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domingo,
04 de
septiembre de
2005 |
Fragilidad de los vínculos (I): relaciones precarias
Los hombres no quieren compromiso. Esta frase la podemos escuchar reiteradamente de boca de las jóvenes que buscan una pareja formal. Parecería que la resistencia a la conyugalidad parte del sexo masculino. Es posible que este rechazo por parte de los varones de adquirir compromisos serios, tenga que ver con los cambios sociales experimentados en los últimos años (uno de ellos está relacionado con lo que ocurrió con la situación del trabajador).
Era muy probable que nuestros padres, y más seguramente nuestros abuelos, tuvieran un empleo durante toda la vida. Existía la tradición de festejar con una cena y la entrega de una medalla los veinticinco años que un trabajador cumplía en una empresa, y en el momento de la jubilación despedía a quien le había prestado servicios.
Las condiciones que encuentran hoy en día aquellos que buscan un empleo han cambiado. La oferta de trabajo ha mermado considerablemente dado que las nuevas tecnologías van reemplazando la actividad humana. La robotización en las empresas ha provocado el despido de grandes masas de trabajadores que pasaron a formar parte del ejército de desocupados. Para aquellos que tienen más de cincuenta años es casi imposible conseguir un trabajo y si hablamos de los jóvenes que ingresan al mundo laboral, las oportunidades han disminuido considerablemente.
El ingrediente principal del cambio al que asistimos en el mercado de trabajo es la nueva mentalidad del "cortoplacismo" que viene a reemplazar a la mentalidad de "a largo plazo". Un joven, con un buen nivel de educación, debe pensar que a lo largo de su vida laboral, cambiará de empleo una decena o docena de veces y es posible que también tenga que cambiar de actividad. Estamos viviendo en una época de "flexibilidad laboral", o lo que es lo mismo, que no hay empleos para toda la vida, ni siquiera para un trecho importante.
Los contratos tienden a ser cada vez más breves y renovables, sin ofrecer ningún tipo de seguridad ni estabilidad. Si hasta hace unos treinta o cuarenta años se esperaba que el compromiso matrimonial que asumían dos personas era a largo plazo, con un tiempo indefinido que se tenía que mantener estable tanto en la salud como en la enfermedad, en la riqueza como en la pobreza, "hasta que la muerte los separe", ahora, este compromiso es sentido como una amenaza a las esperanzas de bienestar. Un vínculo para toda la vida implica una dependencia con otra persona, la necesidad de estabilizarse en un mundo que no promete estabilidad, en el que tenemos que estar preparados para cambiar, tanto de profesión como de empresa y también de lugar de residencia.
Así como el capital financiero rechaza la inversión a largo plazo y busca la movilidad que le posibilite rápidas decisiones cuando las circunstancias del mercado lo requieran, también se rechazan las inversiones a largo plazo en compañeros para toda la vida. Nuestros antecesores podían asumir compromisos prolongados: un empleado, un obrero, un profesional sabían que podían contar con trabajo hasta su retiro voluntario o hasta el fin de su vida.
La estabilidad en sus ingresos y en su trabajo les permitía planificar y podían adquirir una vivienda a pagar durante quince o veinte años, programar un hogar con un determinado número de hijos sabiendo que lograrían alimentarlos y educarlos. Como el trabajo era a largo plazo, sus compromisos materiales y afectivos también podían serlo. La modalidad del "cortoplacismo" que se ha instalado en los contratos de trabajo y en las expectativas de los trabajadores ha comenzado a infiltrarse en la modalidad conyugal, un "vamos a vivir juntos" contando con una flexibilidad contractual que libera rápidamente a quien quiera buscar nuevos horizontes una vez que el deseo, el interés o la novedad se han agotado.
Si el trabajador se siente descartable, si sabe que su lugar puede ocuparlo otra persona o un robot sin que ello derive en ningún problema, es lógico que no establezca vínculos afectivos ni con la tarea ni con sus compañeros. Para evitar frustraciones es necesario no establecer compromisos afectivos que puedan quebrarse al poco tiempo de contraídos. El modelo de flexibilidad laboral se traslada a las relaciones de pareja. Si los vínculos no son para toda la vida, si la dependencia de otra persona puede pagarse con mucho sufrimiento en el momento de la separación, es conveniente no arriesgar en una empresa que tiende al "cortoplacismo" y al reemplazo de sus participantes.
La precariedad es la condición de los que dependen del trabajo como medio de subsistencia porque se ha vuelto frágil y se hace más inseguro a medida que pasa el tiempo, y no hay indicios de que la situación mejore. El desempleo se ha convertido en "estructural" y el progreso tecnológico funciona como expulsor de los trabajadores de sus empleos.
Si las condiciones de trabajo no mejoran, es posible que la tendencia que manifiesta el empleo, de "corto plazo" y de "descarte" de trabajadores, continúen funcionando como modelo en las relaciones de pareja. Si no hay estabilidad y seguridad para que alguien pueda casarse, procrear, alimentar y educar a sus hijos, es poco probable que esta tendencia se revierta.
Domingo Caratozzolo
Psicoanalista
www.domingocaratozzolo.com.ar
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