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 domingo, 31 de julio de 2005  
Para beber: el mejor momento del vino

Gabriela Gasparini

Volvamos un poco atrás con el tema de la vida del vino. Decía unos días atrás que hay muchas cosas a tener en cuenta a la hora de decidir si tomar o guardar una botella. Y también decía, que nada asegura que una vez abierta nos brinde lo que esperábamos.

Es que el elixir que nos reúne tiene una propiedad que para algunas será un castigo, y para otras una bendición, me refiero al indescriptible sabor de lo impredecible, porque aunque nos esforcemos por tener todo controlado, lo que pasa entre las paredes de vidrio puede tomar rumbos impensados.

Ya vimos que todo buen caldo nace en el viñedo, es necesario cuidar la planta y sus frutos para que nazcan y se desarrollen sanos, y vendimiar en el momento adecuado para obtener el mejor producto. De nada vale mucho esmero en la bodega si se trabaja con materia prima de segunda.

Cuanto mejor sea el vino más va a tardar en alcanzar su meseta, más tiempo se quedará allí, y con más lentitud emprenderá el descenso. A la inversa, si es malo todo se desbarrancará de manera vertiginosa.

Varios han escrito cuáles son, a grandes rasgos, las posibilidades de guarda según las características generales de los vinos; haciendo una síntesis se podría decir, por ejemplo: blancos secos ligeros, no más de tres años. Blancos secos con cuerpo, nos plantamos en cinco. Rosados, nunca más de dos años. Tintos ligeros, aproximadamente cuatro años. Tintos medios, seis años. Los tintos que llamamos de crianza, digamos doce o trece.

Ya vimos que todo depende de la cepa, del terruño, de los cuidados, de la forma de vinificar, y de cómo lo almacenamos en casa, pero puede decirse que la cosa anda por ahí.

Como un dato más, debo contarles que la vida del corcho ronda los catorce años, y que recomiendan que una vez cumplido el plazo se lo remplace. Los más obsesivos dicen que es conveniente hacerlo bajo la supervisión de un escribano. No creo que por estos pagos sean muchos los que soliciten este tipo de certificación.

Otra posibilidad para decidir si dejar reposar las botellas o beberlas ni bien llegamos con ellas a casa es leer detenidamente los datos que figuran en la contraetiqueta, ya que hay bodegas que sugieren allí el tiempo de guarda. Tiempo que debe contarse desde que el vino salió al mercado, porque en estos casos el caldo seguramente fue elaborado siguiendo determinadas pautas, y luego pasó un período de crianza en barrica o botella, y recién después llegó a las vinerías.

En principio, y para no equivocarse feo, nunca compre vinos viejos pensando que son de calidad, ya que su edad no es ninguna garantía, sabemos que no todos poseen las cualidades necesarias para ser guardados por largos períodos. No compre botellas llenas de moho, polvo, sin cápsulas o con etiquetas rotas o ennegrecidas, por más que le digan que eso se debe a que hace años que están en estiba.

Tampoco compre un vino sólo porque declara una añada de hace mucho tiempo si no conoce su tipología ni la seriedad de la bodega que lo elaboró. Otro día veremos cuáles son las características que van tejiendo la estructura de un vino que puede esperar con tranquilidad para ser tomado.
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