|
domingo,
17 de
julio de
2005 |
[Primera persona]. Reynaldo Castro
La máquina de recordar
Escritor y periodista de Jujuy, relevó historias de la represión durante
la dictadura militar en "Con vida los llevaron", un libro que acaba de dar impulso a una película
Osvaldo Aguirre / La Capital
Nacido en 1962 y residente en San Salvador de Jujuy, el escritor y periodista Reynaldo Castro ha documentado la historia de la represión en el norte del país en "Con vida los llevaron", un libro publicado en Buenos Aires por La Rosa Blindada y que acaba de dar lugar a una película, "Nadie olvida nada", realizada por Ariel Ogando. El título del film está tomado, por otra parte, de una notable "revista de memorias" que el propio Castro edita en Jujuy, con la dirección de Andrés Fidalgo y que hasta el momento ha publicado cinco números.
"Con vida los llevaron" es un libro de difícil clasificación. Entre la historia, el testimonio y la literatura, Reynaldo Castro construye un minucioso registro de la represión, centrado en el norte del país y sobre todo en Jujuy, pero con irradiaciones hacia el resto del país, tanto porque habla de una historia que fue la trágica historia de la Argentina durante la dictadura como porque muchos de sus protagonistas se desplazan en tiempos y lugares distintos. El caso del abogado Juan Carlos Arroyo, desaparecido en la Esma, o de Alcira Fidalgo, quien en algún momento visitaba Rosario para asistir a reuniones de un grupo literario y que también fue vista por última vez en el campo de concentración de la Armada.
-En "Con vida los llevaron" te sentís "condenado a recordar". ¿Por qué? ¿Cuál es el objeto del recuerdo?
-Después de escuchar el relato de una madre sobre su hijo o hija que fue víctima de la dictadura, es muy difícil que uno pueda permanecer como si nada; en mi caso sentí que algo debía hacer. Además, me considero un buen lector de poesía, género subversivo por excelencia, en el que las palabras muchas veces hacen estallar un polvorín en el interior del que las lee, polvorín que hasta entonces era ignorado por el propio lector; con esto quiero decir que, por mi formación lectora, no puedo ignorar esas palabras que me contaron las mujeres de Jujuy y explotaron en mi interior: dictadura, desaparecidos, madres, vida, verdad, justicia.
-¿En qué tradición literaria, periodística o histórica debe ubicarse tu libro?
-Mucho me gustaría que se inscriba en la tradición que inauguró magistralmente Rodolfo Walsh con "Operación Masacre", aunque mi prosa no tenga la elegancia de él. Por otro lado, me considero discípulo directo de Andrés Fidalgo, quien me convocó a trabajar con él en su libro "Jujuy, 1966-1983" (Buenos Aires, La Rosa Blindada, 2001), que es el primer trabajo sobre las violaciones a los derechos humanos en esta provincia (él, además, me permitió disponer de su biblioteca y la documentación que investigó durante varios años). Soy, además, admirador de las crónicas sensibles que escribe Néstor Groppa sobre el folklore -en su sentido más amplio- urbano jujeño. Por lo tanto, aspiro a que mi libro se ubique dentro del género non fiction, con detalles sensibles. Curiosamente no lo pienso inscripto en ninguna tradición histórica; por el contrario, pienso que he trabajado con desechos de la historia que estaban sentenciados a desaparecer o ser desdeñados por los historiadores pero que resultaron valiosos documentos para reconstruir "los años de plomo" en Jujuy.
-El libro compone una especie de mosaico de textos diversos: reconstrucciones, testimonios, poemas, documentos, canciones, fragmentos de otros libros. ¿Cómo surgió esa forma?
-Surgió de esa manera porque, en un primer momento, yo no sabía por dónde comenzar. A pesar de que creía que sabía casi todo sobre la dictadura, cuando empecé a tomar los registros me di cuenta que había muchas historias por contar, es más, todavía sigo grabando testimonios. Un tiempo antes, mi vieja me había regalado una manta tejida por ella con retazos de lanas de distintos colores, cada color era un pequeño recuadro. En consecuencia, escribí capítulos cortos a la manera de aquella manta que coincidían con una idea de Juan Gelman: "Qué manto de memoria se podría tejer con esos pedacitos de memoria no dichos, fragmentados, dispersos, que muchos testigos y víctimas guardan para sí, como inmovilizados en su antiguo lugar. Un manto consolador y abrigador contra repeticiones posibles. Los crímenes del pasado perviven en lo que se calla de ellos en el presente". Esa idea la incluí como uno de los epígrafes de "Con vida los llevaron"; y, al igual que la manta, nos protege del frío del olvido. Además, me pareció importante agregar textos -canciones, poemas, ensayos breves, testimonios, etcétera- de otros autores que refuerzan con distintas tonalidades a la trama del libro. Pienso, por otro lado, que esos textos conforman una polifonía que narra las historias de los desaparecidos; el resultado así obtenido, me parece, es un libro de género confuso e híbrido (aunque no es sólo una sumatoria de géneros) pero rico en matices que se opone a la voz única que detentaba la dictadura.
