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 domingo, 04 de septiembre de 2005  
El cazador oculto: "Exclusivo para VIP del Politécnico"

Ricardo Luque / Escenario

La memoria suele jugar malas pasadas, más después si se vivió rápido, sin tiempo ni ganas de mirar atrás. Así es como ciertos lugares, personas, situaciones que solían ser familiares, cotidianas, comunes, dejan de serlo, de un día para otro, sin pedir permiso. Así es como el pasado, cuando uno menos lo espera, deja de existir, y la vida se convierte en un presente continuo. Pero sólo en apariencia. El pasado existe, y está ahí, al alcance de la mano. ¿O nunca se encontraron en la cola del banco con ese amigo de la infancia que no veía desde que terminó la primaria? ¿O con esa novia que pensó que había emigrado a Tokyo porque desde el último beso se la cruzaron ni en el velorio de la abuela? Sí, seguro, y fue así porque el pasado, en una ciudad como Rosario, está a la vuelta de la esquina, y si uno no lo ve es simplemente porque no lo quiere ver. ¿O ustedes creen que el Sunderland no existe más? ¿Qué cuando bajó las persianas enterró para siempre los buenos momentos que se vivieron en sus mesas? Nada que ver. El Sunderland está ahí, con su mobiliario intacto, y lo que es mejor, con su memoria fresca. Para quien quiera recordar, claro. Y eso fue lo que hicieron noches atrás un puñado de ex alumnos del Politécnico. Se reunieron con la excusa de darle una mano a la escuela, pero, en realidad, no hicieron más que contar aburridas anécdotas de su juventud. El anfitrión fue Claudio Tedeschi, que acobardado por el frío de la noche se abrigó la cabeza (una bruñida bola de boliche) con una gorrita con vicera de fieltro. También se dejó caer por el lugar el intendente Miguel Lifschitz que, sin la compañía de su "equipo de trabajo", trataba de disimular su soledad con una sonrisa de afiche de campaña. Hubo, no podía se de otra manera, momentos de tensión. Fue cuando el lord mayor quedó cara a cara con otro egresado ilustre del colegio, Néstor Ferrazza, el líder sindical de los municipales. La súbita aparición de Juan Venesia, que con su amplia campera de cuero negro parecía Puff Daddy inflado con gas helio, zanjó la situación. El resto fue lo de siempre. Brindis, un chumba y a dormir. Una lástima. Porque ganas de seguir la fiesta no faltaban. Pero el Industrial, como todo el mundo sabe, es un colegio de varones. Mal que le pese a Adriana Ravena. Que es un ángel, y no es el único que paseó sus encantos por los pasillos del colegio.
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