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 miércoles, 13 de julio de 2005  
Tradición. El monarca expresó su convicción de que "no hace falta ser un gran país para tener grandes sueños"
Alberto de Mónaco tomó las riendas del principado en austera celebración
El hijo del príncipe Rainiero y Grace Kelly asumió la jefatura de Estado "en comunión" con su pueblo

Sin gran pompa, Alberto II de Mónaco celebró ayer su asunción al trono junto a su pueblo. Quien esperaba una ceremonia plena de lujo como el casamiento de sus padres, el príncipe Rainiero y la estrella de Hollywood Grace Kelly, se vio decepcionado. En lugar de lucir uniforme el nuevo monarca vistió un traje negro. No hubo carroza dorada ni coronación ni subida al trono. Ya en su primera gran aparición en el cargo, Alberto dejó en claro que quiere ser un "príncipe del siglo 21": un estadista y negociador moderno, práctico y cercano al pueblo.

Los monegascos saben apreciar su nuevo estilo. "Se le nota la pureza y la dignidad", lo elogió un hombre mayor cuando Alberto emergió de la catedral tras la misa de entronización.

Una veintena de ciudadanos que no encontraron más lugar en el templo de fachada blanca ovacionaron a su nuevo monarca a la salida. Torpe y tímidamente, Alberto les devolvió el saludo. "Es un joven agradable", se escuchó entre la gente.

Luego, el príncipe se dirigió a pie al palacio para recibir a sus invitados. También en los jardines palaciegos se vio un estilo noble pero sin pompa.

En medio de un fuerte aplauso y hurras, miles de monegascos lo recibieron en el patio de honor del palacio como nuevo jefe de Estado. Según datos oficiales, en la entrega simbólica de la llave del principado y el cóctel posterior tomaron parte casi la totalidad de los seis mil ciudadanos. De los 32 mil habitantes de ese pequeño país sobre el mar Mediterráneo, sólo alrededor de un quinto son monegascos.

El ambiente en esta multitudinaria ceremonia era relajado y despreocupado. No hubo reglas para la vestimenta, de manera que se apreciaron tanto mujeres enfundadas en vestidos de noche de Channel, junto a jóvenes con jeans gastados y sandalias playeras.

Cada uno de los invitados recibió un regalo: una medalla con las iniciales AA, por Alteza y Alberto.

El nuevo monarca elogió en su discurso a su padre, a quien calificó como un mandatario extraordinario que convirtió a Mónaco en un Estado moderno, herencia que prometió continuar. "Yo quiero que el dinero y la virtud vayan siempre de la mano. No hace falta ser un país grande para tener grandes sueños", concluyó su alocución.

Por la noche, una gran fiesta popular en el puerto puso el broche a las celebraciones.

Los turistas no tuvieron posibilidades de ver al príncipe. Las catedrales y el palacio están fuera de su alcance.

En estas celebraciones, Alberto no quiso brindar un espectáculo, sino más bien celebrar una "comunión con los habitantes" de Mónaco, se explicó.

Con todo, un dejo de melancolía se apoderó de algún que otro monegasco. "Ya no hay protocolo", se quejó un jubilado. "Qué delicia para la vista fue en 1956. Todos esos lacayos y esas vestimentas lujosas en el casamiento de Rainiero y Grace", evocó. Entonces, la boda de cuentos de hadas fue transmitida por la televisión para millones de personas, ni comparación con la "fiesta familiar" de la asunción de Alberto.


Cansancio
Pero ese tipo de pompa no va con el nuevo monarca. En la ceremonia en la catedral, el príncipe, reacio a los medios, se mostró cansado. Según observadores, el hijo de Grace Kelly no heredó de su madre el don de verse siempre bien en cámara.

Acaso también lo haya afectado la difusión, en las últimas semanas, de la existencia de un hijo natural. Alberto reconoció la semana pasada ser padre de un niño de 22 meses, aunque, afirmó, quiere ser en realidad padre de todo Mónaco.

"Veamos al príncipe como el jefe de nuestra familia", dijo el arzobispo Bernard Barsi en su homilía. "Que encuentre en nuestro afecto el apoyo necesario para los días de fatiga y trabajo".

Tras la bendición del nuevo jefe de Estado por parte del religioso, la princesa Estefanía tomó la mano de su hermano, quien a su vez tomó la mano de su otra hermana, Carolina. Alberto es ahora el jefe de la familia, pero sigue siendo el hermano.

Carolina, quien acudió a la celebración con su esposo, Ernesto Augusto de Hannover, y sus hijos, mostró un semblante serio, y al abandonar la catedral tenía lágrimas en los ojos. Por su parte, Estefanía concurrió a la cita sin sus hijos. (DPA)
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Alberto y Estefanía, en los jardines del palacio monegasco.


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