|
domingo,
17 de
julio de
2005 |
El cazador oculto: "El enigma del nombre de la cosa"
Ricardo Luque / Escenario
Hay nombres que por sí solos evocan un tiempo que, ya sea por la fuerza de una idea, una moda o un hecho, quedaron marcados a fuego en el imaginario popular. Quién no tiene un tío, un vecino, un amigo llamado Juan Domingo. Quién no conoce a una veinteañera bautizada Camila. Quién no guarda en el recuerdo algún Gustavo Adolfo o un Diego Armando. Pero no sólo las personas llevan sus nombres como cargas pesadas, lo mismo les pasa a las cosas y, en estos tiempos signados por el mercantilismo, también a los negocios. Hubo un tiempo en que, bajo la influencia de la cultura de póster de Saint Exupéry, a los bares se los bautizaba Baobabs. ¿No es raro? Un poco. Pero no más que, alentados por el vertiginoso boom del realismo mágico de García Márquez, a una pilchería de onda se la llamara Macondo y a una disco, Aureliano. Si hasta se puso de moda que a los negocios se los llamara con el nombre del dueño seguido del muy anglosajón apostrofe ese. ¿Se acuerdan que el sueño de Manolito era tener un almacén con un cartel luminoso en el que titilara intermitente el nombre "Manolo's"? Quino es un genio. ¿Cuál es el sino de este tiempo? Es difícil decirlo, a las nenas las llama Dalma Yanina y a los bares, que dejaron de ser bodegones para pasar a ser elegantes restós, Davis, si están en los silos Davis, y Junín, si quedan sobre calle ¡Junín! O cerca. Pasen y vean. En el Alto Rosario abrió Junín, la nueva gema de la gastronomía rosarina, y en la noche de la inauguración estaban todos los VIP del planeta Rosario. Había estrellitas de la tele, como Ariel Bulsicco, que sin la presión de las cámaras se animó a lucir un collar de cuentas de madera bien étnico, y celebridades del mundo fashion, como Oscar Fernández Fini, que lució elegantísimo con sus bucles dorados cayéndole salvajes sobre los hombros. También había librepensadores de izquierda, como Pablito Feldman, que antes de partir en su flamante coche alemán dejó las dudas existenciales de lado y le entró con alma y vida a los simples de jamón y queso. No faltaron tampoco los empresarios exitosos, como Oscar Cotela, que subido a la ola del hiperconsumo adolescente lució una camisa a rayas multicolor y una camperita de cuero marrón claro súper pendex. Pero él no es ningún pibe. Claro. Pero que los viejos quieran ser jóvenes, los gordos, flacos y los feos, lindos, es el karma de estos tiempos. Maldición. La levedad del ser es insoportable.
enviar nota por e-mail
|
|
|