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 domingo, 21 de agosto de 2005  
Tema del domingo
Gremios, demandas salariales y la responsabilidad ausente

Después de atravesar un período al cual llamarlo aciago resultaría benévolo, la Argentina ha ingresado en una etapa de reactivación económica que si los dislates de la política no se interponen tiene sólida proyección hacia el futuro. Sobre la innegociable base de un tipo de cambio alto, que permite al Estado recaudar por intermedio de las retenciones al campo sumas astronómicas, el despegue del mercado interno permite soñar con un país reindustrializado donde el pleno empleo y la equidad social no constituyan una utopía. Pero la recuperación es aún incipiente y la sociedad tendrá que cuidarla como si fuera un niño recién nacido. Entre los riesgos que se corren no sólo está la potencial irresponsabilidad de las dirigencias vernáculas —que deberán evitar la poderosa tentación de gastar a cuenta— sino también la recurrente voracidad sectorial: así, desde productores a empresarios y sindicalistas, nadie está exento de la obligación de custodiar el plato del cual comen todos. Sin embargo, algunos parecen no haber tomado debida nota de ello y de esa manera cometen un error histórico.

   Aquellos que intentan obtener márgenes de rentabilidad exagerados son uno de los ejemplos más nítidos de la tendencia descripta: el gobierno debe establecer rígidos controles para prevenir los abusos, sobre todo por parte de los formadores de precios. Pero del otro lado del muro también existen culpables: las demandas salariales desmedidas, muchas veces sostenidas por huelgas de carácter salvaje, son una de las piedras más peligrosas en el estrecho zapato de la economía argentina.

   No se procura desde esta columna deslegitimar los reclamos de los trabajadores, tantas veces castigados en las últimas tres décadas por modelos que privilegiaron la especulación sobre la producción y dejaron a su paso un tendal de fábricas cerradas y persianas de comercios que ya no volvieron a levantarse. No parece ser el caso, sin embargo, de los parámetros vigentes. ¿Por qué, entonces, ciertas demandas adquieren más fuerza que nunca, hasta convertirse en desubicadas e intemperantes?

   El propio presidente de la Nación ha expresado sin medias tintas —tal cual es su estilo— la preocupación oficial al respecto. “Los grupos a los que no se veía por ningún lado durante los diez años en que nadie les aumentó una moneda a los argentinos quieren ahora tirar de la soga más de lo que se puede”, graficó el miércoles pasado Néstor Kirchner durante un acto realizado en el partido bonaerense de Merlo, antes de destacar que en el transcurso de su gestión ya se negociaron más de cuatro centenares de convenios colectivos de trabajo. Y sintetizó: “En dos años y medio no podemos recuperar lo que se ha devastado”.

   Más allá de que el discurso del jefe del Estado adolece en esta última frase de la misma cuota de narcisismo que él suele criticar cuando analiza el pasado, aquí se instala sobre fundamentos indiscutibles. ¿O acaso alguien puede dudar, por ejemplo, de la exageración del reclamo de mil seiscientos pesos como salario mínimo, vital y móvil realizada por un dirigente gremial de los maestros santafesinos? ¿O no resulta negativa para el resto de la sociedad la cerrada actitud que mantienen los huelguistas del Hospital Garrahan? ¿O no debe visualizarse como problemático para la población el bloqueo de supermercados protagonizado por los camioneros que lidera Hugo Moyano, que puede llegar a afectar el normal abastecimiento al público? ¿O no son los constantes cortes de rutas, puentes y calles efectuados por los piqueteros una demostración de absoluta indiferencia hacia el resto de la ciudadanía?

   Ya es hora de tomar conciencia y cambiar. Un país en serio necesita de un gobierno que abra el juego a quienes piensan distinto, aunque también requiere que la oposición política sea responsable y que las demandas gremiales se ajusten a lo posible. Cada cual debe defender lo suyo, pero sin olvidar que hay un plano general que supera los intereses sectoriales y que si estos intereses —como dijo el primer mandatario— tiran demasiado de la soga, lo que se pone en riesgo son los avances conseguidos hasta ahora.
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