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 domingo, 17 de julio de 2005  
Revisiones. La historia soviética, de los zares al stalinismo
La revolución traicionada
Con nuevos documentos y un riguroso análisis, la historiadora Sheila Fitzpatrick reabre uno de los capítulos más apasionantes del siglo XX

Alvaro Torriglia / La Capital

Con el colapso de la Unión Soviética, la revolución rusa fue arrojada, para usar palabras de Trotsky, al "basurero de la historia" con tanta vehemencia como con la que en aquel 1917 se anunciaba el nacimiento del "futuro de la humanidad progresista". Paradójicamente, la misma crisis abrió a estudiosos tanto rusos como occidentales un nuevo mundo de información, documentos y análisis que estimulan la investigación histórica desde nuevas categorías. Para Sheila Fitzpatrick, "el abrupto fin de la Unión Soviética sólo hace que para el resto del mundo sus comienzos sean más interesantes".

Fitzpatrick, una de las mayores autoridades sobre la historia soviética, es autora de "La revolución rusa", que acaba de reeditar Siglo XXI. Se trata de una revisión luego de la caída de la URSS, hecho que "obligó a repensar el proceso revolucionario ya no como origen de una estructura institucional perdurable y foco de un mito nacional sino como un episodio en el contexto de la historia general rusa".

Recordó,en ese sentido, que el abordaje propiamente histórico de la revolución rusa comenzó recién a partir de los 70. Antes, y por casi medio siglo, los estudios estuvieron dominados por los iconoclastas relatos bolcheviques, a través de una explicación despersonalizada de una lucha de clases movida por leyes de la historia, y la "sovietología" derivada de la ciencia política norteamericana, interesada en describir el estado soviético sin abundar en el proceso social.

En su historia de la revolución, Fitzpatrick arranca desde finales del siglo XIX, cuando los cimientos de la última gran potencia autocrática comienzan a resquebrajarse por el impulso de la industrialización, y culmina en las grandes purgas de 1936/37, una "sangrienta dramatización de terror jacobino" en el marco de la "victoria de la revolución" (o su fin), dictaminada por Stalin.


El espejo europeo
Precisamente, a través de un dinámico relato que no ahorra informaciones surgidas del descongelamiento de viejos archivos, la autora intenta encontrar "la fase termidoriana" de la revolución, que en términos de Crane Briton no es otra que la fase de "desilusión, decrecimiento de la energía revolucionaria y movimientos tendientes a la restauración del orden".

La evocación del 9 Termidor de 1794, cuando cayó Robespierre, sintetiza para la historiadora "tanto el fin del terror revolucionario como de la fase heroica de la revolución francesa". Y bajo esa lupa analiza aspectos clave del proceso revolucionario ruso, como el golpe de 1917, la guerra civil, la Nueva Política Económica (NEP), la "revolución desde arriba" de Stalin y las grandes purgas.

Su visión se construye desde el convencimiento de que Europa Occidental era el espejo de la revolución, tanto en términos políticos ("el marxismo fue tanto ideología de la revolución como de desarrollo económico en un país que buscaba escapar del atraso") como ideológicos. "Los bolcheviques tenían en mente el modelo de la revolución francesa y temían una degeneración termidoriana de su revolución, aunque confiaban en el marxismo como una ciencia a la cual encomendarse para que eso no sucediera", dice Fitzpatrick.

Por eso, hace hincapié en que "degeneración termidoriana" versus "guillotina" eran figuras utilizadas frecuentemente para marcar canchas en los debates entre los bolcheviques. Sobre todo entre los cuadros formados durante la guerra civil, afectos a valorar positivamente la aplicación del terror a los enemigos de clase y especialmente alertas a cualquier señal de restauración. La primera fue, incluso, una de las últimas acusaciones que lanzó Trotsky (quien precisamente fue visto alguna vez con temor por sus camaradas como un potencial nuevo Napoleón) a Stalin, antes de su exilio.

