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domingo,
17 de
julio de
2005 |
Editorial:
Cuando el desamparo manda
Rosario se vio sacudida en estos últimos días por dos temas que expresan con elocuencia cuál fue el rumbo que tomó la sociedad argentina durante demasiado tiempo. El caso de Ayelén, la nena de siete años a quien una maestra reemplazante llevó a su casa para brindarle cuidados, y el debate en torno del "día de sillas" de ruedas para ediles y funcionarios de la ciudad exponen con precisión el elevado nivel de desamparo que padecen muchos, a la vez que dejan dolorosamente al descubierto la ineficacia estatal para paliar tantas carencias.
Los rosarinos siguieron paso a paso la historia de Ayelén, que culminó cuando su madre biológica se reencontró con ella merced a una resolución de los Tribunales provinciales. Conmovida ante el abandono que de acuerdo con su visión sufría la pequeña, una docente la había llevado a su casa. Y más allá del desenlace del asunto, lo que queda a la vista es que no será merced a actitudes individuales -por más solidarias y justificables que sean- que se logrará resolver el enorme problema de fondo, creado a lo largo de años por un modelo económico que destruyó gran parte de los fundamentos en que se cimentaba la sociedad nacional. ¿O acaso puede ignorarse que el alto nivel de desempleo, el deterioro de la educación pública, la destrucción sistemática de las obras sociales y la deserción del Estado -entre otros dramáticos factores- han creado un drama de magnitud al que sólo ahora, y tímidamente, se intenta revertir? ¿Cuántos niños desamparados existen en la ciudad, en la provincia, en el país? La cantidad, sin dudas, debe ser abrumadora.
Y por otra parte, no es por intermedio de gestos efectistas que se podrá resolver el padecimiento de los discapacitados que carecen de recursos materiales para enfrentar con dignidad su disminución física. Tal como lo contó la titular del Centro de Ayuda al Discapacitado, Rosana Martins, un ocho por ciento de la población rosarina sufre alguna discapacidad de diferente tipo y grado. Entonces, aunque la propuesta de que durante un día concejales y funcionarios recorran la ciudad en silla de ruedas parta de buenas intenciones -si bien algunos la califican de oportunista en función de la campaña electoral en desarrollo- lo que se necesita es mucho más que espectacularidad: hacen falta recursos concretos. Son numerosos los casos de personas severamente impedidas a las que el Estado prácticamente abandona a su suerte. Acaso se necesite poner en práctica proyectos menos mediáticos, pero también más efectivos.
Pero de lo que debe estar plenamente consciente la ciudadanía es de que tanto desamparo no surge por casualidad, sino de un rumbo adoptado -muchas veces con consenso mayoritario- por el país entero. Y entonces, tal vez no resulte posible eludir la autocrítica; por el contrario, acaso mediante su aplicación severa pueda arribarse a la lucidez colectiva, que es el primer paso para revertir una realidad tan dolorosa.
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