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 domingo, 04 de septiembre de 2005  
Los negocios de la aeroestación "resisten", pero venden poco y nada
El paseo comercial del aeropuerto pende de un hilo
Confían en que lleguen más aerolíneas hacia el verano

Hace poco más de un año, el Aeropuerto Internacional Rosario reinauguró, flamante, sus más de 10 mil metros cubiertos, y a los meses, abrió un coqueto paseo de compras con 18 locales comerciales. Las obras auguraban a la terminal un futuro más prometedor que el de sus últimos tiempos, en que los vuelos de cabotaje e internacionales habían ido de mal en peor. Pero en rigor ocurrió todo lo contrario: se cayeron los vuelos de Uair que unían a Rosario con Uruguay y Brasil, y sólo quedaron en pie dos conexiones al día con Aeroparque y un vuelo diario de Lan. Los dueños de los locales del paseo comercial son testarudos: aunque económicamente les va mal, insisten con "resistir la malaria un tiempo más", confiados en que el anunciado desembarco de las aerolíneas Sol (de capitales locales) y Gol (de Brasil), más la llegada de los charters del verano, podría salvarles la vida. De todos modos, aclaran que si aún no dejaron el aeropuerto, que queda desolado buena parte del día, es porque pagan un alquiler a porcentaje de las ventas. A veces, casi cero.

"Lo que pasa es evidente: faltan vuelos, porque si hubiera viajeros se movería la cosa. Desde hace tres a cuatro meses vino muy duro. ¿Vos viste lo que es esto? Y ojo que ahora está por salir el vuelo de Lan, porque después queda un cementerio", grafica Elba, al frente de una cristalería del paseo.

El avión de Lan hacia Santiago de Chile, el único vuelo internacional del aeropuerto con escala en Córdoba (sólo para levantar pasajeros), atrajo poca gente al bar y casi nadie curioseando en los negocios. Si no fuera por un jardín de infantes que intenta ver un avión en vivo, el panorama sería todavía peor. Por suerte, los chicos hacen ruido.

En la planta alta de la terminal el amplio y glamoroso restaurante también está casi desierto: a la única mesa ocupada están sentados el mozo y la tripulación entera de Lan. Se ve que se conocen.


Angustia y culpa
A metros del restaurante se ve el local de la Sociedad de los Honorables Enófilos, cuya empleada, Analía, pinta en pocas palabras cómo se siente alguien al frente de un negocio al que no entra nadie. "Hay días en que no vendo nada; no un día, dos o tres también. Y es angustioso: uno se replantea incluso si sirve para esto. Aunque parezca mentira, te sentís hasta culpable de la situación", cuenta.

Con matices, todos dicen lo mismo. Y la pregunta de La Capital sobre qué se requeriría para revertir el panorama termina sonando ridícula. "Es obvio, ¿qué va a ser? Vuelos se necesitan, y nada más", afirma un empleado que prefiere mantener su identidad y rubro comercial en reserva.

"Económicamente esto hoy no funciona porque casi no hay vuelos y el aeropuerto está lejos de la ciudad. Esto no es un shopping, ¿quién va a venir a un paseo de compras en medio del campo? Tiene que ser sencillamente un servicio para el viajero, y con tres vuelos diarios, obvio, no sobran viajeros", abunda el empleado.

Aunque todos dicen que no se vende, hasta ahora ninguno de ellos decidió abandonar el aeropuerto. Al contrario, los propietarios prometen "aguantar" y hasta usan un verbo más heroico: "resistir".


A porcentaje
La clave de esa resistencia es simple: la mayoría de los 18 locales no paga un alquiler fijo, sino un porcentaje del 7 por ciento sobre las ventas (a excepción de algunas marcas). "Si yo estuviera pagando un alquiler mínimo, de 200 o 300 pesos, ya no estaría acá. Si no, no se entiende por qué podemos aguantar: si no vendés, de última no perdés nada más que tiempo", explica Gabriela, dueña de un negocio de indumentaria femenina.

El problema más serio lo enfrentan quienes deben pagar a un empleado. "Yo gano 600 pesos (por 8 horas al frente del local) y a veces no facturo ni 500", explica una de las chicas contratadas en uno de los comercios. "Si no fuera porque la dueña tiene otra entrada y saca para pagarme de ahí, ya no estaría", dice.

Pero no sólo de pan vive el hombre, también tallan la ilusión y la lealtad. Para Griselda, integrante de una asociación de emprendedoras locales que venden alimentos artesanales, la cosa pasa por "aguantar para retribuir la confianza". Como el aeropuerto dio un "espaldarazo" al emprendimiento de un "grupo de señoras" que se largó a producir en la crisis de 2001, ahora ellas quieren "resistir", confiadas en que la anunciada llegada de nuevos vuelos no pase más allá del próximo verano.
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Las ofertas están a la vista; faltan pasajeros.

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