Fitzpatrick rastrea esa tensión en los primeros años de gobierno comunista, cuando el sueño de ser la génesis de una revolución europea se evaporó con la indiferencia de los soldados alemanes del frente oriental a las proclamas de Trotsky o con la resistencia de los obreros polacos a la invasión del Ejército Rojo. Y en la NEP, una suerte de oasis económico en los turbulentos comienzos de la Unión Soviética, que no obstante fue percibida como un retroceso por muchos bolcheviques.

Desde este punto de vista, la "economía igualitaria en la carestía y carente de dinero" que garantizaba el comunismo de guerra durante la guerra civil "fue para algunos bolcheviques un triunfo ideológico" y no la consecuencia de "una inflación descontrolada". Para estos sectores, la NEP "olía a Termidor". Un cuadro de época de Fitzpatrick, en el que describe una Moscú repentinamente glamorosa en la cual "el lugar donde se podía ver a los veteranos del Ejército Rojo era haciendo cola en la agencia de empleos", ayuda a comprender por qué Lenin se vio obligado a definir esa política económica como una retirada estratégica.

Precisamente, la "nueva burguesía de la NEP", los kulaks (campesinos prósperos) y la "inteligentzia burguesa" (muchos funcionarios del antiguo régimen siguieron formando parte de la burocracia estatal soviética en los tiempos de Lenin y unos 50 mil oficiales zaristas pelearon en el Ejército Rojo) fueron las primeras víctimas de la nueva versión de "terror revolucionario" impulsada por la "revolución desde arriba" y la "revolución cultural" de Stalin.

Aunque caótico (Fitzpatrick retrata anécdotas de ese desorganizado salto hacia adelante, como las emboscadas a trenes de suministros para poder cumplir con las metas de producción exigidas), el primer plan quinquenal sentó las bases de una economía industrial. Hacia 1934, Stalin presidió el "congreso de los triunfadores" y declaró el fin de la etapa de la "construcción del socialismo".


el termidor ruso
En esa declaración de victoria, dice, encontró la fórmula para "terminar la revolución rusa sin repudiarla". Hacia la primera mitad de la década del 30, "el estalinismo abandonó el fervor antiburgués de la revolución cultural, y se volvió, por así decirlo, respetable". Esta respetabilidad significaba "nuevos valores morales, la aceptación de la jerarquía social basada en educación, ocupación y status, los incentivos materiales contra el igualitarismo vulgar, la exaltación de los valores de familia, la eliminación de los derechos que la revolución había otorgado a la mujer, la rehabilitación de zares como Iván El Terrible y Pedro el Grande y hasta la la vuelta de los arbolitos de año nuevo". Por último, la nueva Constitución decretó el fin de la guerra de clases. Ahora todos eran iguales "en su devoción al socialismo y el Estado soviético" y la "nueva inteligentzia soviética" reemplazó a la clase obrera en el discurso oficial.

En esta restauración vinculada a la construcción de un nuevo Estado-nación soviético, Fitzpatrick encuentra el Termidor de la revolución rusa. Pero no la explicación de las grandes purgas que, con la excusa del asesinato del jefe del partido en Leningrado en 1935, se orientaron contra funcionarios de todas las ramas.

"Las grandes purgas no fueron el primer episodio de terror de la revolución rusa. El terror contra los enemigos de clase había sido parte de la guerra civil, de la colectivización y la revolución cultural. La diferencia es que esta vez quienes llevaban adelante la conspiración contra el poder soviético no eran especialistas burgueses sino comunistas", destaca Fitzpatrick, para quien la "teatralidad" de los juicios de Moscú, en los que dirigentes como Bujarin y Rykov confesaron "crímenes extraordinarios con lujos de detalle", merece una explicación que vaya más allá de la vocación totalitaria.

La historiadora se pregunta por qué "tan barroca escenografía para matar enemigos políticos". Y se contesta: "Al poner en escena un terror (que según la secuencia revolucionaria clásica debe preceder a Termidor, no seguirlo) Stalin puede haber sentido que refutaba definitivamente la acusación de Trotsky de que su gobierno había llevado a un "Termidor soviético". ¿Quién podría decir que Stalin era un traidor a la revolución tras un despliegue de terror revolucionario, que sobrepasaba incluso el de la revolución francesa?".
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