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domingo,
31 de
julio de
2005 |
Sociedad: compromiso con la realidad
El hombre es el único ser con libertad, entendida como el libre albedrío, como la posibilidad de perfeccionarse incesantemente y de abrir nuevos caminos. Inserto en una sociedad en constante cambio, donde la informatización y la tecnología están a la orden del día, pareciera que el conocimiento es la consecuencia de ese rápido y masivo movimiento.
Ahora bien, ¿quién es el poseedor del conocimiento? En su última visita a Rosario, el filósofo Santiago Kovadlof establecía una diferenciación entre el intelectual y el experto. Este último, señalaba, es el idóneo en un campo determinado, con una convergencia de saberes, pero desde una sola concepción y, por ende, su visión del mundo es fragmentaria.
Un ejemplo gracioso de esto es: el físico sabe que su mujer es un conjunto de átomos, pero también sabe que si la trata así, la pierde. Por el contrario, el intelectual es aquel que es universitario, pero no por haber pasado por la universidad, sino porque tiene como objetivo el bien común. Es aquel que aporta a la identidad ciudadana, más que reforzar la visión consumista de la época, es aquel que puede devolverle movilidad a la realidad, más que repetir dogmas. Y si bien, siente amor al rigor, tiene, además, pasión por la ambigüedad, al decir de Marleau Ponty. Esto le permitirá devolverle complejidad a las cosas y alejarse, a su vez, de las simplificaciones.
Al plantear la función que ocupan los intelectuales hoy, el filósofo Steve Fuller en su libro homónimo ensaya una respuesta: cumplen el rol de las masas no lectoras y acríticas e instalan en la opinión pública debates críticos de casi todo, especialmente sobre lo político. El intelectual, señala el autor, viene a ennoblecer a la sociedad otorgando oportunidades para resistir, es el observador de la realidad y se opone a todo aquello que aparece. Lo compara con los superhéroes de los cómics y afirma que el intelectual heroico nunca deja cazarse (agrego casarse) y su independencia debe ser preservada.
La función del adulto
En el mundo de hoy, el hombre, ocupado con la inmediatez, reclama certezas, soluciones a sus preguntas, pero la función del intelectual será establecer dilemas, más que responder con soluciones acabadas. La pasión del pensamiento es indagar, buscar, reabrir lo que inquieta para convivir con lo problemático.
Pero sólo podrá ser logrado con paciencia, con contemplación. Tomando palabras de Hegel y Freud: somos lo que el conocimiento nos induce a hacer.
En estos días, preocupados y ocupados por cuestiones superfluas, será necesario que cada uno, desde el lugar que ocupa en la sociedad, aprenda a ver las cosas desde múltiples puntos de vista, a no cerrarse con una única verdad y, además, ser capaz de leer lo latente en lo manifiesto, con el riesgo de equivocarse, pero renovando el repertorio de los problemas que le afligen y advirtiendo vitalidad en lo venidero, pero, a su vez, aprendiendo del pasado.
Es aquí donde la escuela cumple un rol fundamental, reemplazando la identidad del consumidor por la identidad del ciudadano, realzando los valores que nos encarnan, trabajando con los alumnos, pero desde un proyecto en conjunto, donde no sólo deberá intervenir el docente, sino los directivos, la comunidad en su conjunto y el Estado como organizador económico-social.
Por tanto la función de cada uno de los que conformamos la sociedad será, al igual que los intelectuales, mantener cierta vigilancia para poder debatir qué mundo queremos construir. Es un compromiso y una responsabilidad de todos los que creemos que el cambio social es posible.
Carina Cabo de Donnet (Pedagoga)
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