.

  La reacción es típicamente argentina, país donde el corto plazo esconde los temas de fondo, pues si el problema de la Argentina estuviera en los crecimientos de las variables económicas hay otros períodos donde esa situación se ha dado y han terminado en un desastre. La experiencia más reciente es la década de 1990, en la que luego de un estallido hiperinflacionario hubo una gran expansión económica que luego de ciertas vicisitudes llevó a la debacle de 2000.

  La manera de reaccionar de la Argentina es la típica de los drogadictos en recuperación, cuando sin prever una recaída creen que porque han transitado un tiempo sin consumir drogas ya está todo solucionado. Y lo cierto es que el problema no reside en ese período de desintoxicación, sino en poder sostener en el tiempo la distancia de las sustancias que les envenenan la vida, algo que se da con extremo esfuerzo y no mágicamente de un día para otro.

  Los problemas de fondo que llevaron a la caída del 2000 siguen estando tan fuertes como siempre. La falta de un sistema institucional sólido y efectivo sigue siendo el hilo central de la vida argentina. La inexistencia de un sistema legal que se cumpla, con una población que no sólo no respeta las leyes, sino que no cree en ellas, sigue siendo el trasfondo de la existencia nacional. Ese sigue siendo el secreto a voces del fracaso argentino, pues más allá de circunstanciales caídas o subidas de las curvas de la economía, nuestra Nación no ha logrado nunca despegar sostenidamente. Siempre ha transitado de un extremo a otro, pero invariablemente a desembocado en algún pozo.

  Creer que porque hay superávit estamos en una etapa post crisis es no conocer la naturaleza del drama argentino, que nos ha llevado a colapsos cíclicos que se producen cuando las inconductas llevan al país a estallar por el aire y las contradicciones les ganan a los momentos de espejismos.

  Esta visión debe llevar a evaluar que tanto la despiadada batalla por la conservación del poder que se está llevando a cabo en estos días con vistas a las próximas elecciones, sobre todo en Capital Federal y provincia de Buenos Aires, como el ramillete de cifras económicas que muestran un futuro venturoso deben ser contrastadas con los índices inamovibles de pobreza estructural (la que baja es la movible, producto de un plan social más o menos o de un puesto de trabajo creado que mañana desaparece); con la caída estruendosa de los niveles educativos del país, no sólo en aspectos cuantitativos, sino en lo referente a la calidad, rubro en el cual la Argentina vive un desesperante proceso de decadencia, que hasta ahora es imparable; con la sostenida inexistencia de un sistema legal que sea efectivo y que realmente regle las relaciones entre los argentinos.

  A principios del siglo XX el Conde de Keyserling dijo que “la Argentina es el país del futuro, el problema es que lo será siempre...”. Salir de ese laberinto que nos mostró el alemán es el gran desafío argentino. No se sale de él con una circunstancial cifra de la economía, sino con cambios culturales que todavía no aparecen.


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