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 domingo, 04 de septiembre de 2005  
Reflexiones
De Nueva Orleáns a Santa Fe

Carlos Duclós / La Capital

"Sólo obedeciéndola se doblega a la naturaleza", decía Sir Francis Bacon y es precisamente lo que parece no ocurrir en nuestros días en donde, la humanidad en general y sus líderes en particular, la desafían y la violentan. ¿Qué nivel de responsabilidad le corresponde al hombre, que en gran medida ha recalentado el planeta, en los permanentes desastres naturales cada vez más seguidos y devastadores? Esta primera disquisición (casi al margen) es para adentrarnos en un tema en donde la mezcla de lo natural con lo político es indisoluble y las comparaciones insoslayables.

Y sin vueltas debe decirse que el país más poderoso del mundo, el que es capaz de reunir fuerzas bélicas y no bélicas que superarían a las de los demás países más adelantados juntos, ha sido víctima de un desastre natural que no pudo atenuar y mucho menos evitar el gobierno y que causó daños incalculables. La primera conclusión, simple, es que ningún poder sobre la tierra puede sobre el poder de la naturaleza y es precisamente porque eso se comprende en la sociedad norteamericana que a nadie se le ocurrió decir que el presidente George Bush; el gobernador de Louisiana, Mike Forster, o el alcalde de New Orleáns, Ray Nagin, no hicieron nada por impedir el desastre.

Si bien es cierto que hubo críticas porque la asistencia y el auxilio de parte del gobierno federal no fue todo lo rápida y eficiente que se aguardaba en una Nación preparada para el auxilio y amenazada por atentados terroristas de magnitud, la crítica más aspera partió del propio Bush: ""Los resultados no son aceptables", dijo y añadió: "Estaremos a la altura de las circunstancias. Y ayudaremos a las personas que necesitan ayuda".

A ningún demócrata en el Congreso se le ocurrió hacer política barata en torno del desastre y en pocas horas todos los legisladores habían aprobado una ampliación del presupuesto de diez mil quinientos millones de dólares, calificada "como un pequeño aporte inicial" para la ayuda inmediata. El líder de la mayoría republicana de la cámara, Tom DeLay, dijo que el Congreso proveería mayor ayuda humanitaria, combatiría la especulación de precios de la gasolina, daría asistencia a los negocios y a los desempleados, reconstruiría infraestructura y los sistemas de servicios públicos y ayudaría a las autoridades locales y fue avalado por todos los legisladores sin que se tengan noticias de insultos, reproches, discursos políticos con miras al rédito espúreo, como es habitual en otros países como Argentina.

Tampoco en el Estado de Louisiana, ante el tremendo huracán, se tuvieron noticias de legisladores peléandose o de dirigentes políticos de la oposición adjudicándole al gobernador responsabilidades incongruentes por el desastre. Claro, no por casualidad son la primera potencia del mundo: hay diferencias políticas, desde luego, pero estas diferencias jamás están por encima del interés de la Nación y a las pocas horas de haber protestado porque la ayuda no llegaba en la medida de lo necesario, el alcalde Ray Nagin se abrazó con Bush y dijo que ahora estaba confiado y más tranquilo.

Cuando ocurrió la inundación de Santa Fe, la verdad sea dicha, poco menos que se le adjudicó al entonces gobernador Carlos Alberto Reutemann el haber desbordado las aguas. Nadie se acordó de que la ciudad de Santa Fe tenía un intendente y que ante un desastre de tal magnitud le corresponde, sobre todo, al gobierno de la Nación acudir con el mayor auxilio posible. Como era el político más encumbrado, de mejor imagen y al que por razones claras pero no justificadas había que defenestrar, mucha energía, de muchos políticos, se dirigieron hacia él que, dicho sea de paso, se la pasó en medio de la calamidad hablando con la gente. Para ser sinceros, digamos que si hubieran sido Binner o Lifschitz los gobernadores hubieran padecido lo mismo, porque la cultura de la oposición en este país no está al servicio de la sociedad, sino al servicio del mezquino interés político.

No se puede negar que muchas cosas fracasaron en el marco de la ayuda que estructuró el gobierno santafesino y las responsabilidades que les corresponden a los entonces funcionarios no pueden esconderse, pero caben formularse las siguientes preguntas: ¿No fracasó el gobierno nacional? ¿No fracasó el gobierno municipal de la ciudad de Santa Fe? ¿Qué acciones contundentes en beneficio de los inundados desarrolló el arco opositor? ¿Fue Reutemann en realidad el gran responsable? ¿Por qué la oposición y hasta algunos ciudadanos centraron únicamente las críticas en su figura y no en otros funcionarios de su gobierno?

Es muy interesante lo que ha sostenido un encumbrado docente universitario de Norteamérica a propósito del huracán Katrina, la ruina que ocasionó y la ayuda que puede darse tras su devastador paso: "Hay una gran serie de factores contra los que puedes entrenarte. Pero para ser honesto, no es lo mismo que pasar por ellos". La frase le corresponde a Frank Cilluffo, director del Instituto de Políticas de Seguridad Interior de la Universidad George Washington y puede ser empleada para todos los casos de desastres. Pero la costumbre política vernácula obligaba y sigue obligando al cuestionamiento a veces mezquino, interesado, en vez de la unión para la ayuda. Esta cultura política opositora argentina -que es necesaria que sea crítica, pero no descarnada, veraz, pero no insensata- es la que colabora para que el país esté como esté.

Y ¡cuidado! que esta cultura de la necia confrontación se apoderó de casi todos los marcos políticos en donde no está al margen el peronismo, al que se podría, incluso, llamar muchas veces paradigma de la necedad. ¿Es juicioso que un presidente insulte públicamente a su "compañero" político, a la sazón su mentor? ¿Es prudente que en una ciudad santafesina o en toda la provincia de Santa Fe una corriente interna de un partido haga poco y nada en las elecciones generales porque apoyar al que resultó candidato, aunque sea un buen candidato, no conviene a los intereses internos? Si estas cosas ocurren en los senos de los partidos, ¿qué cosa se puede esperar de ellos como oficialistas y opositores en el poder?

Desde luego que una cuestión los une siempre y por lo general: el interés común que nunca es, por supuesto, el interés de la sociedad.
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