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domingo,
31 de
julio de
2005 |
Interiores: la tradición del horror
Jorge Besso
Al menos en Occidente el horror forma parte de nuestra tradición cultural. Sería un error pensar que la recurrencia al horror forma parte de la incultura, pues de ese modo seguiríamos pensando que es una cuestión de incultura y que mejorando y profundizando la educación, en el futuro, se conseguirán humanos más racionales. En semejante mundo los individuos no sólo comprenderían que los derechos de uno terminan cuando empiezan los del otro, sino que los nuevos humanos rápidamente asumirían que las razones de uno terminan cuando comienzan las razones del otro.
Una evolución tal nos conduciría a un mundo donde las fronteras de las naciones y los límites de los individuos serían sin lugar a dudas respetados, para que en el paso siguiente llegar a un mundo sin fronteras. Con toda evidencia, todos los que estamos vivos en este momento en el planeta, y aun los que nazcan en los próximos años no veremos esos cambios sustanciales de las sociedades que permitirían revertir la disociación entre el fabuloso avance científico y tecnológico por una parte, y la involución política y social de la humanidad por la otra.
Razón por la cual es hora de pensar que la sola educación no es suficiente. Y no lo es porque el mundo actual ha entrado en un estado patológico: estamos inmersos en una sociedad, y en sociedades que son meramente espectadoras. Sin protagonismo sobre nuestro destino nos encontramos rodeados de una tecnología sin precedentes frente al espectáculo de un mundo dominado por la paranoia: es decir el imperio de un sentido único y donde todo tiene sentido a partir de una guerra religiosa y de religiones. Entre la religión capitalista y la religión de Al Qaeda y demás sectas.
En la guerra no hay civiles
En estos días se pudo ver en nuestra ciudad una extraordinaria película de un director alemán (que ha despertado con relación a ciertos aspectos polémicas entre los historiadores) donde en una genial actuación Bruno Ganz hace de Hitler. La película viene con un título explícito y contundente: "La caída". Se trata de la caída del monstruo alemán y su entorno en medio del delirio de poder en el que estaban envueltos, y en donde sobresale el desmoronamiento físico y psíquico del propio Hitler.
Abunquerado en el bunquer de sus últimos tiempos el líder nazi trata de dirigir una guerra que ya no controla, con gritos, alaridos y con órdenes que finalmente nadie cumple y que son el reflejo de la desesperación de un ser completamente alejado de la realidad que venía rodando desde la cima del mundo en la que creyó estar y reinar, para culminar y protagonizar una caída indetenible que desemboca en el suicidio: única forma de matar la muerte que llevaba adentro y de no rendir cuentas ante el mundo.
Antes les ordenó morirse a los miembros más selectos de su entorno a los que les repartió las cápsulas de la muerte. Entre los destinatarios de este macabro reparto sobresale el doctor Paul Joseph Goebbels y su señora esposa, padres de 6 hijitos, a los que la madre en la escena más terrible de una película plena de escenas terribles mete en la boca de sus hijos dormidos las cápsulas de un veneno letal. Con un argumento único: no podía permitir que sus hijos vivieran en un mundo sin nacional socialismo.
Cabe destacar que el doctor Goebbels fue el Ministro de Propaganda de Hitler, poseedor de uno de los anillos de hierro del dictador, autor de los discursos del monstruo y dueño de su frase más célebre: "Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad". Es más que posible que esta sentencia tan cínica haya sido la fuente de inspiración de Bush y Blair a propósito de la burda mentira sobre las supuestas armas atómicas del dictador Huseim en Irak.
Sin embargo, uno de los dichos de Hitler atraviesa de una punta a la otra la película. Frente a la inquietud por la suerte de civiles alemanes abandonados en los hospitales, o bien "refugiados" en las ruinas en que estaban convirtiendo a Berlín los aliados, el oficial preocupado por las víctimas alemanas y asustado por un final que Hitler se negaba a ver, escucha del conductor del nazismo la sentencia más terrible: "En la guerra no hay civiles". Consecuencia: una guerra que deja 50.000.000 de muertos.
Hasta una cierta época de la humanidad las guerras eran entre ejércitos y en el campo de batalla. Al menos desde la llamada Segunda Guerra Mundial los ejércitos de un lado y del otro se ocuparon de desatar la epidemia del terror al transformar en campo de batalla poblaciones civiles que ni habían decidido la guerra, ni podían defenderse. El 6 de agosto se van cumplir 60 años de las dos bombas atómicas arrojadas por EE.UU. en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en las que en una mañana de verano alrededor de 200.000 pobladores no sabían que se estaban despertando a la muerte.
En seis décadas la humanidad ha aumentado la información hasta límites inimaginables y es posible la comunicación al instante casi en cualquier punto del planeta, condiciones que son esenciales para la educación. Pero la humanidad no ha aprendido nada y menos aún sus clases dirigentes, ya que aquella guerra de hace sesenta años fue protagonizada por los países más cultos del planeta. En estos 60 años EE.UU. acumula la gran mayoría de los premios Nobel que se reparten cada año, además de ser el país más rico del planeta y con el ejército más poderoso. ¿Qué más? Más poder. El poder es una droga en contra de la cual no hay campañas y de la que no se libera ningún adicto.
Hoy por hoy, después de 60 años, se enfrentan El Bien contra El Mal. Pero lo curioso es que ambos sustentan lo mismo en el enfrentamiento entre dos fundamentalismos en los que todos se arrogan ser el Bien contra el Mal. En definitiva ambos capitalistas y ambos religiosos. La humanidad no sólo no ha aprendido, sino que retrocede en medio de tanto avance.
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