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 domingo, 21 de agosto de 2005  
Interiores: mensajes

Jorge Besso

Los mensajes son de toda la vida y de todos los tiempos, aunque a mediados del siglo pasado comenzaron a tener un status diferente especialmente en el campo del arte donde circulaban mensajes por debajo de la superficie o por debajo de la anécdota. Así en el cine, en la música o en la pintura se podía distinguir obras que no decían nada, simplemente pasatistas, productos concebidos con el requisito esencial de la sencillez, "pues para complicada está la vida", se decía y dice un tipo de gente que exhibe con orgullo un estilo de circular por el planeta consistente en ahorrarse preguntas, sobre todo sobre sí mismos, y a la vez de ir derrochando sentencias abofeteando a los otros.

Pero también estaban las otras obras, obviamente las complicadas, que venían con mensaje incorporado sólo que no muy a la vista, o bien directamente oculto, que exigían un esfuerzo del espectador, justamente para que no sea meramente espectador y quede regodeándose en la pasividad de que algo o alguien simplemente lo entretenga. Es decir, lo simple con los simples y lo complicado con los complicados. Dicho de otro modo, todo en su medida y armoniosamente decía el célebre general que como sabemos era muy proclive a las sentencias iluminadoras de la oscuridad del pueblo.

Lo cierto es que los mensajes van y vienen, desde el comienzo hasta el final y no existe, en rigor, un departamento, oficina, o central de inteligencia que pueda tener un control certero de los mensajes circulantes. Mucho menos desde la propagación de Internet donde además de la enorme utilidad en rubros infinitos, la conexión ha devenido en un fin en sí mismo. Con lo que los mensajes no duermen y en cierto sentido las personas tampoco, sobre todo por que alguien que no puede dormir (y son legiones) es alguien atrapado en un mensaje, o peor en un ramillete de mensajes en desciframiento constante con el alma en vilo, sin descanso y sin poder descansar mostrando cómo la naturaleza humana en ocasiones no obedece a la naturaleza orgánica: no se come aunque se quiera y sobre todo se debe comer. O no se duerme, aunque se lucha con trucos, recetas y pastillas para poder dormir. O se bebe sin parar y la sed sigue como al principio, o sea sin apagarse, hasta que apaga al sujeto.

Pero además los mensajes van y vienen, no sólo porque hay unos que van y otros que vienen, sino porque muchas veces los mismos mensajes que fueron retornan por lo general en contra del emisor original como lo formuló el psicoanalista J. Lacan. O como previene el saber popular en el sentido de lo inconveniente que es escupir para arriba. Lo que equivale a decir que muchos de los mensajes que emitimos vuelven cual boomerang, sobre el cuerpo y sobre el alma del hablante, muy especialmente en el campo del amor, donde el humano más todavía en su modelo masculino, es muy proclive a hacer declaraciones más o menos ostentosas que al principio encantan a la mujer, pero que muchas veces terminan empalagando a la enamorada que en el paso siguiente se puede convertir en ex enamorada.

Claro está que también puede ocurrir que la enamorada siga encantada y devuelva los mensajes que la inundaban de amor con otros que chorrean pasión, momento en el cual el emisor original es ahora el que está empalagado, experimentando el típico arrepentimiento tardío con los mensajes ahora vueltos contra sí mismo, de forma tal que el sujeto se encuentra rumiando frente al espejo de la conciencia y repitiendo la cantinela inútil de que por qué habré dicho lo que dije.

Bien mirada la cuestión y fijándonos mejor en esta danza de los mensajes, uno se puede preguntar si acaso los arrepentimientos no pueden ser otra cosa que tardíos. Y sin embargo el humano es capaz de un extraño e inútil milagro: el arrepentimiento previo. Esto es una forma de arrepentimiento anticipado, un mensaje que le sobrevuela al sujeto cuando está haciendo algo, o bien cuando lo está por hacer: se trata de los individuos llamados normales en algunos de los clásicos encuentros con el exceso o la desmesura, por ejemplo en la ingesta de alimentos y bebidas. Ocasiones en las que alguien se va alejando progresiva e inexorablemente de cualquier lógica fisiológica, aunque no cese el mensaje que le ronda por la cabeza y que de algún modo le dice o le anuncia "te vas a arrepentir".

Luego de ese momento el sujeto atraviesa un pico del disfrutar con la extraña conciencia de que más tarde se va a arrepentir. Es lo que ocurre en general con las transgresiones que vienen a ser uno de los asuntos peor gerenciados por los humanos a pesar de ser tan habituales. En especial las gestas de la infidelidad donde el mensaje del arrepentimiento anticipado ronda con una particular insistencia, pero es ineficaz para detener al transgresor o a la transgresora.

Dicho mensaje sufre una ligera transformación luego de pasar la infidelidad con éxito, es decir sin que nada se destape, y el transgresor/a vuelve al paisaje de la normalidad del hogar con una letanía inútil en la que se promete que no lo hará nunca más. Una vez más. Y así. Con las ingestas, con los hombres, con las mujeres o con el dinero, o con cualquier exceso en el trabajo o en el ocio. Todo en su medida y armoniosamente. Nada más difícil. Bien lo sabía el general cuando lanzó la sentencia a la vuelta de muchos años y a la vuelta de algunos excesos, en especial los del poder, al que son proclives los humanos en todos los centros ideológicos.

La armonía difícilmente se logre con "armonil" y la "medida" en las cosas, muy especialmente en las cosas del querer y en las cosas del poder, quizás es lo que resulta más difícil, ya que el humano en el mejor de los casos sólo tiene una extraña conciencia de las cosas y de los mensajes que lo habitan.
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