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 domingo, 24 de julio de 2005  
Homicidio en la esquina. La triste historia de un joven de San Francisquito en conflicto con la ley
Una muerte que desnuda las falencias del sistema de rehabilitación penal
Gustavo "Popó" Muñoz tenía 17 años y había estado detenido en varios institutos de menores. Lo mataron a balazos el martes pasado. Su familia dice que "era muy miedoso" y que "jamás había tocado un arma"

Leo Graciarena / La Capital

A Popó Muñoz lo mataron a balazos el martes pasado en la esquina de Virasoro y Castellanos. Tenía 17 años y varios antedecentes penales. Era adicto al "poxi" y vivía en el barrio San Francisquito, muy cerca de donde lo encontró la muerte. Lo acribillaron "dos pibes del barrio que iban en una moto" y todos en la zona saben los nombres de los matadores. Popó había compartido con ellos varios calabozos en institutos de "rehabilitación" de menores. "Tenía antecedentes, pero no molestaba a nadie", contó su mamá, Dora Bellizán. "Se drogaba con Poxiran, pero se lo compraba yo. Hasta en un negocio del barrio tienen mi reloj empeñado por una latita que le compré esa tarde. Todo se lo daba yo", explicó una madre que optó por "oxigenar" la adicción de su hijo "para que no robara".

Todos lo conocían como Popó, pero se llamaba Gustavo Alejandro Muñoz. Su historia se apagó el martes a las 19.30 en el Hospital de Emergencias Clemente Alvarez, a donde lo llevaron tras ser baleado en el estómago. Pero su historia se reproduce por cientos en los jóvenes en conflicto con la ley que deambulan por los barrios duros de la ciudad. "Es muy difícil caminar con antecedentes por la calle", confió un preso con varios años en la cárcel de Coronda y es lo primero que resaltó al hablar con La Capital la madre de Popó. "Mi hijo tenía antecedentes, pero no era para que me lo mataran así", dijo.

"Era un buen pibe. El problema es que era muy miedoso. Le tenía miedo a todo. El día que lo mataron me dijo: «Mami, me vuelvo porque me van a comer el lomo estos guachos». Se quedó un rato en mi casa, después salió y me lo mataron igual", confió esta mujer de 49 años, madre de otros siete hijos. La versión oficial indica que a Popó Muñoz lo mataron a balazos en un ajuste de cuentas en la esquina de Virasoro y Castellanos. Le dispararon cuatro veces. Dos proyectiles se le clavaron en el cuerpo. El que le dio en el tórax lo terminó matando. En la autopsia le extrajeron un proyectil calibre 6.35. ¿Quiénes lo mataron? Dos muchachos que iban en una moto.

Cuando se habla con los pesquisas de la seccional 13ª sobre la familia Muñoz, los datos intimidan: son ocho integrantes y cinco tienen antecedentes. "Dos de los hermanos del muerto están presos en comisarías de Rosario: uno en la 13ª y el otro en la 19ª", confió un investigador. Pero el hablar con los familiares de la víctima, como ocurre a menudo, se tiene acceso a otra historia. La que resume el fracaso de un sistema que no puede contener ni reinsertar a un pibe en concflicto con la ley.

Los Muñoz viven en San Francisquito desde hace tres años, a una cuadra del Mercado de Productores. Un barrio de gente pobre, estigmatizado, al que no entran taxis ni remises. Si bien la dirección de su casa indica que viven en Alsina al 2700, para hallar su humilde vivienda hay que caminar unos metros por la vía del ferrocarril que corre paralela a Gálvez, como quien va hacia Avellaneda. En esa casa viven Dora, la mamá separada; Víctor, uno de sus hijos de 23 años que estuvo preso en Coronda un año y medio; una hija discapacitada de 12 años y un puñado de nietos. Son evangélicos, una herencia que Víctor adquirió en los pabellones de la cárcel más grande de la provincia. "Yo lo quería rescatar a mi hermano (por Popó), pero nu pude", se lamentó el muchacho. La pareja de Víctor "está privada de la libertad", como él explica, en el penal de mujeres.

Popó estaba judicializado desde hace un par de años. Estuvo en la seccional 6ª, en el Centro de Alojamiento Transitorio (CAT) de calle Dorrego al 900, y en el Instituto de Rehabilitación de Adolescentes de Rosario (Irar), de donde había salido hace dos meses. "Mi hermano nunca lastimó a nadie", contó Víctor. A lo que su madre, con los ojos enrojecidos por el llanto, agregó: "Se colgaba de las camionetas (de los repartidores de mercaderías), como hacen todos los pibitos del barrio para sacar algo para comer. No robaba con cuchillos o con armas. Siempre le tuvo miedo a las armas". Y Víctor agrega que en los últimos días de su vida, trabajaban juntos como ayudantes de un albañil vecino.

Hasta ahí la historia de Popó, el menor en conflicto con la ley. Pero al pibe lo mataron y la familia identifica a los homicidas con nombre y apellido: son los primos V.S. y R.S., quienes también viven en San Francisquito. "Mi hijo tenía antecedentes y ya venía con problemas con estos chicos. Hace dos semanas fue al bar que está frente a Mogambo (la bailanta de Avellaneda al 2700) y R.S. lo corrió, le pegó y lo dejó herido, tirado en la calle y a tres cuadras del boliche. Estaba mal y me lo traje para casa", contó Dora. Es que los presuntos asesinos, "andan por el barrio como si nada y así como mataron a mi hijo pueden matar a cualquiera".


"Lo entregaron"
El martes Popó fue hasta la esquina de Virasoro y Catellanos, a dos cuadras de su casa, para llevarle unos botines a uno de sus amigos. Era habitual, según su familia, que cerca de las 19 los pibes del barrio se juntaran para jugar al fútbol. "A mi hermano lo entregaron. Me dijo «aguantá Vity, que voy a llevar unos botines que me pidieron prestados y vuelvo»", contó Víctor. "Los mismos amigos lo llamaron para que se sentara ahí (en la esquina). Entonces llegaron los otros dos para matarlo", recordó Dora.

"Cuando nos enteramos de lo que había pasado, me fui corriendo para el lugar y alcancé a subir a la ambulancia con él", cuenta sollozando la madre. "La ambulancia llegó rápido porque había entrado (al barrio) a buscar a una señora para que se hiciera diálisis, la paramos y lo subimos a Popó", contó. Al pibe lo llevaron al Clemente Alvarez, donde murió a las 19.30.

"Había cambiado", se excusa Dora. "No quería drogarse más, pero tenía miedo. Estos últimos días, cuando volvía de trabajar, no quería salir y me decía «no mamí, estos me van a comer el lomo», repitió. "Se empezó a portar bien y desde que salió éste (dice señalando a Víctor, quien dejó Coronda en diciembre último) tenía terror de caer preso. «Antes muerto que caer preso», me decía", cuenta la madre.

"Después de que a mi hijo le pagaron tan mal (tras salir de Mogambo) se intentó matar", confió la madre. "Se cortó acá (muestra uno de los brazos), se quiso ahorcar, se clavó un cuchillo. Hizo todo eso porque les tenía miedo a estos pibes. Se cansó de que lo verduguearan y se entregó", cuenta con resignación la mujer. "Ahora estoy esperando que la justicia se encargue de ellos. Y si no se hace justicia, voy a dejar a la Iglesia de lado y voy a hacerla yo con mis manos" amenazó finalmente doña Dora.
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Gustavo Muñoz trataba de reinsertarse socialmente ayudando a un vecino albañil.

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