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 domingo, 04 de septiembre de 2005  
Viudez: tiempo de extrañeza y cambios

"Lidia de 60 años, yacía enferma en su cama, a su lado Osvaldo toma su mano. Toda una vida compartida no alcanzaba a ser puesta en palabras para un último adiós, pero con la mirada mantenían largas charlas. Cuando ella traspasa el umbral de esta existencia, él se queda con esas sensaciones mezcladas en su corazón: sabía quién era entonces, pero ahora hasta la propia identidad parece pedir definirse nuevamente".

Podríamos decir que ambos se profesaban un profundo amor y por eso a Osvaldo se le sacude todo lo conocido. Pero si la relación hubiese sido tumultuosa, con un alto contenido de peleas, gritos, reproches, etcétera, el duelo es igual un proceso que necesariamente movilizará toda la estructura de quien queda elaborando la partida de su pareja.

La muerte de la pareja es una de las experiencias más dolorosas y amenazantes para la estabilidad emocional. Dado la intensidad y complejidad inherente al vínculo, la muerte del otro significa afrontar innumerables pérdidas, algunas tangibles (seguridad económica, el compañero sexual) como también simbólicas: la fuente de la seguridad, la autoestima si está cifrada en el respaldo de estar casado, el saberse muy importante en la vida de otro, el status social, el apoyo en los momentos difíciles, la compañía en la vejez.

Construir una relación de pareja es generalmente la tarea vital de mayor importancia; pero muchas veces tan sólo cuando una persona muere se toma conciencia de la gran cantidad de papeles que desempeñaba en nuestra vida. El mundo entonces se transforma y surge amenazador, impredecible, peligroso, confuso. Surge la ansiedad frente al temor de no poder seguir adelante solo, la sensación de estar incompleto, de soledad y vacío, la falta de sentido de muchos proyectos y la tarea de hacer un duelo por cada una de esas pérdidas.

Podemos dejar las marcas como jirones de dolor en cada brecha de nuestro recuerdo, ante cada experiencia vivida como pérdida; o elegir si nos damos la opción de releer nuestra historia a la luz de todo lo que nos dejó cada experiencia en cuanto a aprendizaje, herramientas y virtudes y que hoy nos acompañan a cada paso formando parte de nuestro acervo personal más profundo.

Es decir debemos elegir entre seguir llorando o aprender a aceptar sabiendo que lo que era ya no es más o por lo menos, no es lo mismo. Entonces es tiempo de "soltar", dejar, retener y retenerse no porque el otro no nos importe sino en nombre del amor que perdura.

Las frases hechas o los dogmas, a veces no otorgan todas las respuestas a las preguntas que nacen del corazón. Hallar sentido a cada suceso (incluso la muerte) es una construcción exclusiva y necesariamente individual.

Sin embargo encontrarse con otras personas que atraviesan situaciones semejantes puede ayudar al encuentro con uno mismo. La elaboración del duelo como un camino de autodescubrimiento es un trabajo más llevadero junto a otros porque como seres socializados, es el otro el que nos constata, el que nos otorga realidad, sustento y significación como en un juego de espejos. En un principio fue la madre, el padre, los educadores, los pares, hasta llegar a la pareja.

La expectativa de vida se acrecentó en los últimos años, por eso debemos darnos la oportunidad de buscar una mayor calidad abriendo caminos para mantener relaciones más satisfactorias con nosotros mismos, con otros y con el entorno poniendo en juego nuestras ganas, nuestro deseo en lo que nos hace sentir bien, en paz y armonía.

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