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domingo,
31 de
julio de
2005 |
El cazador oculto: "Una noche de maravilla en Disneylandia"
Ricardo Luque / Escenario
Rosario tuvo, al fin, su gran noche del Martín Fierro. Con alfombra roja, estatuillas doradas y una constelación de estrellas que, salvo honrosas excepciones, eran apenas conocidas más allá del pago chico. Pero no importa. De lejos la ceremonia lució de mil maravillas, glamorosa, entretenida, feliz, una Disneylandia de ensueño que tuvo como anfitrión a Mr.Omar Maneh en lugar del simpático ratón Mickey. De cerca la cosa era diferente. Siempre lo es. Basta caminar por Hollywood Boulevard una tardecita para darse cuenta de que ese "no se qué" que tiene la noche de los Oscar es pura ilusión. O, para ser más exactos, puro marketing. Una mezcla de cartón pintado, diseños de alta costura, cirugías estéticas y, sobre todo, el ansia de aparecer (nunca de ser) de una farándula desprovista de otro interés que no sea seguir en el negocio del espectáculo. Una puesta en escena. Nada más. Al día siguiente, cuando los operarios de los estudios cargan la escenografía en los camiones, Hollywood Boulevard vuelve a ser lo que siempre fue y que ninguna fiesta del ambiente cambiará jamás, una calle atestada de negocios atendidos por chicanos que sueñan con hacer la América vendiendo souvenires berretas y que, cuando caen las sombras, se puebla de chicas y chicos que ofrecen noches salvajes por un puñado de dólares. Negocios son negocios. Aquí, allá y en todas partes. Y hoy es el día después. Habrá quién tenga que ponerse paños fríos en la frente para resistir la resaca (porque si hay algo que la gente del medio no puede resistir es a una copa de champagne) y quién amanezca con la mandíbula dolorida de tanto reír sin ganas, pero todos, los ganadores, los perdedores y los extras saben que la fiesta fue un éxito. Primero, porque los tuvo como protagonistas (siempre, mal que nos pese, la vanidad es lo primero) y después porque Rosario, una vez más, volvió a estar en boca de todos. Y lo bueno es que no fue porque un par de pibes, quemados por la droga, mataron a palos a una pareja de abuelos. No. Nada de eso. Esta vez la buena nueva fue otra. Perfecta, hermosa, veloz, luminosa. Aunque más no sea mientras las cámaras estuvieron encendidas.
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