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domingo,
04 de
septiembre de
2005 |
Interiores: la omnipotencia
Jorge Besso
Acercarse a la definición de omnipotencia produce un cierto escozor, tanto por su brevedad como por su contundencia, ya que se nos dice que consiste en el poder omnímodo, atributo únicamente de Dios. El problema es que lo que está tan claro para la lengua, o al menos para la Academia, no lo está para los hombres, ya que en el planeta la omnipotencia abunda más que la potencia con la que muy a menudo se la confunde.
La cuestión no es para nada sencilla pues en la claridad de la lengua se trata de un atributo exclusivo de Dios, de lo cual se desprende que los hombres debieran cuidarse muy bien de atribuírselo, lo que está bastante lejos de ocurrir. Ahora bien, si Dios es un increado, con toda evidencia la omnipotencia es un atributo que de ninguna manera se atribuye a sí mismo, sino que efectivamente le pertenece, y en tal caso el creerse omnipotente es uno de los tantos pecados de los seres terráqueos que sueñan con estar en el cielo pero sin morirse. O bien, tienen sueños en estado de vigilia con cierta carga de omnipotencia, pues muchas veces los humanos fantasean con ganarse el Quini sin jugar.
Lo cual implica una neurosis más bien modesta, algo muy distinto a creerse Dios, pues con toda probabilidad de ser así se trata de la locura más extrema, mucho más si los otros se lo hacen creer, como es el caso de los votantes de Bush. En cambio si Dios no es un increado, es decir si se trata de una creación humana, entonces estamos frente a una construcción social, presente por lo que parece en todos los pueblos y en todas las sociedades, tal vez como una forma de que la omnipotencia humana quede cercada, y de ese modo acotada, en una figura divina y celestial lejos de las apetencias sin límites de los humanos y al mismo tiempo como un modo de regir las desmesuras terráqueas.
Tal vez suceda con la omnipotencia lo mismo que con el colesterol, es decir que haya una omni buena y una omni mala, en tanto y en cuanto el humano es más omnipotente que potente ya que muchas veces, ya sea con guiones más o menos sofisticados, "soluciona" o "realiza" más cosas en la cabeza que en la realidad. Hay quienes sueñan con una mente con el poder de mover lo que se proponga, la telekinesia, que viene a ser uno de los tantos nombres de la omnipotencia y al mismo tiempo uno de los tantos ejemplos de algo que en el fondo no deja de ser una rareza: cómo es posible que los humanos sueñen todos los días, en algún rincón del planeta, o acaso en varios con una mente más poderosa que la actual que ya de por sí resulta incontrolable, como lo muestra palmariamente la imposibilidad de controlar los pensamientos.
Pero de aumentar el poder de la psiquis a todo el mundo le resultarían incontrolables no sólo los pensamientos, sino también las acciones. Producto de la fascinación humana por la magia y por el poder, fascinación ilimitada sobre todo por el poder, como se puede constatar en cualquier día y lugar. Como lo muestra un chiste de W. Allen publicado en estos días en la Revista 60 años del diario Clarín, que bien podría llamarse la fábula del mago y el político. Dice Woody Allen: "El mago hizo un gesto y desapareció el hambre, hizo otro gesto y desapareció la injusticia, hizo otro gesto y se acabó la guerra. El político hizo un gesto y desapareció el mago".
Como se puede observar el político es una figura universal con un inmenso poder y una ambición equiparable, pero sin una vocación por el otro, además de no ser sólo un producto local como si hubiera una especie de homo argentinus o sea una encarnación de todos los males. Pero el chiste de Allen necesariamente lleva a pensar que haría falta un mago muy especial para que desaparezcan la injusticia, el hambre y las guerras, un mago que con toda evidencia no es Dios, ya que las tres pestes básicas de la humanidad siguen intactas, a pesar del progreso de la ciencia.
Tal vez en cierto sentido no quede otra alternativa que pensar a Dios no como un increado, sino como una construcción social, como la proyección máxima de la omnipotencia humana, es decir del poder puesto en una figura absoluta, a la que se asimila el bien, y por otra parte su contrafigura el diablo, otra construcción social a la que, en cambio, se le asimila el mal.
En suma, todo sucede en la tierra, porque aquí abajo podemos estar tanto en el cielo como en el infierno, en el cielo del amor o en el infierno del desamor, en el cielo de la amistad y de la lucidez o en el infierno del hambre, de la injusticia o de la guerra.
Muerte en Irak
Como se sabe, ocurrió en una tierra en donde se cuentan los muertos a toda hora, y le sucedió a una peregrinación religiosa que entró en estampida en medio de un puente, a partir del rumor de que había un suicida con bombas. Terrible locura. No de los peregrinos, sino de los omnipotentes irresponsables que decidieron invadir un país con una mentira y depositaron el mayor ejército del mundo para encontrar armas secretas que, no sólo no existían, sino que dicho ejército está siendo "combatido por un enemigo super poderoso": jóvenes suicidas que llevan los explosivos en el cuerpo. Lo cual hace posible que un rumor sea tan factible que los peregrinos entren en pánico y al huir de la muerte terminen aplastados o ahogados en las aguas lodosas del Tigris.
En definitiva el poder vuelve omnipotentes a los que lo habitan y es mucho más fascinante que el dinero, ya que posibilita dar curso al protagonismo, otra de las enfermedades o pestes humanas. Pero por sobre todas las cosas, el poder es lo único peor distribuido que la riqueza, razón por la cual la mayor parte del planeta queda sumergida en la impotencia.
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