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domingo,
17 de
julio de
2005 |
La crispación del poder
Mauricio Maronna / La Capital
Si se escarba en la descarnada lucha peronista por la provincia de Buenos Aires se podrá encontrar el fundamento del apotegma gramsciano que sostiene que para que algo nuevo nazca, lo viejo, primero, tiene que morir. Quienes prefieran buscar en otro lugar la raíz de los encontronazos, los exabruptos y las traiciones en cadena deberían recurrir al filme "Conociendo a Julia", donde uno de sus laberínticos personajes dice una frase cargada de real politik: "En la guerra vale todo".
"Mi objetivo es dejar un país normal cuando se termine mi mandato", dijo el presidente Néstor Kirchner en el alba de su gestión. En un país que se bamboleó entre escándalos institucionales, default, devaluación, expropiación de los ahorros, saqueos y luchas de pobres contra pobres, la frase del volcánico mandatario constituyó una luz de esperanza para quienes creen que de una vez por todas la Argentina debe abandonar su fascinación por los espejos de colores, la demagogia barata y la tentación refundacional de todo aquel que se sienta en el Sillón de Rivadavia.
La normalidad no se cimenta a los gritos, no edifica sus primeros pilotes con discursos atiborrados de furia ni se sostiene con el estado de crispación permanente.
La madre de todas las batallas ingresó en una fase peligrosa para el todo el país, no solamente para el conurbano profundo. Hace algún tiempo (cuando los secuestros florecían como hongos bajo el rocío de un pinar y los desarmaderos de autos mostraban cuánto se rozan política y corrupción) se escribió aquí que la peor nube del distrito más populoso no se posaba en "la maldita policía", sino que la "arquitectura prebendaria" de la provincia de Buenos Aires era un "territorio maldito" para quien tuviera en mente un proyecto de país mejor.
Algún lector puede llegar a no comprender el rol clave que tienen algunos bastiones para definir, incluso, la pirámide de poder nacional. Kirchner es presidente merced a dos secuencias que grafican mejor que mil adjetivaciones el estado de las cosas. Cuando el duhaldismo quiso sacar de la cancha a Carlos Menem para evitar la competencia interna en el PJ organizó un fantasmagórico congreso en Lanús que decidió un sistema de neolemas para que la interna se dirima en las elecciones generales a presidente. De la mano de la vieja política, enquistada en los caudillos, los punteros y los militantes a sueldo del núcleo duro del duhaldismo, el santacruceño quedó posicionado para hacerle morder el polvo de la derrota a Menem en el ballottage, opción que la deserción del riojano le birló.
El padrino de su candidatura y el mentor de ese esquema a todas luces ilegal (aunque para muchos dirigentes y analistas sea políticamente incorrecto admitirlo ya que se trató de la puesta en marcha de la aniquilación política de Menem) fue Duhalde. El mismo que ahora fue comparado con el otro padrino (la historia de un mafioso llevado al celuloide de la mano de Francis Ford Coppola) por la senadora Cristina Fernández de Kirchner. La tentación de demostrar que el poder jamás será bicéfalo en la actual administración hizo que la candidata del Frente para la Victoria rompiese su silencioso camino al triunfo. En la política hay amores que rápidamente se olvidan.
"Es imposible gobernar el país sin intervenir la provincia de Buenos Aires", le dijo a La Capital un frustrado candidato a presidente que hubiera arribado a ese cargo con solamente pronunciar la palabra "sí". Sin embargo, es imposible, tras la reforma constitucional del 94 que eliminó el colegio electoral, calzarse la banda y el bastón sin los votos que llegan desde el conurbano. Y aquí están los números que certifican esa construcción dialéctica:
n El padrón electoral del conurbano representa el 60 por ciento de la ficha electoral bonaerense, y el 36 por ciento del total de electores de la Argentina.
n Cuenta con el padrón más importante del país, sólo superado por la provincia de Buenos Aires en su totalidad, de la cual representa a más de los dos tercios.
n El conurbano se extiende en parte de la primera y tercera sección electoral, las más pobladas del distrito.
