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 domingo, 21 de agosto de 2005  
Mercado de Pulgas de Rosario: la feria más antigua
La transformación de los elementos más variados en las manos artesanas de los puesteros se exhiben cada fin de semana en la zona de avenida Belgrano al 600

Paola Irurtia / La Capital

El Mercado de Pulgas del Bajo es la feria más antigua de Rosario. Su deambular la llevó a ocupar unos 200 metros sobre la avenida Belgrano, a la que descienden las bajadas empedradas de calle Buenos Aires o Santa Fe. Unos sesenta feriantes ocupan los puestos cada fin de semana, y más de una docena de ellos son protagonistas de ese espacio desde hace casi un cuarto de siglo. Cueros, maderas, tejidos, vidrios, metales y papeles toman cuerpo en los puestos donde los mismos artesanos pueden contar la historia que los transformó en obras o la trayectoria misma de la feria.

El puesto de mates y bombillas MG, de Gustavo Longo y Mabel Sfasciotti, es uno de los quince que acompañaron el Mercado de Pulgas desde su inicio y aún antes. Longo es el "inventor" de la bombilla de una sola pieza, un modelo que permite abrirla y limpiarla con facilidad y cuya autoría aparece disputada desde los puestos de feriantes de otras localidades. "Mi esposo lo registró hace 12 años- precisó Mabel-. Sacó la idea de un modelo de la década del •30, cuando las bombillas eran de oro y plata y sólo se vendían en las joyerías para un público muy reducido". La modificación constó en cambiar las bisagras, que se desarticulaban con facilidad, por un mecanismo sujeto por soldaduras, explicó la mujer para quitar cualquier duda sobre la legitimidad del origen de la pieza que ofrece en su puesto.

Longo tenía un puesto en la feria desde que los artesanos se juntaban en la Plaza del Foro, frente a los Tribunales Provinciales, hace más de treinta años. Después, y siempre bajo el nombre de Mercado de Pulgas, pasó a la Plaza Pinasco "cuando todavía era plaza", indica Mabel. Eso es, antes de que el espacio que ahora ocupa el Centro Cultural Bernardino Rivadavia fuera construido para la transmisión del Mundial •78, durante la dictadura. "Durante esos años no tuvimos feria", cuenta Mabel.

Cuando volvió la feria, en el •81, los artesanos levantaron los puestos en la Plaza Pringles, el lugar que más nostalgia despierta aún hoy. "Me acuerdo de las obras de teatro o los recitados de Mario Rodríguez subido a la fuente", cuenta Fidel Bona, el presidente de la comisión directiva a cargo de la organización de la feria, que en esos años visitaba los puestos del otro lado del paño.

A pesar de los cambios de lugar, los artistas y grupos de teatro callejero siguen reuniéndose en torno a la feria. En lugar de la fuente de la plaza, el fondo es una de las tradicionales calesitas con caballos y sortijas o un barco casual que irrumpe desde el río.

El paso de la Plaza Pringles al Bajo, que se sumó al nombre de la feria, tuvo resistencia por parte de los feriantes y su público, que encontraba el espacio de calle Córdoba "al paso" de los paseos por la peatonal. Pero su ubicación en el tramo de avenida Belgrano entre la bajada Sargento Cabral y Urquiza ganó de a poco la costumbre de los rosarinos de ir a buscar la feria a la costanera. Después de 7 años, los puestos fueron localizados en el Parque a la Bandera, al lado del Ente Turístico Rosario (Etur) donde se encuentra ahora.

El nombre Mercado de Pulgas, que se mantuvo siempre, surgió por la amplitud de rubros que abarcaron los puestos desde su inicio. "La feria fue la única en Rosario durante muchos años", cuenta Alicia Palou, otra de las fundadoras frente a su puesto de bijouterie. Junto a los artesanos de entonces levantaban sus mesas los numismáticos y vendedores de antigüedades. Los dos rubros se mudaron cuando nació el Mercado Retro -en Avenida del Valle y Ovidio Lagos-.

Ahora, la feria sólo recibe artesanos, aunque los rubros son múltiples. Las creaciones surgen de los materiales más variados, tradicionales -como el hierro, la lana, la platería, la cerámica, el batik o la alpaca- o novedosos -como el vidrio, el aluminio, la gomaespuma y el papel-.

Para ingresar, además del carácter artesanal, la comisión directiva de la feria y la secretaría de Cultura de la Municipalidad examinan la calidad de los trabajos. Una visita, los premios y el reconocimiento que han recibido los creadores tanto en Rosario como en otras localidades corrobora los criterios.


Otros rumbos
Ser feriante es un estilo de vida que eligen los responsables -muchas veces junto a sus familias- de los sesenta puestos que forman el Mercado. "Me encanta, aunque no tengamos fines de semana, porque trabajamos de lunes a viernes y después venimos a vender acá", contó Alicia.

"Me gusta el contacto con la gente, atender, explicar lo que hacemos", dice con una sonrisa relajada Graciela, frente al puesto de taracea. El trabajo de su esposo, Manuel Alberto Muñoz, es una técnica de incrustación de maderas, nácar, hierro o hueso con el que adorna cajas y otros útiles. Una de sus obras -que puede verse en www.artemaderataracea.com-, recibió el primer premio en su rubro en Córdoba.

Monstruos de colores, hadas y castillos con alma de papel esconden a Lucía Berro, que entró a la feria con sus estructuras de cartapesta hace dos años empujada por el entusiasmo de sus compañeros de puesto y encontró en su trabajo una proyección que se dio "por casualidad", dice, y por su trabajo.

"Se formó un clima muy lindo, me impulsaron, me incentivaron a poner mis trabajos a la venta -reconoce Lucía-. Me di cuenta que se puede vivir de esto y que desde aquí se abren muchos espacios".

Junto a los proyectos que se abrieron para ella desde la feria, Lucía rescata el clima "familiar" que se formó entre sus compañeros de trabajo "no como algo ideal, con lo que se puede relacionar a los artesanos, sino con las diferencias de cualquier otro ámbito laboral" y el hecho de poder "exhalar y respirar aire puro todo el tiempo".

El carácter transhumante de las ferias permite que los puesteros viajen de una localidad a otra y también reciban visitantes, que en general, conocen en otros viajes. Así, es habitual encontrar creadores de Entre Ríos, Córdoba o Buenos Aires en los puestos rosarinos.

El intercambio también agranda la feria. "Antes las materas las traían de Uruguay o Entre Ríos. Ahora las encargan acá, o las llevan", dice Bona, que trabaja en cuero y sus equipos para transportar el mate y la yerba son los productos que más atraen a los clientes.

Casi todos los artesanos viven exclusivamente de la producción que exhiben en la feria. A la venta directa en los puestos le suman las de los trabajos que se ofrecen en comercios tradicionales, aunque ninguno de ellos abandona su lugar en el Mercado. Otros trabajos son inhallables fuera del Mercado de Pulgas. Los puesteros son capaces de distinguir los fines de semana en función de los viajeros que llegan desde Buenos Aires o Entre Ríos. Pero creen que su clientela más fiel está entre los rosarinos. "Vienen a buscar algo porque saben que pueden pedir una cosa distinta", dice Bona.
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Unos 60 feriantes ocupan los puestos los fines de semana. Algunos son protagonistas de ese espacio desde casi un cuarto de siglo.

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