-En el editorial del primer número de Nadie olvida nada se anuncia que la revista "está hecha de palabras-ganzúas". ¿Cuáles serían esas palabras?
-Casi todos sabemos que la memoria no sólo está hecha de imágenes, también se forma con las palabras. Y los buenos lectores saben que hay palabras que transportan el peso de los hechos. Los que decidimos hacer Nadie olvida nada lo teníamos muy en claro. Un hecho nos dio la razón: después de aquel primer número nos escribió Martina Chávez, una ex presa política que se fue al exilio y que volvió muy pocas veces a Jujuy; desde París, ella se enteró vía Internet de la existencia de un libro de memorias que era comentado en nuestra revista y se puso en contacto conmigo. Yo le mandé "Con vida los llevaron" y ella -que aparece mencionada en el libro- no pudo evitar escribir un relato de sus días en la prisión de Villa Gorriti y del día que partió hacia el exilio; ese texto apareció en el número 3. En el siguiente número, Sofía D'Andrea, otra ex presa política, escribió acerca del día que Dora Rebecchi de Weisz dio a luz a una niña que fue concebida en la cárcel y nació en cautiverio con los subversivos nombres de Martina Libertad; tanto la madre como el padre, Jorge Weisz, estaban detenidos en la cárcel de Villa Gorriti, luego éste fue desaparecido y su mujer partió hacia el exilio. En el último número, el quinto, el artista Remo Bianchedi escribe una columna en la que relata el día que conoció a Weisz y cómo este le arregló una vieja máquina de escribir. Como verás las palabras-ganzúas ya han comenzado a ser usadas para abrir las puertas de la memoria y, en consecuencia, hay relatos que sirven para producir otros relatos. La máquina de narrar y recordar ya está en marcha y es muy difícil que se pueda detener.
-Una de las principales fuentes del libro fueron los familiares de las víctimas y los sobrevivientes de la represión. ¿Hubo algún tipo de resistencia o de obstáculo en el recuerdo de los hechos?
-Afortunadamente, en Jujuy tenemos una autoridad en el tema Derechos Humanos; esa autoridad se llama Andrés Fidalgo. Esto ayudó mucho porque cuando yo concertaba una entrevista me presentaba diciendo que había colaborado con Andrés e inmediatamente las barreras empezaban a ser levantadas. De esa manera, casi no hubo resistencias para dar su testimonio. Salvo dos o tres familiares que me dijeron que era muy doloroso recordar y que preferían no hacerlo, el resto colaboró de manera muy entusiasta. Hubo entrevistas de todo tipo. En algunas, en especial las que correspondían a las madres de mayor edad, todo -hasta lo más trágico- estaba envuelto con un sentimiento de ternura e incluso con una vuelta de humor. Al comienzo, yo no podía creer que me estaban relatando algo tan doloroso y, en medio del relato, contaban un chiste como si nada. Otras entrevistas fueron muy densas y estaban cargadas con silencios muy significativos. Costaba mucho llegar a las situaciones del secuestro o de violencia sobre los cuerpos. Hubo momentos que todos necesitábamos un psicólogo y, de alguna manera, esas entrevistas funcionaron también como terapia grupal. Por último, el libro me ha cambiado a mí. No he podido cerrarlo y todavía sigo juntando testimonios y relatos. La máquina de narrar no sólo se activó en los lectores. Ya dije que desde que escuché el primer relato de un familiar supe que esta historia me llamaba, ahora siento que me sigue llamando y con más fuerza aún.
enviar nota por e-mail
|
|
Fotos
|
|
Desde el norte. "Esta historia me ha llamdo y ahora siento que me sigue llamando", dice Reynaldo Castro.
|
|
|