n La primera sección electoral registra en el conurbano 2.852.644 electores, distribuidos en los municipios de Hurlingham, Ituzaingó, José C. Paz, Malvinas Argentinas, Merlo, Moreno, San Fernando, San Isidro, Tigre, Tres de Febrero, Escobar y Vicente López.
n La tercera sección cuenta con 3.129.425 electores. Allí se encuentran los partidos de Almirante Brown, Avellaneda, Berazategui, Esteban Echeverría, Ezeiza, Florencio Varela, La Matanza, Lanús, Lomas de Zamora, San Vicente, Presidente Perón y Quilmes.
n Solamente los partidos de La Matanza (1.255.288 habitantes) y Merlo (469.000 habitantes) se aproximan a los electores de todas las provincias juntas de la Patagonia.
En esos bastiones se construyó la flor y nata del duhaldismo, una estructura que, incluso, se convirtió en impenetrable para Menem cuando era el amo y señor del poder. Hoy, los barones del conurbano tienen abierto el libro de pases y muchos han fichado con Kirchner. Sus prácticas políticas no han cambiado, lo que mutó fue el dueño de la "caja".
¿Alcanza con Cristina para desterrar el clientelismo, la utilización bastarda de la pobreza para obligar a que los más necesitados sean arrastrados por los punteros? Definitivamente no. Y es aquí donde reaparece el apotegma de Gramsci: no puede haber nueva política con los viejos profetas de lo eterno, aunque ahora se blanqueen con esa difusa pátina denominada "progresismo".
Mientras todos preparan sus pertrechos, una calificadísima fuente del gobierno nacional sigue lucubrando una última jugada para evitar la ruptura: que Eduardo Duhalde sea el acompañante de Cristina en la lista de candidatos a senador. "Sería la única forma de poder sacrificar a la dama duhaldista. Pero es difícil, casi imposible, vamos a la locura total", se preocupó.
Poco a poco reaparecen los encuestadores, algunos de los cuales, más que profesionales serios, se han convertido en lectores de manos, según quién sea el que les ordena (y les paga) la tarea de instalar en los medios el último sondeo de estación.
La interna bonaerense emite peligrosos signos de ingobernabilidad justo cuando el país parece "querer salir del infierno" (Kirchner dixit), en momentos en que el default quedó atrás y que las inversiones comienzan a dejar de ser una utopía.
El eficaz ministro de Economía, Roberto Lavagna, sigue auscultando la idea de encontrar una buena excusa para irse del Palacio de Hacienda y la inflación amenaza con pulverizar los pequeños aumentos de salarios (pero incrementos al fin) que lograron los trabajadores.
La Argentina crispada reapareció en escena con los excesos verbales de la primera dama y con las primeras incursiones estrictamente electorales del presidente en el campo del señor Duhalde.
Cualquier observador extranjero que oteara con mirada científica la realidad del país diría que si el oficialismo se divide en su principal territorio electoral, la oposición no tendría menos que agradecer por los servicios prestados. Sucede que aquí los adversarios del justicialismo muestran que lo que está en crisis no es solamente el partido de gobierno sino la representación política en general.
La decisión de Kirchner de "plebiscitar" su gestión en elecciones legislativas tal vez sea el árbol envenenado que permitió llenar los espacios políticos de frases hirientes, chicanas y frivolidades.
Solamente un necio puede negar que el santacruceño sigue gozando de una mirada positiva de gran parte de la sociedad, pero lo que está en juego en los próximos comicios no es el destino de su gobierno.
La apuesta presidencial, como sostiene el sociólogo Rosendo Fraga, hará que si el jefe del Estado no consigue mayorías absolutas resulte difícil que el Congreso le vuelva a otorgar la delegación de facultades: "Tendrá que gobernar como un presidente normal, que depende del Congreso y que debe dialogar con la oposición, compartiendo el poder. El riesgo para la gobernabilidad es que el presidente no acepte compartir el poder con el Parlamento y la oposición, y esto precipite algún tipo de crisis".
Que regrese la zozobra en un país escaldado por la mediocridad de la política constituiría, otra vez, la madre de todos los infortunios.
¿Nadie se suicida en primavera?
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